mayo 11, 2020

EL BARCO INCOMUNICADO


Por:  Yenny Fernanda Urrego Pereira
Profesora Universidad del Tolima

Por estos días, posiblemente, todos estamos experimentando diversos sentimientos desde que amanece y anoche sin salir de nuestras casas y seguramente, nuestras comidas diarias se acompañan con las noticias que giran en torno a la pandemia del COVID-19 y sus efectos directos sobre la salud física y psicológica de las personas. De esta manera, nuestras pantallas están constantemente representándonos los estragos del COVI-19 sobre la economía y todas las posibles dinámicas sociales a escala global. En medio de ese mar de emociones, en esas pantallas, desarrollamos el teletrabajo, que muchas veces se solapa con las tareas del hogar y las actividades personales que antes eran tan diferenciadas y que ahora se tornan difusas en medio del trascurrir del tiempo.
Toda esa presión, probablemente se aliviana cuando recodamos que aún no hemos contraído el virus, o que posiblemente seremos asintomáticos o que presentaremos síntomas leves, o que nuestras familias están y estarán bien, o que tenemos trabajo y un sustento para nuestros hogares y también, por momentos, vuelve la luz de esperanza y comenzamos a hacer planes sobre qué hacer cuando nos volvamos a ver o cuando todo esto pase. Pero luego, vuelve a extenderse la cuarentena y vuelven las noticias de víctimas fatales y sigue apareciendo el teletrabajo y el trabajo de hogar y esto se repite de manera cíclica como si estuviéramos dominados por un virus, también informático que está generando este tipo de bucles en nuestras vidas.
Después de hacernos una radiografía de la situación generada por la pandemia, se pierden las escalas jerárquicas territoriales que usamos al hablar de lo local, lo regional, lo nacional, lo internacional; ya que la mayoría de personas en el planeta están confinadas en sus hogares y paralelamente, se enferman personas de todas las clases sociales, edades y condiciones físicas. Esa igualdad con la que nos trata esta pandemia, nos podría estar diciendo que siempre hemos estado conectados, pero por grupos pequeños, o en otras palabras, tal vez nos afectábamos de manera significativa si le ocurría algo malo a uno de “los nuestros pero, ahora, esa relación de grupos pequeños ha cambiado, ya que el uso de las mismas mediaciones tecnológicas para podernos comunicar, nos convierten en usuarios que están conectados en serie y a pesar de estar encerrados físicamente, mantenemos navegando libremente en internet y fácilmente podemos convertirnos en parte de un todo virtual, generando así una transformación de ese “los nuestros” en nosotros”.
En ese contraste entre encierro físico y libertad virtual, vuelve a surgir la necesidad de organizarnos socialmente y aparecen nuevos protocolos para atender el estudio, el trabajo, la alimentación, el descanso, la diversión, etc. Por lo tanto, antes, durante y después de implementar esos protocolos, se genera información constante de cada persona ahora vista como un objeto virtual, que puede ser categorizada en cualquiera de los tipos de poblaciones de un sistema virtual, el cual estaría determinando las medidas a implementar para conseguir la reactivación de la economía y las diferentes actividades antrópicas. Por ejemplo, hoy en día, cada vez que realizamos una llamada, nuestro celular nos recomienda instalar la aplicación CoronApp, la cual, si se instala, permitirá que el gobierno conozca su ubicación y si está o ha estado enfermo o su familia, con el fin de localizar focos de contagio. También, el CoronApp le haría una consulta médica de diagnosis inicial de manera virtual o le diría cuales son los centros de atención cercano y le haría más recomendaciones de prevención y manejo de la enfermedad.
Como se puede inferir, CoronApp ha despertado un debate o más bien un dilema, entre la privacidad y la seguridad nacional, ya que la finalidad -según lo anunciado por la misma web- es la detección de núcleos de contagio para prevenir la expansión de la enfermedad, sin embargo, el medio de la estrategia responde al panóptico “foucaultiano”. A consecuencia, muchas personas han descartado instalar la aplicación, lo cual dificulta la detección rápida de focos de contagio y esto, sumado a las falencias en la cobertura de aplicación de pruebas de contagio del virus y la lenta respuesta de resultados a nivel nacional, genera incertidumbre sobre los mismos reportes oficiales del avance de la infección.
Esta dicotomía entre el orden y la libertad genera múltiples interpretaciones al momento de implementar estrategias de evaluación. Por esta razón, es fundamental que se fortalezca el canal de comunicación entre la tripulación y los pasajeros, que de manera análoga sería entre el gobierno y el pueblo y llevado a nuestra escala universitaria, sería la información entre los profesores que ocupamos cargos directivos y los otros profesores, funcionarios y estudiantes. Debemos reflexionar que ambos grupos, somos usuarios del mismo barco La Universidad del Tolima− y que de manera rotativa seremos tripulación o pasajeros, por tal motivo, es fundamental el reconocimiento de cada labor y la renovación constante de roles profesorales.
Fortalecer la comunicación entre nosotros no es una utopía, pero es una tarea difícil debido al encierro, que ahora es físico y que antes era de tipo académico, de cada quien trabajando e investigando en su propia “parcela” de conocimiento, mientras que otro grupo de profesores quedaba absorto por la carga del trabajo administrativo. En el presente, ambos grupos de profesores y profesoras, los que ocupan cargos administrativos y los que se dedican más a la docencia y la investigación, estamos sometidos a la misma presión y tenemos las mismas necesidades, por lo tanto, ese reconocimiento de la labor ajena sería un bálsamo para todos, en especial, a los que están en la tripulación a cargo de un viaje que nunca habíamos emprendido. A fin de cuentas, vamos en el mismo barco y ese viaje puede ser corto para algunos o tan largo como el proyecto de vida de la mayoría del resto.
En mi caso, como miembro de una tripulación, seguiré dirigiendo un departamento en el cual soy la única mujer, y sí pediré información y me piden más información y entre todo ese trabajo, de alguna manera, con el aporte de cada persona, hemos podido iniciar este atípico semestre 2020A. Afortunadamente, en medio de tantos datos, vamos tejiendo lazos académicos, de respeto y reconocimiento de cada talento y conocimiento. Si esto se repite, en serie, como un antivirus, esta comunidad universitaria podrá transformar la idea represiva que tiene el dar cuentas, en informar para ejercer la solidaridad y así, darle el toque humano a lo virtual.
Desde antes de la pandemia A.P., la finalidad del reporte continuo de la información, por ejemplo, el informe sistemático de la jornada laboral docente, entre otros documentos que informan qué hacemos, ha sido alimentar sistemas de decisión que también son vigilados por nuestros estudiantes, egresados y por los órganos de control gubernamental. Este estado de información virtual parece otro estado de la materia que alimenta un sistema, y no estaremos ajenos a ello, ni viviendo en la luna. Por esta razón, estamos usando mucha información virtual y como sociedad, cada vez que usamos algo todos/as y al mismo tiempo, se genera sobrecarga del sistema. Esta sobrecarga es percibida por sus mismos usuarios y de manera colectiva, se empieza a reclamar el uso racional de la información, así como clamamos por el uso racional de los recursos naturales, una vez los vemos degradados.
Al percibir los efectos de la sobrecarga de información, es muy probable que estemos pensando en la cura a esa saturación. La solución podría ser humana y podría radicar en ponerse en los zapatos de los demás, en cambiar el “no me gusta” por “pensemos cuál sería la mejor manera” y en un acto de solidaridad con los colegas, levantar la mano virtualmente, para proponer, conversar, crear, debatir y construir. Una vez pensemos bien entre todos, el sistema ejecutará el resto.
Es tiempo de mejorar la comunicación antes que el mismo sistema virtual nos organice y es hora de construir universidad más allá del crecimiento de la parcela presencial de conocimiento. Este tipo de reflexiones han sido suscitadas desde tiempo atrás trabajando en la tripulación de la UT, y ahora tal vez como muchas personas, me pregunto desde la proa ¿Cuándo íbamos a imaginar que los delfines bailarían por las costas y bahías, como si celebraran nuestro encierro a escala global?

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