mayo 17, 2024

Universidad Nacional: ¿democracia o caos?

 


Por: Carlos Arturo Gamboa Bobadilla

Docente Universidad del Tolima

 

Desconocer lo que piensa la comunidad universitaria no es el mejor camino para gobernar una institución educativa. Pero, hacer a rajatabla lo que la comunidad desea, tampoco; sobre todo porque es imposible tener consensos definitivos sobre el rumbo que debe adoptar una institución pública. ¿Qué hacer entonces?

Hay que empezar por entender que las formas de gobernanza están en constante ebullición, mientras que las normas tienden a petrificarse rápidamente, impidiendo que las nuevas tensiones sociales y culturales se incorporen a la vida institucional.

En ese sentido, el problema de la elección de rector en la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) refleja el momento de tensión que viven las Instituciones públicas educativas de todo orden en Colombia. Después de muchos años de ser gobernadas bajo unos principios "democráticos" estólidos, se enfrentan a la posibilidad de ahondar en la participación como estrategia de gobierno. Para lograr lo anterior se requieren reglas claras que permitan trazar rutas de participación de sus actores, entender hasta dónde va el campo de acción de cada actor y cuáles son sus límites. Lo anterior se enfrenta a un dique construido con muchos años de burocratización de la vida universitaria, en especial desde que se aprobó la Ley 30.

Otro aspecto clave en esta construcción es la vocación democrática de la comunidad, entendida como la capacidad de concebir el papel individual y colectivo en la solidificación de la gobernanza. Entender el sentido máximo de una Institución Educativa pasa primero por comprender que el bien individual está debajo del bien colectivo y que el bien colectivo jamás debe estar por encima del bien social.

Así, la ecuación resultante es sencilla de enunciar, pero supremamente compleja de llevar a la práctica. ¿Cómo construir mecanismos de cooperación que permitan una participación real y al mismo tiempo preserve lo público como valor máximo? Existe un camino viable, pero es lento y tortuoso, se trata de trabajar con la comunidad y que sea la comunidad quiénes construyan esas rutas, mecanismos y normas, para que luego sean institucionalizadas. Es decir, el camino es educarnos en democracia para construir democracia. La solución hace parte del campo de la pedagogía política.

Ante ese panorama, la realidad actual de las universidades públicas colombianas demanda certezas contundentes y apertura a la construcción colectiva. Muchos años de juegos de poder al interior de las universidades han creado castas dedicadas a configurar formas obtusas de llegar o mantenerse en el poder, como se hace evidente en las últimas líneas de gobierno de la UNAL. A ello ha contribuido una interpretación acomodada, en muchos casos, de la Autonomía Universitaria.

Pero al mismo tiempo, esos juegos de poder han estado amparados por los gobiernos nacionales de turno, quienes desean una universidad al servicio de sus ideologías o intereses políticos del momento. Así se configura el triángulo que asfixia la democracia: la comunidad y sus múltiples intereses, la casta gobernante y los intereses estatales.

Si la casta gobernante se perpetúa a toda costa, termina por sofocar cualquier intento de renovar la democracia al interior de las instituciones, generando un clima de anormalidad normativa. La comunidad tiende a aceptar la derrota en los procesos electorales, lo que al final es una regla implícita en una apuesta democrática. Lo que no acepta una comunidad es que las reglas se acomoden para favorecer los intereses del momento. El continuo desconocimiento de las consultas en la UNAL es claro ejemplo de ello.

Por otro lado, si la comunidad no tiene claros sus límites y roles en esta construcción democrática, confundirá participación con decisión, ya que las instituciones tienen formas de participar, pero al final alguien debe asumir las decisiones y las acciones legales de una comunidad universitaria no pueden ser firmadas por todos los actores, pero sí legitimadas porque pertenecen al orden de la apuesta colectiva. Por decirlo de otra manera: el rumbo de un barco puede ser concertado por la tripulación, pero el timón se le delega a un experto que sepa de navegación.

Por su parte, el gobierno central debe dotar de garantías a la Institución Educativa para que navegue en busca de los intereses sociales máximos: en este caso que la Universidad cumpla su función como estructura de formación social, cultural y económica de una nación. Debe darle rutas claras sin cohesionarla en su andar, algo que ningún gobierno anterior ha entendido a cabalidad y que el actual parece tampoco ha logrado descifrar, puesto que los síntomas de intervención delatan la imposibilidad de un diálogo franco que active la necesaria transformación.

En la UNAL se encuentran, en este momento, las tres tensiones: una comunidad que se siente birlada, una casta que se niega a ceder los escenarios de poder y un gobierno sin rutas claras de acción que se encamina a hacer lo que siempre han hecho los gobiernos de turno, imprimir su sello a toda costa.

Si los roles de los actores no están claros, llegamos a un escenario como el que actualmente se está configurando: democracia o caos.

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