Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Los hechos confirman las hipótesis, el juego del gobierno colombiano frente a la Universidad Pública está claro, quiere desposeerla de su abolengo y dejarla al servicio del mercado. Lo que se denomina ambiguamente como reforma no es más que una vulgar adaptación al sonsonete del constante cambio. ¿Cambiar para qué? Lo que la Universidad pública requiere es una transformación desde sí y para sí, recuperar su sentido existencial en un mundo profundamente desigual que no le da respuesta a los dramas sociales. Desposeer a la Universidad de su reto de construir saber y enmarcarla en los mecanismos de producción, no es más que otra estrategia del marketing para «condicionarla».
Como lo expresa Derrida: “Esta universidad sin condición no existe, de hecho, como demasiado bien sabemos. Pero, en principio y de acuerdo con su vocación declarada, en virtud de su esencia profesada, ésta debería seguir siendo un último lugar de resistencia crítica -y más que crítica- frente a todos los poderes de apropiación dogmáticos e injustos”. Esa es la tensión central, lo que hoy está en juego es la existencia de la Universidad como bastión crítico. La «Universidad tomada», como en el cuento de Cortazar, cerrará el espacio a las mentes críticas y albergará definitivamente a los sujetos sin criterio quienes trabajan desde hace años, escuetamente, en la consolidación de la relación: Universidad-Empresa-Mercado; muchos de ellos sin valorar el modelo desigual que atenaza el mundo y cuya crisis encenderá las llamas del descontento general.
Para el Estado, o lo que queda de él, la lógica es impuesta desde afuera, desde los planes globales cuyo imperativo es que: “No es suficiente con adecuar la Universidad a las exigencias del mercado, es necesario también que la institución entre en el ciclo productivo. La Universidad es un lugar evidente de creación de valor. En una economía basada en el conocimiento, tanto la educación especializada como la investigación avanzada son elementos que producen valor”. (Xulio Ferreiro Baamonde), y allí el pensamiento crítico se convierte en una barricada, por lo tanto la estrategia se basa en apropiarse del espacio intelectual, cercenar la autonomía y condicionar la Universidad a los indicadores de la falsa calidad. Los tres elementos se ven en la estrategia actual del Ministerio de Educación en Colombia.
De los indicadores de calidad mucho se ha hablado, creando la falsa ilusión que al cumplirlos la calidad aparecerá por obra y gracia de los discursos; nada más falso, el simulacro del Consejo Nacional de Acreditación (CNA) consiste en validar programas sin profesores de planta, sin currículos que respondan a problemas reales de la sociedad, sin los mínimos soportes, lo importante allí son conceptos como cobertura y puntos de equilibrio.
Por otro lado, la apropiación intelectual se ha venido gestando desde antes de la promulgación de la Ley 30, pero se hizo más evidente cuando mediante un antiguo postulado conductista se empezó a manipular al docente universitario con prebendas económicas por su “producción intelectual”, pero no es el saber crítico quien recibe el reconocimiento, sino aquel que responde a las demandas, indicadores y simulaciones, como sucede en la mayoría de los casos de la tan mentada indexación. Si hablamos de la «Universidad condicionada”, uno de los sujetos que la habita y la hace realidad es el “docente condicionado”.
Con respecto a la autonomía, parece ser un concepto que sólo existe en el mundo de las ideas, porque en las prácticas universitarias el CNA con sus dispositivos de control y el entramado burocrático de la financiación y gobierno, han sumido la Universidad bajo los cordeles de la manipulación. No es la comunidad universitaria la que define el rumbo de la Universidad, de nuevo el afuera condiciona el adentro, y mucho de ese mundo externo está presente en la Universidad y su objetivo es terminar de someterla. Si la Universidad decide pensarse a sí misma, lo que estaría haciendo es recuperando esquirlas de la autonomía fragmentada.
Como dije al inicio, los hechos confirman la hipótesis. El Ministerio de Educación Nacional seguirá manipulando los gobiernos Universitarios para que cumplan la tarea de adocenar las pocas expresiones críticas que sobreviven. Los casos de las elecciones de rectores recientes en la Universidad de Antioquia y La Universidad Nacional, lo demuestran claramente. Los mayores contradictores en el debate nacional frente al proyecto de reforma, y que tenían apoyo suficiente de la comunidad académica para ser representante de sus derroteros, fueron excluidos bajo la lógica de un gobierno que desea instalar sus alfiles para la partida final. Así lo seguirá haciendo en las otras Universidades Públicas, debido a que los Consejos Superiores están al servicio de esa maniobra.
En ese escenario y develando el sendero premeditado del Ministerio y el Gobierno, cabría preguntar si tiene sentido el diálogo y la concertación, la construcción de una nueva ley de educación superior y la apuesta al debate abierto cuando ellos decidirán el contenido final. ¿Podrá la MANE ejercer una fuerza de trasformación real, o será un convidado de piedra? ¿Acaso el proyecto nacional para la paz no condicionará el tema de educación superior a una agenda, como un punto aislado del gran drama social que vive el país?
La Universidad Pública una vez más está amenazada, no es ya para condicionarla, ya lo está, esta vez es para despojarla de sus últimos intersticios de pensamiento crítico, para someterla definitivamente al mercado, y no se ahorrará esfuerzo en ello, incluso renovarán sus discursos sobre terrorismo y vandalismo que tanto apego tiene en el mundo de la seudo-democracia. Quizás debamos recordar aquí la idea de la Constituyente Universitaria como: “Una acción política de autodeterminación de la comunidad para la transformación de la educación universitaria, a través de la participación directa de todos y cada uno de nosotros; con el fin de construir un espacio educativo autónomo, fundamentado en la democracia profunda”, porque ante la amenaza debemos recordar que “Incurrir en el pecado del silencio cuando se debiera protestar, hace cómplices y cobardes a los hombres” (Zhou En-lai)
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