mayo 16, 2020

Consecuencias de la captura corporativa y sus efectos durante la pandemia


Por: Martha Devia Grisales
Catedrática Universidad del Tolima

Instrúyanse, porque tendremos necesidad de toda vuestra inteligencia. Agítense, porque tendremos necesidad de todo nuestro entusiasmo, organícense, porque tendremos necesidad de toda vuestra fuerza.
Antonio Gramsci.

La sociedad, como ha sido concebida y configurada, ha naturalizado una serie de regímenes que nos obligan y conducen a comportarnos, pensar y aceptar sus dinámicas en beneficio de un sistema que se ha adueñado de todo y ha mercantilizado la vida misma de los seres humanos. Ese orden biopolítico de la sociedad no corresponde a las demandas justas por las que todo un planeta, en especial desde las periferias, hoy apela. Debemos ser beligerantes en la búsqueda colectiva de nuevas formas de vida, que se desarrollen bajo una “estructura” distinta, en la cual la equidad, los derechos humanos, el respeto por los territorios y por la naturaleza, sean una prioridad.
En ese sentido, este texto pretende evidenciar cómo la captura corporativa es uno de los aparatos neoliberales más nocivos que atentan contra la soberanía y la democracia de los pueblos. El mecanismo de captura corporativa se ha convertido en el ave de rapiña que devora a los pueblos sin compasión, con déspotas y enraizadas convicciones de acaparar y adueñarse de la desprevenida e incauta vida del hombre de la modernidad. El letargo social resulta abrumador y nos ha sumergido en una mecanicidad humana que vela la mirada crítica y real del orden mundial, en el cual no caben las subjetividades, sino que por el contrario se socavan sus derechos por doquier.
¿Qué es la captura corporativa?
Mónica Vargas (TNI – España) lo denomina también «acaparamiento empresarial» o interferencia corporativa. Por su parte, el ambientalista Renzo García presenta la captura corporativa como “Las acciones e influencias indebidas que implementan empresas nacionales o extranjeras sobre las instituciones y funcionarios que conforman los Estados Nación para beneficio propio, en detrimento de la realización de los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales de las comunidades.”
Me parece fundamental mencionar que la situación de los países cooptados está fuertemente ligada a la actitud política de sus habitantes. En Colombia, por ejemplo, hemos dejado en manos de tiranías la gobernanza de nuestros pueblos, quienes se ubican a disposición de las transnacionales poniendo en riesgo la soberanía propia, la estabilidad y equilibrio de los territorios.
En este contexto, se entienden mejor las demandas de Gramsci, de instruirnos para comprender lo que sucede, de agitarnos para movilizar, contagiar o arrastrar, si es necesario, a los otros. De organizarnos colectivamente para hacer oposición a esas medidas en detrimento de la justicia social en las que, eficientemente los gobernantes, han maquinado y envuelto el país.
¿Cómo contrarrestar esta situación? Para muchos analíticos, la captura corporativa, al igual que muchas otras determinaciones que atentan contra la estabilidad social, tienen que ver con la apatía política. La actitud negligente, indiferente, analfabeta y descuidada ha sido nefasta para la edificación de una estructura social equilibrada y justa, condenándonos por décadas a esta detestable cotidianidad corrupta de todo el sistema. Es hora trasnochada de asumir la corresponsabilidad de defensa territorial porque, muy a pesar del asedio y de las distintas amenazas de corrupción que nos vuelve escépticos, el sistema democrático de abajo hacia arriba puede funcionar.
La captura corporativa es tan delicada para los países que muchos defensores, organizaciones nacionales e internacionales, están buscando diferentes alternativas que nos permitan, uno comprender esta situación y, dos, buscar estrategias para empezar a bloquear y / o debilitar este contexto.
En esa dinámica, en Bogotá durante el 20 y 21 de febrero de 2020, se llevó a cabo el Seminario Internacional ¿Qué es la captura corporativa del Estado? organizado por el Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo (CAJAR). Contó con la participación de diversas delegaciones de comunidades afectadas por proyectos extractivos, organizaciones sindicales y populares, así como miembros de ONGs y asistentes internacionales, entre ellos Mónica Vargas (TNI - España), Daniela Gómez Rivas (Fundación Paz y Reconciliación) y Gonzalo Berrón (TNI - Argentina).
Un plan para tomarse el Estado
Por tanto, es necesario recordar que después de la guerra fría el sistema internacional empieza a transformarse para la liberación de las economías de Estado, esta circunstancia histórica convierte a los Estados Unidos en la potencia económica hegemónica, su poder ha logrado flanquear otros comercios, ejemplo de ello, los tratados de libre comercio internacional en detrimento de los derechos humanos. Los Estados capturados son financiados por diferentes organizaciones que regulan sus políticas públicas, ejercen presión para que se aprueben normas nacionales hechas en beneficio de los grandes inversionistas y envuelven a los pueblos en un proceso de decadencia moral. Esta problemática va fuertemente ligada al genocidio ambiental, al grado de destrucción del tejido social, del medioambiente, de la salud de la población, el aumento de la desigualdad, el desplazamiento y la pobreza en general.
Desde otra óptica, Daniela Gómez Rivas (Fundación Paz y Reconciliación), afirma que en Colombia se viene dando una coaptación del Estado y de la democracia desde finales de los años setenta.  Dese entonces las mafias colombianas trascienden de unas élites económicas que luego de la legalización de dineros producto de narcotráfico y del financiamiento de campañas políticas, migran hasta la formación de clases políticas y de autoritarismos competitivos constituidos por clanes que se aseguran en las regiones. El panorama nacional nos muestra, actualmente, este mapa con sus actores.
Es así que, se ha generado una suerte de arquitectura de la impunidad a través de cooptación de los reguladores y /o generadores de normas y leyes. En otras palabras, ha sido inevitable la captura mafiosa de los recursos públicos del Estado colombiano en beneficio de unas élites y de unos organismos privados, auspiciados por la impunidad con la que se movilizan las actividades corporativas o empresariales. Lo anterior, no sólo conspira contra el desarrollo sustentable, sino que atenta contra la legitimación de las democracias que tiene la apariencia de gobernar desde los pueblos, pero que en realidad está gobernada por élites políticas.
Cooptación y pandemia en Colombia
Ahora bien, la cooptación del Estado colombiano en estas circunstancias de pandemia ha evidenciado la realidad de distintas comunidades; un ejemplo de este panorama, lo viven los indígenas Wayúu, quienes se han visto fuertemente afectados por la Minería de carbón en el Cerrejón de la Guajira. Neris López Pushaina, miembro del Resguardo 4 de noviembre del Municipio de Albania, e integrante del Movimiento de Mujeres Wayúu, afirma que:
El Cerrejón se ha adueñado de gran parte de su territorio, privatizando y desapareciendo las fuentes hídricas primordiales para la subsistencia de su pueblo. Acabaron con 19 fuentes hídricas; entre arroyos, ríos y ojos de agua. Esta pérdida no sólo los ha puesto en alto riesgo por las exigencias de higiene que no pueden asumir en estos tiempos de pandemia, sino también porque les han imposibilitado el desarrollo de sus costumbres y rituales espirituales generados por el impacto ambiental. Para la comunidad Wayúu el territorio es sagrado y la tierra es la madre de la cual todos se benefician. En la actualidad el pueblo Wayuu sigue en la lucha de defensa del arroyo Bruno que es el único que les ha quedado en la región.
Por otra parte, el Covid-19 ha permitido que el gobierno intente aprobar regulaciones que debilitan los derechos de participación ciudadana. A través de la Directiva Presidencial No. 02 del 12 de marzo de 2020, se establecieron las medidas para atender la contingencia generada por el Covid -19 y se suspendieron las visitas de verificación y reunión de consulta previa, así como la agenda de reuniones de instalación de consulta previa desarrolladas por la Dirección de la autoridad Nacional de Consulta.
Esta acción gubernamental dio lugar a que el pasado 27 de marzo, el Ministerio del Interior publicara una circular en la que se determinaba que los procesos de consulta previa, durante la emergencia del Covid-19, se realizarían virtualmente. La determinación fue rechazada por los indígenas porque se considera un atentado contra las comunidades negras, afrocolombianas, raizales y palenqueras. Como se puede observar, nuestras comunidades no sólo son atacadas por la pandemia si no, también por el propio Estado. La situación tiende a empeorar con la visión del gobierno nacional de potenciar la inversión extranjera directa en el país y con el constreñimiento legal de los derechos participativos de las comunidades y de los pueblos ancestrales.
Finalmente, exhorto, no desde una voz de autoridad letrada en el asunto, si no desde la voz de alguien que se detuvo un poco a pensar, a que transformemos la actitud hacia una más instruida, para organizarnos y luchar, desde y con democracia, contra este sistema de corrupción y de dominio de lo que no le pertenece. Es decir, desde una posición gramsciana.

mayo 14, 2020

El Instituto de Educación a Distancia: un camino de mil posibilidades educativas


Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Docente IDEAD – UT

Si le preguntamos a un integrante del Instituto de Educación a Distancia (IDEAD) de la Universidad del Tolima, ¿cuál ha sido respuesta a la crisis académica generada por el Covid-19?, de seguro la respuesta estará en el campo semántico del siguiente enunciado: “en tiempos de pandemia seguimos transitando el camino de las posibilidades.”
Recordemos que el IDEAD nació, en el año de 1982, como una alternativa de formación para la población adulta que, por sus condiciones socioeconómicas, de contexto y falta de oportunidades, había aplazado el sueño de formación superior. Heredero del bachillerato por radio, los cursos por correspondencia y los programas de extensión de las universidades públicas, el modelo de educación a distancia se pensó bajo la premisa de acortar las distancias. El IDEAD, hoy en pleno siglo XXI, sigue la ruta de su génesis, procurando llegar a donde se presentan las mayores necesidades de educación superior.
Miles de personas, en Colombia, no pueden migrar a los centros de formación, es decir, hacia las capitales, para realizar una carrera. Otros no cuentan con los recursos económicos para pagar las altas matrículas de las universidades privadas. Algunos no alcanzan los puntajes necesarios para competir por un exiguo cupo en las universidades de élite, en esencia porque la educación básica que recibieron no les permite obtener un mayor puntaje en esos exámenes de Estado, elaborados más para la exclusión que para la verificación de conocimientos.
Por eso el IDEAD se ha venido consolidando como un proyecto de inclusión social para la formación superior. Desde su fundación estamos encaminados para llegar a los territorios más abandonados, a la población más vulnerable, a las comunidades que tienen el derecho de educación superior pero que no cuentan con muchas oportunidades para acceder a ella.
En tiempos de pandemia volvemos a ser protagonistas, esta vez visibilizados por las necesidades de la coyuntura. Durante muchos años la educación a distancia se miró por encima del hombro, se catalogó como “educación de segunda”, de baja calidad, como si la calidad fuese un mojón inamovible más allá de los indicadores del mercado. Como si llevar la educación a los lugares más inhóspitos y a los más necesitados no fuera per se una variable de «calidad», quizás la más vital, sin importar que quienes diseñan los indicadores le den poca o nula importancia.
Hoy los ojos viran de nuevo al IDEAD y encuentran una larga tradición de modelos flexibles, currículos capaces de adaptarse a los contextos con sus necesidades y alto aprestamiento para el uso de las mediaciones en los procesos de enseñanza/aprendizaje. Sus estudiantes son consecuentes y asimilan mejor los procesos de autoformación, son conscientes de que los viejos modelos de transmisión están en desuso porque fueron pensados para un mundo que hacer mucho mutó.
No obstante, con todas las potencias descritas, tenemos que aceptar que aún carecemos de una infraestructura tecnológica capaz de soportar el reto en su total dimensión y así poder acoger mayores poblaciones. La ausencia de inversión constante y programada nos sorprendió carentes de algunas herramientas necesarias para avanzar con mayor tranquilidad en el camino de los retos actuales. No obstante, nunca nos inmovilizó, la tradición del IDEAD es la de avanzar por encima de las dificultades, renovando, recreando, repensando…
En la década de los noventas usamos material instruccional, luego avanzamos al uso de módulos impresos como apoyo pedagógico/didáctico. Casetes, cartillas y guías formaron parte de nuestros inventarios para llegar con el conocimiento a zonas rurales, municipios lejanos, veredas, pueblos distantes de las mínimas comodidades del tradicional bienestar universitario de la presencialidad.
Más tarde, con el auge de los dispositivos digitales, usamos CD, material digitalizado, memorias USB. Posteriormente, emprendimos la construcción de Portafolios Pedagógicos, cuyo escenario de Ambiente Mediado nos preparó para que hoy le pudiésemos hacer frente a la necesidad que el Covid-19 nos impuso.
Ahora, en este atribulado 2020, enfrentados al futuro adelantado que tocó a nuestra puerta, le abrimos para garantizar que la idea de universidad pública incluyente siga viva. Necesitamos una vez más repensarnos, lo cual no es un escenario nuevo para el IDEAD, enseñado a autorreformarse. Necesitamos garantizar un «mínimo vital pedagógico» para nuestros estudiantes y docentes, para que los procesos académicos se instalen de lleno en las posibilidades de formación usando mediaciones TIC, sin detrimento de un futuro de encuentros cara a cara, lo cual dependen de cómo evolucione el virus y las posibilidades de combatirlo con nuevas formas de habitar los lugares.
Esperamos que el Ministerio de Educación Nacional, y los demás órganos que regulan la educación en Colombia, no sean inferiores a estos retos. Necesitamos que el MEN reconsidere su inversión en la educación a distancia, que ofrezca apoyos para el fortalecimiento del modelo, que, juntamente con el Ministerio del TIC, disponga de planes de equipamiento y conectividad para todos los estudiantes, sobre todo en las zonas rurales en donde el IDEAD es casi la única opción de formación superior, sin que los estudiantes tengan que emigrar a las zonas urbanas.
Igualmente, para la Universidad del Tolima, siendo del orden regional, es clave el apoyo de la Gobernación del Tolima, aún más para el IDEAD quien hace presencia en municipios como Chaparral, Rioblanco, Planadas, Melgar, Líbano, Honda, Cajamarca, Girardot - que recoge población del Tolima y Cundinamarca- y por supuesto Ibagué. Si queremos conservar los índices de impacto de educación superior en los municipios, es necesario que se plantee la financiación de estudiantes, tanto antiguos como nuevos, sin dejar de lado la formación posgradual.
Por supuesto, internamente, la Universidad del Tolima también debe aupar el proyecto del IDEAD, debido a la potencia que posee para enfrentar el escenario de futuro que el mundo, el país y la región nos plantean. Con una población cercana a 13 mil estudiantes y 900 docentes, el IDEAD es la Unidad Académica más robusta de la UT. Cuenta con 11 programas de pregrado, 3 especializaciones y 2 maestrías. Opera en 24 Sedes de Atención Tutorial y hace presencia en 8 departamentos. Bien vale la pena cuidar y apalancar este proyecto.
Es así que, casi siempre las crisis abren los senderos de las grandes transformaciones y el IDEAD ha estado ahí, al frente de los ojos de todos, a veces vituperado, a veces exaltado. Hoy como protagonista central del hecho pedagógico, en medio de la urgencia, reclamamos la consolidación institucional. Para ello todos estamos trabajando: los estudiantes desde sus diferentes lugares de acceso, en los ciudades, municipio y veredas. Los docentes aprendiendo cada vez más sobre el uso pedagógico de las herramientas digitales en los procesos de formación, confinados en sus casas, pero abiertos a la resignificación de los modelos educativos. Y los funcionarios y directivos, asumiendo trabajado remoto desde sus diversas regiones, explorando las opciones para darle trámite a los problemas que van surgiendo en la misma medida que el virus avanza en los territorios, dispuestos y moviendo las poleas para seguir haciendo real y posible esta idea de IDEAD.

mayo 11, 2020

EL BARCO INCOMUNICADO


Por:  Yenny Fernanda Urrego Pereira
Profesora Universidad del Tolima

Por estos días, posiblemente, todos estamos experimentando diversos sentimientos desde que amanece y anoche sin salir de nuestras casas y seguramente, nuestras comidas diarias se acompañan con las noticias que giran en torno a la pandemia del COVID-19 y sus efectos directos sobre la salud física y psicológica de las personas. De esta manera, nuestras pantallas están constantemente representándonos los estragos del COVI-19 sobre la economía y todas las posibles dinámicas sociales a escala global. En medio de ese mar de emociones, en esas pantallas, desarrollamos el teletrabajo, que muchas veces se solapa con las tareas del hogar y las actividades personales que antes eran tan diferenciadas y que ahora se tornan difusas en medio del trascurrir del tiempo.
Toda esa presión, probablemente se aliviana cuando recodamos que aún no hemos contraído el virus, o que posiblemente seremos asintomáticos o que presentaremos síntomas leves, o que nuestras familias están y estarán bien, o que tenemos trabajo y un sustento para nuestros hogares y también, por momentos, vuelve la luz de esperanza y comenzamos a hacer planes sobre qué hacer cuando nos volvamos a ver o cuando todo esto pase. Pero luego, vuelve a extenderse la cuarentena y vuelven las noticias de víctimas fatales y sigue apareciendo el teletrabajo y el trabajo de hogar y esto se repite de manera cíclica como si estuviéramos dominados por un virus, también informático que está generando este tipo de bucles en nuestras vidas.
Después de hacernos una radiografía de la situación generada por la pandemia, se pierden las escalas jerárquicas territoriales que usamos al hablar de lo local, lo regional, lo nacional, lo internacional; ya que la mayoría de personas en el planeta están confinadas en sus hogares y paralelamente, se enferman personas de todas las clases sociales, edades y condiciones físicas. Esa igualdad con la que nos trata esta pandemia, nos podría estar diciendo que siempre hemos estado conectados, pero por grupos pequeños, o en otras palabras, tal vez nos afectábamos de manera significativa si le ocurría algo malo a uno de “los nuestros pero, ahora, esa relación de grupos pequeños ha cambiado, ya que el uso de las mismas mediaciones tecnológicas para podernos comunicar, nos convierten en usuarios que están conectados en serie y a pesar de estar encerrados físicamente, mantenemos navegando libremente en internet y fácilmente podemos convertirnos en parte de un todo virtual, generando así una transformación de ese “los nuestros” en nosotros”.
En ese contraste entre encierro físico y libertad virtual, vuelve a surgir la necesidad de organizarnos socialmente y aparecen nuevos protocolos para atender el estudio, el trabajo, la alimentación, el descanso, la diversión, etc. Por lo tanto, antes, durante y después de implementar esos protocolos, se genera información constante de cada persona ahora vista como un objeto virtual, que puede ser categorizada en cualquiera de los tipos de poblaciones de un sistema virtual, el cual estaría determinando las medidas a implementar para conseguir la reactivación de la economía y las diferentes actividades antrópicas. Por ejemplo, hoy en día, cada vez que realizamos una llamada, nuestro celular nos recomienda instalar la aplicación CoronApp, la cual, si se instala, permitirá que el gobierno conozca su ubicación y si está o ha estado enfermo o su familia, con el fin de localizar focos de contagio. También, el CoronApp le haría una consulta médica de diagnosis inicial de manera virtual o le diría cuales son los centros de atención cercano y le haría más recomendaciones de prevención y manejo de la enfermedad.
Como se puede inferir, CoronApp ha despertado un debate o más bien un dilema, entre la privacidad y la seguridad nacional, ya que la finalidad -según lo anunciado por la misma web- es la detección de núcleos de contagio para prevenir la expansión de la enfermedad, sin embargo, el medio de la estrategia responde al panóptico “foucaultiano”. A consecuencia, muchas personas han descartado instalar la aplicación, lo cual dificulta la detección rápida de focos de contagio y esto, sumado a las falencias en la cobertura de aplicación de pruebas de contagio del virus y la lenta respuesta de resultados a nivel nacional, genera incertidumbre sobre los mismos reportes oficiales del avance de la infección.
Esta dicotomía entre el orden y la libertad genera múltiples interpretaciones al momento de implementar estrategias de evaluación. Por esta razón, es fundamental que se fortalezca el canal de comunicación entre la tripulación y los pasajeros, que de manera análoga sería entre el gobierno y el pueblo y llevado a nuestra escala universitaria, sería la información entre los profesores que ocupamos cargos directivos y los otros profesores, funcionarios y estudiantes. Debemos reflexionar que ambos grupos, somos usuarios del mismo barco La Universidad del Tolima− y que de manera rotativa seremos tripulación o pasajeros, por tal motivo, es fundamental el reconocimiento de cada labor y la renovación constante de roles profesorales.
Fortalecer la comunicación entre nosotros no es una utopía, pero es una tarea difícil debido al encierro, que ahora es físico y que antes era de tipo académico, de cada quien trabajando e investigando en su propia “parcela” de conocimiento, mientras que otro grupo de profesores quedaba absorto por la carga del trabajo administrativo. En el presente, ambos grupos de profesores y profesoras, los que ocupan cargos administrativos y los que se dedican más a la docencia y la investigación, estamos sometidos a la misma presión y tenemos las mismas necesidades, por lo tanto, ese reconocimiento de la labor ajena sería un bálsamo para todos, en especial, a los que están en la tripulación a cargo de un viaje que nunca habíamos emprendido. A fin de cuentas, vamos en el mismo barco y ese viaje puede ser corto para algunos o tan largo como el proyecto de vida de la mayoría del resto.
En mi caso, como miembro de una tripulación, seguiré dirigiendo un departamento en el cual soy la única mujer, y sí pediré información y me piden más información y entre todo ese trabajo, de alguna manera, con el aporte de cada persona, hemos podido iniciar este atípico semestre 2020A. Afortunadamente, en medio de tantos datos, vamos tejiendo lazos académicos, de respeto y reconocimiento de cada talento y conocimiento. Si esto se repite, en serie, como un antivirus, esta comunidad universitaria podrá transformar la idea represiva que tiene el dar cuentas, en informar para ejercer la solidaridad y así, darle el toque humano a lo virtual.
Desde antes de la pandemia A.P., la finalidad del reporte continuo de la información, por ejemplo, el informe sistemático de la jornada laboral docente, entre otros documentos que informan qué hacemos, ha sido alimentar sistemas de decisión que también son vigilados por nuestros estudiantes, egresados y por los órganos de control gubernamental. Este estado de información virtual parece otro estado de la materia que alimenta un sistema, y no estaremos ajenos a ello, ni viviendo en la luna. Por esta razón, estamos usando mucha información virtual y como sociedad, cada vez que usamos algo todos/as y al mismo tiempo, se genera sobrecarga del sistema. Esta sobrecarga es percibida por sus mismos usuarios y de manera colectiva, se empieza a reclamar el uso racional de la información, así como clamamos por el uso racional de los recursos naturales, una vez los vemos degradados.
Al percibir los efectos de la sobrecarga de información, es muy probable que estemos pensando en la cura a esa saturación. La solución podría ser humana y podría radicar en ponerse en los zapatos de los demás, en cambiar el “no me gusta” por “pensemos cuál sería la mejor manera” y en un acto de solidaridad con los colegas, levantar la mano virtualmente, para proponer, conversar, crear, debatir y construir. Una vez pensemos bien entre todos, el sistema ejecutará el resto.
Es tiempo de mejorar la comunicación antes que el mismo sistema virtual nos organice y es hora de construir universidad más allá del crecimiento de la parcela presencial de conocimiento. Este tipo de reflexiones han sido suscitadas desde tiempo atrás trabajando en la tripulación de la UT, y ahora tal vez como muchas personas, me pregunto desde la proa ¿Cuándo íbamos a imaginar que los delfines bailarían por las costas y bahías, como si celebraran nuestro encierro a escala global?

mayo 09, 2020

Salud y libertad Vs pandemia

Por: Boris Edgardo Moreno
Ingeniero Forestal Universidad del Tolima

 «La lechuza de Minerva solo levanta el vuelo al anochecer», a decir de Hegel la teoría emerge después de la realidad cumplida y así se había mantenido hasta nuestros días. Empero, en la convulsión planetaria que vivimos a causa del Covid-19, llamado habitualmente coronavirus, los filósofos contemporáneos han invertido a Hegel y han dejado que las alas de la teoría se desplieguen a plena aurora. De esta forma, hemos visto desfilar, desde el ya acostumbrado pensador del momento Slavoj Zizek hasta Jean-Luc Nancy, pasando por Agámben, Espósito… todos ellos como dice Atilio Borón con la “(…) intención de dibujar los (difusos) contornos del tipo de sociedad y economía que resurgirán una vez que el flagelo haya sido controlado.”
Desde diferentes ópticas y con múltiples cajas de herramientas, cada uno de ellos apuesta un marco teórico del acontecer que nos deparará la pandemia, entendida y comprendida como un “hecho social total”; por ende, algunos autores se atreven hablar de un mundo postcapitalista, otros muy mesurados sólo hablan de un capitalismo postneoliberal y otros del incremento del autoritarismo estatal bajo la orientación oriental. Pero igual hay que decir, que todos los analistas convergen en afirmar, que nada volverá a la “normalidad”, que estamos ad portas de un conjunto de transformaciones, pero claramente divergiendo en el tipo, magnitud y sentido de los cambios que estructuran el mundo postpandemia.
Sin desconocer de manera alguna la inmensa importancia de los ámbitos políticos y económicos en el acontecer, se debe considerar que el síntoma estructurante de la realidad actual y, por ende, del sentido común que guía el accionar individual y colectivo, es indefectiblemente la pandemia, debido a que se posesiona en la médula del pensamiento y el conocimiento, es decir, de la relación dialéctica que existe entre la vida y la muerte, así como de los canales que se derivan de ella.
El volver a tener la presencia de la muerte, en el nudo puntual de la decisión, de cualquier tipo de decisión, se interpela por una nueva capacidad (potencia), que sepa dar significado a la decisión y que construya un sentido que no dependa de negar nuestra finitud (muerte) del marco de la decisión, eso sí sin darle “sentimiento de terror, reverencia o esperanza”, pero que tampoco dependa de la simple finitud humana. Esta finitud de lo vivo, nos obliga a introducir en nuestro sentido (que como se ha dicho es común) a todas las formas de vida existentes en el planeta y, por razones que saltan a la vista, el entorno que permite que sobrevivan cotidianamente.
En este orden de ideas, se desprenden dos tareas inmediatas en el horizonte del pensamiento, la primera de ellas es aceptar que el capitalismo hace rato llegó a su término final y que su agonía se escucha claramente en este último estertor. No podemos seguir atribuyendo al capitalismo una especie de infinitud, de inmortalidad, o de entidad muerta que continúa viviendo, de ahí que sea prioritario salir en multitud a darle su merecida sepultura. En segundo lugar, es fundamental comprender que la vida tal y como la conocemos y desconocemos hasta el presente, responde a un “equilibrio dinámico” en el que lo vivo, no es más que un accionar continuo de relaciones (el entorno) que deben ser parte del pensar que estructura la decisión política de los seres humanos.
Con esto no se quiere decir que el ente químico denominado virus, por sí mismo atacó y destruyó la forma de organización social existente, o que su sino sea, inexorablemente, venir a dar la gran estocada al orden establecido. Si se pretende plantear que la pandemia ha puesto, sobre la sien del intelecto general, un cuestionamiento agudo de la filigrana que sustenta el sistema social, percibido claramente en las decisiones cotidianas que se toman a nivel individual y colectivo (donde el aislamiento social vendría a ser la menos importante), por lo cual la decisión (independientemente de la que se tome), no proviene de forma directa de lo acostumbrado, no se llega a ella por el automatismo mental instalado, sino que pasa de nuevo por el filtro de la interrogación. En otras palabras, debido a la pandemia se ha puesto de nuevo en circulación universal la negatividad de lo dado, de lo establecido y, por consiguiente, hasta lo que queda por dar y restablecer por parte del capitalismo; realmente se pone en duda hoy sus capacidades y posibilidades de constructor de presente y futuro, en su propio lenguaje, se puede afirmar que la salud y/o condición del sistema social, es precaria.
Uno de los grandes cuestionamientos que están en el juego del intelecto general es la gestión de la salud, empezando por repensar, qué debemos entender por un cuerpo sano, por fuera de la dicotomía sano/enfermo, ya que ese cuerpo sano sólo podrá darse en una concatenación con un ambiente sano, complejizando de esta forma, los elementos que participan en la construcción de una idea de salubridad que no niegue la enfermedad, capaz de sobreponerse o convivir con ella.  Al hilvanar delicadamente el cuerpo y el ambiente (natural y/o construido), como se ha expuesto, se complejiza fuertemente su relación y con ella el concepto de salud y por razones que expondremos más adelante y, por efecto dominó, se revalúa de forma diametral el concepto de seguridad.
Lo complejo emerge debido a que la salud no será ubicada en el cuerpo o en su medio circundante, sino en la relación o interacción que se da entre ellos. En otras palabras, la señal sináptica que guía la relación del cuerpo con el ambiente es indefectiblemente el con-tacto que realiza el soma con su medio, por lo que los tipos y formas de interacción se convierten en el eje del pensamiento, el conocimiento y la acción.
La interacción no sólo es biunívoca, sino que construye una red de estructuras que en su conjunto podemos llamar hábitat (si se prefiere sistema), y que por separado se conocen como estructuras biológicas, culturales, emocionales y productivas, que interactúa cada una en su interior y entre ellas, generando un sin número de interacciones que permiten plantear, que lo realmente importante son las interacciones y ellas son las que construyen las estructuras.
En este sentido, las interacciones biológico-emocionales son las que edifican los procesos de resilencia, recuperación y reconstrucción, que en su conjunto conocemos como sistema inmunológico, el cual estará definido como lo plantea muy bien Gustavo Wilches, por una salud emocional, afectiva, corporal… dada por una equilibrada interacción con el entorno inmediato o más amplio al que estamos adscritos. Este tipo de interacciones, necesitan indiscutiblemente de otro tipo de patrón de comportamiento (individual/colectivo), una gestión diferente de las interacciones y por ello también, de otro tipo de organización político-social, debido a que la consolidación de un ambiente sano (natural y/o construido), como única fuente de edificación de un sistema inmunológico fuerte, choca con la visión de una salud focalizada, exclusivamente, en los órganos, olvidando la unidad del cuerpo y sus respectivas relaciones.
Bajo esa visión se levanta un sistema de gestión sanitaria que especula constantemente con el tipo de amenazas y que vive exclusivamente de la renta de la enfermedad, de tener siempre a la gente enferma o en la angustia de una posible enfermedad, lo importante para ellos es que todos estemos medicados; desde ningún lado se trabaja en perspectiva de una “ética del cuidado”, de la protección y la conservación… Por ello, ante la aparición de una pandemia la única “salida” que les queda es el aislamiento, convertir las casas en prisiones, y en amenaza potencial a cada individuo, destruyendo de paso la capacidad de respuestas colectiva, recuperación natural (anticuerpos) y reconstrucción del entorno.
Al perder la interacción con el entorno (todo a lo que nos adscribimos) o al construir relaciones incoherentes con el medio, se hace imposible construir una política de bienestar, porque ese estar y/o sentirse bien, sólo puede acontecer en la dinámica de lo individual a lo colectivo y de lo colectivo a lo comunitario, sólo puede emerger del con-tacto con el otro o lo otro, muy claro lo tenía Baruch Espinosa cuando decía que la tristeza y el pánico aislaban y la alegría y el valor agrupaban. En otras palabras, la alegría, manifestación máxima del bien/estar, se expresa y se consolida en lo común, se podría decir que la alegría es el bien común inmaterial más importante de la existencia humana y, por ende, debe ser la verdadera medida de valor.
De igual forma, la emergencia de la alegría es una expresión inequívoca de seguridad, de percibirse, estar y sentirse cómodo con el entorno y cada uno de sus componentes. Esta seguridad al igual que el bienestar proviene entonces de las relaciones e interacciones que establecemos en la construcción colectiva que diariamente realizamos, en términos clásicos es una seguridad que se da en el tejido social, en la confianza que el otro deposita en mí, y en la que yo deposito en todos.
En este sentido, por seguridad vamos a entender y practicar una seguridad humana, una que se sienta y manifiesta alegremente. La seguridad se debe centrar en la humanidad que busca el bienestar y no hay bienestar sin salud, alimento, vivienda y participación. Esta seguridad se preocupa por la forma en la que vive la gente y la vida de ellos y ellas con su entorno, la libertad con la cual se pueden generar diversas opciones, el acceso a los bienes necesarios para la vida, la distribución de las oportunidades, el trámite del conflicto y la construcción de la paz.
En resumen, la nueva seguridad que debe ser implementada, se relaciona con la salud y bienestar, es por ello por lo que se hace importante una seguridad que se entiende en relación con la vida y salud de los ecosistemas, una seguridad que es preventiva, no reactiva, ni coercitiva.
En este significado y sentido de seguridad, podemos ver con claridad, que uno de sus primeros elementos o componente es la alimentación, desde su producción soberana, como la producción sana de los alimentos, así como el tipo de alimentos que debemos consumir los seres vivos, en aras de consolidar una relación de armonía en el entorno. Ya lo han estudiado y demostrado los inmunólogos que una dieta alimenticia adecuada, balanceada y sana es la fuente primaria para fortalecer el sistema de defensas, además del respiratorio, digestivo y aunque no se crea, de las emociones. De ahí que, los llamados a fortalecer el campo y reorientar las formas de producción y el tipo de productos sean los más acertados para el momento político, es indiscutible necesitamos más tubérculos, hortalizas, especias… y menos, pero muchos menos, azúcar y bebidas azucaradas.
Bajo lo anteriormente mencionado, encontramos que una interacción equilibrada en el entorno, es el resultado de otra visión, conceptualización e integración de la salud, inmunología, seguridad y bienestar. En síntesis, urge una nueva apuesta en común, donde lo vivo sea lo realmente importante, donde el trabajo vivo tenga mayor valor que el trabajo muerto, sin lugar a dudas una política de-vida.
De la transformación que debe existir de lo individual a lo colectivo y de ahí a lo común de la comunidad, se podrá reconstruir el concepto y significado de la Política, debido a que, bajo la emergencia de las integraciones expuestas anteriormente, se podrán realizar los cambios necesarios que necesita urgentemente nuestra casa en común para seguir preservando la vida humana.
Esta nueva Política definirá nuevos valores y nuevas acciones, cambiando completamente su razón de ser; en primer lugar, se reemplazará el poder como su objeto de ser, para colocar la vida en común como su horizonte y fuente de producción. En segundo lugar, se les dará a los colectivos (barrios, veredas, asociaciones…) su potencia y capacidad decisoria, ya que el palpitar de esta Política se encuentra en las interacciones y serán estos colectivos los encargados, no sólo de su realización, sino de su necesaria transformación a lo comunitario.
Finalmente, la capacidad de acción ya no dependerá de la cohesión de un sector sobre el otro, sino de la capacidad conectora de los patrones de red que se construyan, de esta forma, lo común no emergerá de la adscripción identitaria, sino de compartir una diferencia complementaria, donde, como dice Esposito, no existe sujeto de derechos, si no sujeto de deberes.

mayo 03, 2020

Alguien se comió un murciélago y no fue Ozzy Osbourne: la educación virulenta

Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Docente Universidad del Tolima

Desde que ingresé a mi pregrado en licenciatura escuché decir a mis profesores que la educación requería un cambio profundo, que la escuela necesitaba repensarse, reconstruirse. Eran los años noventa y Kurt Cobain vociferaba que “era mejor explotar que desvanecerse”, como para llevarle la contraria a mis docentes. A mí me seguía sonando más Pink Floyd y su reclamo: Hey, teachers leave them kids alone.
En Colombia, con la Ley General de Educación (Ley 115) aprobada en febrero de 1994, se abrieron múltiples posibilidades de una transformación estructural de la escuela, el nuevo aire de la Constitución del 91 le daba alas a la idea. En las calles soplaban Wind of change, como si la onda explosiva de Scorpions y la caída del muro de Berlín llegara por fin a nuestros barrios. Al final Cobain explotó el 5 de abril de ese mismo año y la escuela siguió acumulando desaciertos.
El anhelado cambio que esperaba la escuela se tradujo en indicadores, logros, estándares y formatización del sistema. Exámenes para medir los deseos, no las realidades. De tanto medir deseos se crearon los paradigmas de “calidad”, y la calidad, que excluye, se convirtió en la palabra que invitaba a los nuevos campos de batalla. Estábamos llamados, por Guns and Roses y las voces del modelo, a una nueva Civil war, teníamos secuelas en la piel y muchos fueron enviados, por culpa de la violencia de los carteles, a tocar las puertas del cielo: Don't you cry tonight / I still love you, baby.
Me gradué, y como había decidido ser pedagogo, debía enarbolar la bandera de la transformación. No lo hice por ley, lo hice por convencimiento. Inaugurado el siglo XXI, y superado el marasmo de la nueva era, que no era nueva sino prolongación del siglo XX, tuvimos que enfrentar la muerte del rock, de los metarrelatos, de la ideología, de la historia y el arte, entre mil muertes más decretadas por los yupis neo-pensadores-ilustrados. Nada nuevo en el mundo, cada siglo inicia con el deseo de matarlo todo.  It's my life, diría Jon Bon Jovi, déjame vivirla, así sin más. Que la escuela se joda y que cada año siga recibiendo niños. Aún Floyd seguía en mi cabeza: Hey, teachers leave them kids alone.
De estudiante a docente. Releer de nuevo a Freire, Vygotsky, Freinet, Zuleta, Giroux, Mélich. Ver la realidad, palparla, sentirse impotente frente a la carencia. Ver a los indicadores tomándose el aula, los PEI, los Manuales de convivencia, los discursos escolares. Un Green Day observamos, frente a nuestros ojos, el Boulevard of broken dreams.
A la pedagogía la habían saqueado, la redujeron a un formato. Freinet y Freire eran citas bien acomodadas bajo las normas APA. Doctores en pedagogía producían miles de páginas, papers, relatos, investigaciones discursando sobre las nuevas pedagogías del siglo XXI, pero al nacer ya olían a añejo. Ellos lograban reconocimiento, pero la escuela seguía igual. Ellos viajaban por el mundo impartiendo conferencias, escribiendo ponencias, pero la escuela agonizaba bajo el olvido estatal y la indiferencia de sus actores.
Era profesor o docente o pedagogo o maestro, debía asumirme en ese lugar. Hice una especialización para confrontarme. Volví a leer Lecciones de los maestros, de George Steiner. Si con ese libro no nace o aumenta el deseo de transformar la escuela, -me dije- renuncio, monto un café internet. En ese entonces eran rentables. Ratifiqué entonces que para transformar la educación hay que transformar los docentes, ardua tarea del officium mismo. Continué mi ruta buscando el acorde deseado.
El siglo avanzaba. La escuela seguía sumida en su letargo. El sonido del rock parecía agonizar bajo pastosos ruidos y para evitarlo los jóvenes se distraían viendo las caderas de Fergie mientras invitaba a Don't stop the party. Años después se lanzó de solista y dejó sin magia a The Black Eyed Peas, como sin magia seguían las sosas clases en los colegios y universidades.
El uso de la tecnología llegó a las aulas pero ingresó minimizada en video beams y adecuaciones pedagógicas de diversa índole. Las TIC supuestamente servían para todo, pero nadie las entendía en su real dimensión. Los profesores, en su mayoría, enseñados a mantenerse en su inamovible baldosa, se negaron a creer que las mediaciones tecnológicas servían para enseñar.
Por su parte el rock se dejaba seducir por la tecnología e imprimía nuevos tañidos digitalizados al mundo sonoro, dando paso al electro rock. Claro que los puristas creen que eso va en detrimento del género, igual que muchos docentes creen que la tecnología embrutece. Y eso que habían anunciado la muerte de los metarrelatos. Quizás por eso Linkin Park gritaba Time is a valuable thing / Watch it fly by as the pendulum swings / Watch it count down to the end of the day.
Nuevos libros, nuevos ensayos, viejos diagnósticos. La escuela debía cambiar. Los niños se aburrían en sus aulas, los jóvenes que iba a la universidad salían a enfrentar la realidad de un mercado al que poco o nada le interesaba los saberes adquiridos. Muchos se refugiaron en el pasado, volvieron a Queen, a Pink Floyd, a AC/DC, a Led Zeppelin, a Black Sabbath, a The Rolling Stones , a Metallica y demás gurús de un tiempo distinto, un tiempo de revoluciones que terminó en adecuaciones. Algunos más osados llegaron hasta The Beatles, luego bebieron y se drogaron para contemplar a Lucy in the sky with diamonds.
Y la escuela… Ahí, cada vez con más niños, cada vez con menos cosas atractivas. Esperando The final countdown. Hasta que lo más interesante que podía pasarle al sistema educativo pasó. Dicen que alguien se comió un murciélago y no fue Ozzy Osbourne. Dicen que despertó un virus con nombre sonoro -Covid-19-, como si fuese una banda de light metal. Y entonces la escuela corrió a mirarse al espejo de los días y se vio en su real dimensión. Desigual, atrasada, vieja, opaca e inepta frente al siglo XXI y sus problemas. Llena de actividades, indicadores, formatos y tareas. Carente de dinámica, interacción y respuesta.
No es extraño que lo primero que pensaron, las instituciones educativas y sus actores, fue esperar a que todo volviera a ser como antes. ¿Para qué? Pregunto. ¿Quieren acaso seguir siendo another brick in the wall? El virus nos despertó, pero le tengo miedo al letargo humano, sobre todo cuando escucho esa neurótica nostalgia por lo que teníamos, porque supuestamente era mejor. Sólo queda preguntarnos: ¿Is there anybody out there? Ahora lo entiendo, nunca superamos a Pink Floyd.

mayo 01, 2020

Carta de cuarentena


Por: Karol Liseth Barrero
 Estudiante Licenciatura en Literatura y Lengua Castellana
IDEAD –Universidad del Tolima
Apreciado extraño:

Hoy, desde lo más remoto de mi corazón he decidido escribirte unas líneas, sé que estos no son tiempos fáciles, todos estamos tratando de llevar nuestras cargas, a nuestra manera. Como humanidad huimos de un virus que, mientras nos mata, salva el planeta e irónicamente no resulta tan malo después de todo.  Ahora los pajaritos cantan libremente, las ballenas se muestran espléndidas ante la marea, la naturaleza reclama lo que es suyo.
Mientras tanto empezamos a conocernos a nosotros mismos. Extrañamos lo que hace unas semanas llamábamos rutina, pedíamos a gritos descanso de ella con la excusa de compartir en familia, esa misma familia que hoy, por el auge de las redes y el insomnio, en muchos casos ignoramos teniéndola al lado. Hemos descubierto que nuestro mayor temor es perder la vida y que mantener los abrazos ausentes se convirtió en el arma profunda de supervivencia, ante este recelo que, sin importar clase, raza o cultura, a todos inunda.
Hoy la vida con sus vueltas, casualidades o causalidades nos encierra. A ti en tu mundo y a mí, en el mío. Los días nos muestran frágiles y grises. Hoy extrañamos los detalles más simples que en su momento nos aturdían. Recuerdo que, en algún un momento nos burlábamos de los niños que con su manta huían a los monstruos de la noche, y ahora tuvimos que huir de la muerte y refugiarnos en casa, ella representa nuestra manta. ¿Acaso no somos hoy esos niños?
Con este gesto temerario que implica confinamiento total, estamos reviviendo lo más sincero y humano de cada uno. Hay quienes desatan sus monstruos internos y quienes los reprimen como de costumbre. Algunos aprovechan para sonreír y compartir en familia; otros, por su parte, comprenden que aquello que creían tener está lejos de ser una familia. Y así todos dibujamos y desdibujamos nuestros horizontes.
Las horas son eternas, las noticias dramáticas, los libros resultan ser nuestra única alternativa aventurera. Por ello querido extraño, te invito para que emprendas tu aventura y te des cuenta de que, en medio de este caos, leer reconforta la vida. Necesitamos hallarle sentido a este encierro, como si él fuera el suceso que nos dotará de sentido. Sentido por la vida, por el todo y por la nada.
Como diría Gabo: “Nadie debe conocer su sentido mientras no haya cumplido cien años”. Por eso ando en busca del mío, de mi existir y te invito a indagar el tuyo, porque sé que tú al igual aún no has recorrido esas diez décadas de vida.
Sin más ni menos, agradezco el tiempo que te has tomado para leerme, extraño. Y espero de verdad que tus días se llenen de color y alegrías, para que luego compartamos, no como extraños ya, sino como allegados o amigos. Un abrazo virtual desde la cercana distancia. Nos reencontraremos pronto.

abril 28, 2020

Un país que dejó de llamarse Polombia


 Por: Yolanda Díaz Rosero
Catedrática IDEAD CAT - Neiva

El mundo está lleno de peces.
Hay peces para todos;/ tantos que
nadie tendría que quedarse sin pez para comer.
Pero hay gente que tiene muchos peces
y otros que apenas tienen.
Hay personas que pescan mucho
porque tienen muchas cañas de pescar
y otros que no tienen peces porque no tienen caña.
Las personas con muchas cañas de pescar
no dan sus cañas a los que no tienen,
pero les venden los peces.
Los peces se venden muy caros.
Las personas con muchas cañas de pescar
no quieren que los otros tengan caña.
Si los que no tienen caña la tuvieran,
podrían pescar sus propios peces
y no tendrían que comprar los peces que les venden tan caros.
Miguel Ángel Arenas

En Polombia, de repente, se escucharon declaraciones de uno, dos, tres… muchos dirigentes políticos. Todos tenía que ver con un virus. En el mundo las voces enérgicas hablaban de distanciamiento social, cuarentena, teletrabajo… Entonces fueron noticia los supermercados con sus filas interminables, los precios desmedidos de los alimentos. Muchos sintieron miedo, algunos eligieron la incredulidad, otros tantos optaron por la negación; unos cuantos, la rumba clandestina porque si del fin de los tiempos se trata, prefieren morir bebiendo.

Las urbes silenciaron sus majestuosos motores, las calles pararon su ajetreo; los hogares fueron colegio, empresa, industria, iglesia, oficina de gobierno, universidad, consultorio, sitio para todas las formas sublimes y monstruosas del ser humano: solidaridades, redescubrimientos, violencias, desigualdades, maltratos. La casa ya no fue nido; para muchos nunca lo había sido. Cientos y cientos revisaron los ahorros una, dos, tres… muchas veces. Miles y miles soólo habían capitalizado su energía y el día a día para trabajar. Unos cuantos siguieron devengando cinco, diez, veinte millones. Incluso dicen que un expresidente suma en sus arcas mensuales esto y más.

Solo bastaron un par de semanas para que el hambre se apoltronara categóricamente a la mesa de tantos y tantos que casi nunca tuvieron tiempo para el miedo a la muerte porque desde hace mucho lidiaban con ella. Una de esas cifras del DANE publicada en los periódicos dice que son el 47% del total de polombianos y los llama empleados informales. Para el presidente de este país, uno de estos empleados, el panadero, es un afortunado porque puede ganar hasta dos millones de pesos. Resulta que, cansados de tanta solvencia económica, los panaderos y gente como ellos van a las calles a vender frutas y verduras solo para hacer deporte. Muchos sacan trapos rojos para ventilarlos y un número increíble de ciudadanos (haciendo gala de la creatividad del rebusque), vende cloro dosificado porque otro presidente ha dicho que es la cura para el virus. Seguramente lo que quiere es exterminar a los pobres incautos que por desinfectar su cuerpo llegaron ‘límpidos’ a la muerte (nótese cómo es de necesaria la educación).

No pocos señalaron que el virus vino a mostrar agudamente la estupidez política. Por ejemplo, una senadora polombiana dice que el virus proviene de los vampiros y una ministra cree que no se deben cerrar las ciudades a las que aún no ha llegado la epidemia. Declaraciones como estas revelaban que la educación de calidad sí que hace falta para desinfectar las mentes de estos personajes, pero en Polombia la educación es otra de las formas de segregación: en el campo, en el que escasamente hay saneamiento básico, transporte adecuado, carreteras o centros de salud, qué va a existir conexión a internet, teléfonos inteligentes o computadores. Lo que sí hay son miles de estudiantes que ayudan al ordeño, a cultivar o que recolectan café o quizá sufren de hastío temprano. Sí hay estudiantes que cuidan a sus hermanos menores, ayudan a preparar la comida, juegan, quizá riñen o buscan qué hacer con tanta vida por delante tras las rejas de lo que era su hogar. En las zonas urbanas empobrecidas o clase media polombiana, muchos padres y madres, además de lidiar con un virus, deben sortear las clases de sus hijos, intentan conciliar los turnos para el único computador o celular que hay en casa y, sobre todo, tienen que vérselas para combatir el hambre.

En Polombia, como en otros países, no se escucha la voz de la naturaleza, no se escucha al pobre, al obrero, a quienes trabajan por la educación y la salud; no se escucha al vigilante, tampoco al campesino que tiene el saber para hacer germinar la vida de la tierra. Hay tantos a los que no se oye realmente.

Uno de esos días hubo pequeños síntomas de inconformidad y resonaron las cacerolas en los balcones; al siguiente día, nada. Otra de esas ocasiones, de nuevo, una manifestación de descontento con una twitteratón, luego, nada. Después, surgieron brotes de rebeldía creativa con memes. Varios conatos de inconformidad se dieron en las calles, pero nada tan contundente que forzara a los mandatarios al diseño de políticas públicas más equitativas. Parecía que en muchos jóvenes el virus había logrado aplacar su rebeldía e incrementar su desidia.

Sin embargo, fue cuestión de tiempo porque, en aquel país donde casi todo tiene un sentido invertido y abunda la imbecilidad, hubo oportunidad de tejer formas de solución colectivas y en ello, los maestros y maestras tuvieron una responsabilidad política determinante: desde la pedagogía hicieron frente a los retos que demandó el virus. Uno de ellos, aportar soluciones a lo que gritaban los jóvenes desde el Parlamento Andino Universitario: “Clases virtuales sin internet son exclusión”. Entonces, unos y otros, éstos y aquéllos se juntaron para tejer alternativas. Obraron desde verdades a Perogrullo, pero que no se escuchaban: lo público es fundamental para librar las brechas de pobreza; el campo asegura el alimento; de la Naturaleza no podemos tomar a saco roto; los politiqueros y la guerra son males endémicos del país; la solidaridad debe ser el tronco de las políticas sociales redistributivas y justas.

Sin soluciones como ases bajo la manga, fueron a lo concreto: necesitaron de los ciudadanos inquietos e inconformes; evitaron que la rabia y la precariedad los condujera a la postración y a la resignación; no se quedaron en el lamento y el hondo disgusto fue principio, pero no fin. Y así, de a poco, miles y miles de polombianos entendieron que la Historia es un constructo colectivo que necesita ciencia, educación, tecnología, medicina; obreros y médicos; panaderos y abogados; campesinos e ingenieros. La otra Historia necesitó a tantos y tantos… Como colectivo, poco a poco entendieron que no querían un paraíso, pero sí una nación viable y cada vez menos segregadora. Solo hasta entonces su país dejó de llamarse Polombia.

abril 27, 2020

Hacia el reencuentro de la cultura con la naturaleza, la humanidad y el cosmos


Por: Jairo Rivera Morales
Catedrático universitario
Ex -Senador de la República

No existe una "normalidad" a la cual debamos regresar. Lo que hay es un antes y un después. El antes es causante, el después es consecuencia. Pero nada es inamovible en el presente infinito, compendio y substrato del antes y el después; por el contrario, su elemento esencial es el cumplimiento inexorable de la ley universal del movimiento. El movimiento se manifiesta a través de evoluciones e involuciones, avances y retrocesos, retrasos y aceleraciones, quietudes que confirman el cambio y sobresaltos que lo precipitan.
En la sucesión de los hechos no siempre es visible la frontera entre causalidad y casualidad. La historia no obedece a una programación, no es determinada por ganas o voluntarismos ni está escrita de antemano. Pero los seres humanos todos los días hacemos nuestra historia y el mayor catalizador de los cambios que la necesidad histórica reclama es la conciencia esclarecida; aquella que sabe y refleja una gran verdad: no nos conservamos sino transformándonos, no nos transformamos sino conservándonos.
La inconsciencia y el irracionalismo consumista, extractivista y depredador, nos han llevado a asumir la destrucción como destino. Lo deseable es que la parada en seco ocasionada por la pandemia sea el preludio del nacimiento de una nueva consciencia. Una consciencia que genere actitudes, actuaciones y conductas que posibiliten el reencuentro de la cultura con la naturaleza y la reconciliación entre la humanidad y el cosmos. Sinceramente siento y pienso que esperar más que eso sería un exceso de optimismo.
Sin libertad y sin equidad el futuro humano será inviable. Pero solamente la solidaridad hace compatibles la libertad y la equidad. Estamos en la hora del despertar; la hora de justificar nuestros sueños. No obstante, esa justificación necesaria e inaplazable, no será posible sin los informes de la ciencia, sin los recursos del arte y sin la presencia de la poesía.
Al margen de dichos supuestos, no habrá lugar para la esperanza. A partir de ahora, los proyectos políticos deberán ser proyectos culturales, vitalistas, ambientalistas, en los que la justicia redistributiva no sea un simple enunciado sino un inaplazable imperativo categórico. Todo esto no podrá lograrse sino a partir de la superación de la codicia, y del estulto narcisismo de los humanos, y del afán acumulador, y de las demás lógicas perversas del capital. Recordemos lo dicho hace dos milenios por el hijo de un humilde carpintero de Galilea: "¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?"
Cuántas razones de las sinrazones no proclamadas, cuántas reacciones de la vida contra la razón instrumental, cuánto humanismo contra las monstruosidades cometidas en nombre de las causas más laudables, imaginadas por el "rey de la creación", cuánto naturalismo contra el antropocentrismo hirsuto y ramplón. El poeta español León Felipe lo explicaba desde el recurso de la poesía:
"Pero el hombre es un niño laborioso y estúpido
que ha hecho del juego una sudorosa jornada.
Ha convertido el palo del tambor en una azada,
y en vez de tocar sobre la tierra una canción de júbilo
se ha puesto a cavarla.
¡Si supiésemos caminar bajo el aplauso de los astros
y hacer un símbolo poético de cada jornada!
Quiero decir que nadie sabe cavar al ritmo del sol
y que nadie ha cortado todavía una espiga
con amor y con gracia.
Ese panadero, por ejemplo, ¿por qué ese panadero
no le pone una rosa de pan blanco a ese mendigo hambriento
en la solapa?".