abril 27, 2020

Hacia el reencuentro de la cultura con la naturaleza, la humanidad y el cosmos


Por: Jairo Rivera Morales
Catedrático universitario
Ex -Senador de la República

No existe una "normalidad" a la cual debamos regresar. Lo que hay es un antes y un después. El antes es causante, el después es consecuencia. Pero nada es inamovible en el presente infinito, compendio y substrato del antes y el después; por el contrario, su elemento esencial es el cumplimiento inexorable de la ley universal del movimiento. El movimiento se manifiesta a través de evoluciones e involuciones, avances y retrocesos, retrasos y aceleraciones, quietudes que confirman el cambio y sobresaltos que lo precipitan.
En la sucesión de los hechos no siempre es visible la frontera entre causalidad y casualidad. La historia no obedece a una programación, no es determinada por ganas o voluntarismos ni está escrita de antemano. Pero los seres humanos todos los días hacemos nuestra historia y el mayor catalizador de los cambios que la necesidad histórica reclama es la conciencia esclarecida; aquella que sabe y refleja una gran verdad: no nos conservamos sino transformándonos, no nos transformamos sino conservándonos.
La inconsciencia y el irracionalismo consumista, extractivista y depredador, nos han llevado a asumir la destrucción como destino. Lo deseable es que la parada en seco ocasionada por la pandemia sea el preludio del nacimiento de una nueva consciencia. Una consciencia que genere actitudes, actuaciones y conductas que posibiliten el reencuentro de la cultura con la naturaleza y la reconciliación entre la humanidad y el cosmos. Sinceramente siento y pienso que esperar más que eso sería un exceso de optimismo.
Sin libertad y sin equidad el futuro humano será inviable. Pero solamente la solidaridad hace compatibles la libertad y la equidad. Estamos en la hora del despertar; la hora de justificar nuestros sueños. No obstante, esa justificación necesaria e inaplazable, no será posible sin los informes de la ciencia, sin los recursos del arte y sin la presencia de la poesía.
Al margen de dichos supuestos, no habrá lugar para la esperanza. A partir de ahora, los proyectos políticos deberán ser proyectos culturales, vitalistas, ambientalistas, en los que la justicia redistributiva no sea un simple enunciado sino un inaplazable imperativo categórico. Todo esto no podrá lograrse sino a partir de la superación de la codicia, y del estulto narcisismo de los humanos, y del afán acumulador, y de las demás lógicas perversas del capital. Recordemos lo dicho hace dos milenios por el hijo de un humilde carpintero de Galilea: "¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?"
Cuántas razones de las sinrazones no proclamadas, cuántas reacciones de la vida contra la razón instrumental, cuánto humanismo contra las monstruosidades cometidas en nombre de las causas más laudables, imaginadas por el "rey de la creación", cuánto naturalismo contra el antropocentrismo hirsuto y ramplón. El poeta español León Felipe lo explicaba desde el recurso de la poesía:
"Pero el hombre es un niño laborioso y estúpido
que ha hecho del juego una sudorosa jornada.
Ha convertido el palo del tambor en una azada,
y en vez de tocar sobre la tierra una canción de júbilo
se ha puesto a cavarla.
¡Si supiésemos caminar bajo el aplauso de los astros
y hacer un símbolo poético de cada jornada!
Quiero decir que nadie sabe cavar al ritmo del sol
y que nadie ha cortado todavía una espiga
con amor y con gracia.
Ese panadero, por ejemplo, ¿por qué ese panadero
no le pone una rosa de pan blanco a ese mendigo hambriento
en la solapa?".

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