mayo 09, 2020

Salud y libertad Vs pandemia

Por: Boris Edgardo Moreno
Ingeniero Forestal Universidad del Tolima

 «La lechuza de Minerva solo levanta el vuelo al anochecer», a decir de Hegel la teoría emerge después de la realidad cumplida y así se había mantenido hasta nuestros días. Empero, en la convulsión planetaria que vivimos a causa del Covid-19, llamado habitualmente coronavirus, los filósofos contemporáneos han invertido a Hegel y han dejado que las alas de la teoría se desplieguen a plena aurora. De esta forma, hemos visto desfilar, desde el ya acostumbrado pensador del momento Slavoj Zizek hasta Jean-Luc Nancy, pasando por Agámben, Espósito… todos ellos como dice Atilio Borón con la “(…) intención de dibujar los (difusos) contornos del tipo de sociedad y economía que resurgirán una vez que el flagelo haya sido controlado.”
Desde diferentes ópticas y con múltiples cajas de herramientas, cada uno de ellos apuesta un marco teórico del acontecer que nos deparará la pandemia, entendida y comprendida como un “hecho social total”; por ende, algunos autores se atreven hablar de un mundo postcapitalista, otros muy mesurados sólo hablan de un capitalismo postneoliberal y otros del incremento del autoritarismo estatal bajo la orientación oriental. Pero igual hay que decir, que todos los analistas convergen en afirmar, que nada volverá a la “normalidad”, que estamos ad portas de un conjunto de transformaciones, pero claramente divergiendo en el tipo, magnitud y sentido de los cambios que estructuran el mundo postpandemia.
Sin desconocer de manera alguna la inmensa importancia de los ámbitos políticos y económicos en el acontecer, se debe considerar que el síntoma estructurante de la realidad actual y, por ende, del sentido común que guía el accionar individual y colectivo, es indefectiblemente la pandemia, debido a que se posesiona en la médula del pensamiento y el conocimiento, es decir, de la relación dialéctica que existe entre la vida y la muerte, así como de los canales que se derivan de ella.
El volver a tener la presencia de la muerte, en el nudo puntual de la decisión, de cualquier tipo de decisión, se interpela por una nueva capacidad (potencia), que sepa dar significado a la decisión y que construya un sentido que no dependa de negar nuestra finitud (muerte) del marco de la decisión, eso sí sin darle “sentimiento de terror, reverencia o esperanza”, pero que tampoco dependa de la simple finitud humana. Esta finitud de lo vivo, nos obliga a introducir en nuestro sentido (que como se ha dicho es común) a todas las formas de vida existentes en el planeta y, por razones que saltan a la vista, el entorno que permite que sobrevivan cotidianamente.
En este orden de ideas, se desprenden dos tareas inmediatas en el horizonte del pensamiento, la primera de ellas es aceptar que el capitalismo hace rato llegó a su término final y que su agonía se escucha claramente en este último estertor. No podemos seguir atribuyendo al capitalismo una especie de infinitud, de inmortalidad, o de entidad muerta que continúa viviendo, de ahí que sea prioritario salir en multitud a darle su merecida sepultura. En segundo lugar, es fundamental comprender que la vida tal y como la conocemos y desconocemos hasta el presente, responde a un “equilibrio dinámico” en el que lo vivo, no es más que un accionar continuo de relaciones (el entorno) que deben ser parte del pensar que estructura la decisión política de los seres humanos.
Con esto no se quiere decir que el ente químico denominado virus, por sí mismo atacó y destruyó la forma de organización social existente, o que su sino sea, inexorablemente, venir a dar la gran estocada al orden establecido. Si se pretende plantear que la pandemia ha puesto, sobre la sien del intelecto general, un cuestionamiento agudo de la filigrana que sustenta el sistema social, percibido claramente en las decisiones cotidianas que se toman a nivel individual y colectivo (donde el aislamiento social vendría a ser la menos importante), por lo cual la decisión (independientemente de la que se tome), no proviene de forma directa de lo acostumbrado, no se llega a ella por el automatismo mental instalado, sino que pasa de nuevo por el filtro de la interrogación. En otras palabras, debido a la pandemia se ha puesto de nuevo en circulación universal la negatividad de lo dado, de lo establecido y, por consiguiente, hasta lo que queda por dar y restablecer por parte del capitalismo; realmente se pone en duda hoy sus capacidades y posibilidades de constructor de presente y futuro, en su propio lenguaje, se puede afirmar que la salud y/o condición del sistema social, es precaria.
Uno de los grandes cuestionamientos que están en el juego del intelecto general es la gestión de la salud, empezando por repensar, qué debemos entender por un cuerpo sano, por fuera de la dicotomía sano/enfermo, ya que ese cuerpo sano sólo podrá darse en una concatenación con un ambiente sano, complejizando de esta forma, los elementos que participan en la construcción de una idea de salubridad que no niegue la enfermedad, capaz de sobreponerse o convivir con ella.  Al hilvanar delicadamente el cuerpo y el ambiente (natural y/o construido), como se ha expuesto, se complejiza fuertemente su relación y con ella el concepto de salud y por razones que expondremos más adelante y, por efecto dominó, se revalúa de forma diametral el concepto de seguridad.
Lo complejo emerge debido a que la salud no será ubicada en el cuerpo o en su medio circundante, sino en la relación o interacción que se da entre ellos. En otras palabras, la señal sináptica que guía la relación del cuerpo con el ambiente es indefectiblemente el con-tacto que realiza el soma con su medio, por lo que los tipos y formas de interacción se convierten en el eje del pensamiento, el conocimiento y la acción.
La interacción no sólo es biunívoca, sino que construye una red de estructuras que en su conjunto podemos llamar hábitat (si se prefiere sistema), y que por separado se conocen como estructuras biológicas, culturales, emocionales y productivas, que interactúa cada una en su interior y entre ellas, generando un sin número de interacciones que permiten plantear, que lo realmente importante son las interacciones y ellas son las que construyen las estructuras.
En este sentido, las interacciones biológico-emocionales son las que edifican los procesos de resilencia, recuperación y reconstrucción, que en su conjunto conocemos como sistema inmunológico, el cual estará definido como lo plantea muy bien Gustavo Wilches, por una salud emocional, afectiva, corporal… dada por una equilibrada interacción con el entorno inmediato o más amplio al que estamos adscritos. Este tipo de interacciones, necesitan indiscutiblemente de otro tipo de patrón de comportamiento (individual/colectivo), una gestión diferente de las interacciones y por ello también, de otro tipo de organización político-social, debido a que la consolidación de un ambiente sano (natural y/o construido), como única fuente de edificación de un sistema inmunológico fuerte, choca con la visión de una salud focalizada, exclusivamente, en los órganos, olvidando la unidad del cuerpo y sus respectivas relaciones.
Bajo esa visión se levanta un sistema de gestión sanitaria que especula constantemente con el tipo de amenazas y que vive exclusivamente de la renta de la enfermedad, de tener siempre a la gente enferma o en la angustia de una posible enfermedad, lo importante para ellos es que todos estemos medicados; desde ningún lado se trabaja en perspectiva de una “ética del cuidado”, de la protección y la conservación… Por ello, ante la aparición de una pandemia la única “salida” que les queda es el aislamiento, convertir las casas en prisiones, y en amenaza potencial a cada individuo, destruyendo de paso la capacidad de respuestas colectiva, recuperación natural (anticuerpos) y reconstrucción del entorno.
Al perder la interacción con el entorno (todo a lo que nos adscribimos) o al construir relaciones incoherentes con el medio, se hace imposible construir una política de bienestar, porque ese estar y/o sentirse bien, sólo puede acontecer en la dinámica de lo individual a lo colectivo y de lo colectivo a lo comunitario, sólo puede emerger del con-tacto con el otro o lo otro, muy claro lo tenía Baruch Espinosa cuando decía que la tristeza y el pánico aislaban y la alegría y el valor agrupaban. En otras palabras, la alegría, manifestación máxima del bien/estar, se expresa y se consolida en lo común, se podría decir que la alegría es el bien común inmaterial más importante de la existencia humana y, por ende, debe ser la verdadera medida de valor.
De igual forma, la emergencia de la alegría es una expresión inequívoca de seguridad, de percibirse, estar y sentirse cómodo con el entorno y cada uno de sus componentes. Esta seguridad al igual que el bienestar proviene entonces de las relaciones e interacciones que establecemos en la construcción colectiva que diariamente realizamos, en términos clásicos es una seguridad que se da en el tejido social, en la confianza que el otro deposita en mí, y en la que yo deposito en todos.
En este sentido, por seguridad vamos a entender y practicar una seguridad humana, una que se sienta y manifiesta alegremente. La seguridad se debe centrar en la humanidad que busca el bienestar y no hay bienestar sin salud, alimento, vivienda y participación. Esta seguridad se preocupa por la forma en la que vive la gente y la vida de ellos y ellas con su entorno, la libertad con la cual se pueden generar diversas opciones, el acceso a los bienes necesarios para la vida, la distribución de las oportunidades, el trámite del conflicto y la construcción de la paz.
En resumen, la nueva seguridad que debe ser implementada, se relaciona con la salud y bienestar, es por ello por lo que se hace importante una seguridad que se entiende en relación con la vida y salud de los ecosistemas, una seguridad que es preventiva, no reactiva, ni coercitiva.
En este significado y sentido de seguridad, podemos ver con claridad, que uno de sus primeros elementos o componente es la alimentación, desde su producción soberana, como la producción sana de los alimentos, así como el tipo de alimentos que debemos consumir los seres vivos, en aras de consolidar una relación de armonía en el entorno. Ya lo han estudiado y demostrado los inmunólogos que una dieta alimenticia adecuada, balanceada y sana es la fuente primaria para fortalecer el sistema de defensas, además del respiratorio, digestivo y aunque no se crea, de las emociones. De ahí que, los llamados a fortalecer el campo y reorientar las formas de producción y el tipo de productos sean los más acertados para el momento político, es indiscutible necesitamos más tubérculos, hortalizas, especias… y menos, pero muchos menos, azúcar y bebidas azucaradas.
Bajo lo anteriormente mencionado, encontramos que una interacción equilibrada en el entorno, es el resultado de otra visión, conceptualización e integración de la salud, inmunología, seguridad y bienestar. En síntesis, urge una nueva apuesta en común, donde lo vivo sea lo realmente importante, donde el trabajo vivo tenga mayor valor que el trabajo muerto, sin lugar a dudas una política de-vida.
De la transformación que debe existir de lo individual a lo colectivo y de ahí a lo común de la comunidad, se podrá reconstruir el concepto y significado de la Política, debido a que, bajo la emergencia de las integraciones expuestas anteriormente, se podrán realizar los cambios necesarios que necesita urgentemente nuestra casa en común para seguir preservando la vida humana.
Esta nueva Política definirá nuevos valores y nuevas acciones, cambiando completamente su razón de ser; en primer lugar, se reemplazará el poder como su objeto de ser, para colocar la vida en común como su horizonte y fuente de producción. En segundo lugar, se les dará a los colectivos (barrios, veredas, asociaciones…) su potencia y capacidad decisoria, ya que el palpitar de esta Política se encuentra en las interacciones y serán estos colectivos los encargados, no sólo de su realización, sino de su necesaria transformación a lo comunitario.
Finalmente, la capacidad de acción ya no dependerá de la cohesión de un sector sobre el otro, sino de la capacidad conectora de los patrones de red que se construyan, de esta forma, lo común no emergerá de la adscripción identitaria, sino de compartir una diferencia complementaria, donde, como dice Esposito, no existe sujeto de derechos, si no sujeto de deberes.

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