marzo 07, 2017

Reír para no quedar atrapado en las vanguardias

Por: Carlos Arturo Gamboa B.
No es extraño encontrarnos de plano enredados en la disputa del valor del arte contemporáneo: ¿Ha decaído el arte? ¿Se ha desdibujado la estética? ¿Son tantas las expresiones del arte actual que es imposible de encasillar? Estos y otros interrogantes pululan en las academias y en los círculos artísticos y estas preguntas, al parecer, llevaron a Enrique Vila-Matas a construir su divertida novela Kassel no invita a la lógica.
La historia es sencilla en su relato: un escritor catalán (el mismo Vila—Matas quizás) es invitado al festival de arte vanguardista Documenta 13, festival que se celebra cada 5 años en la ciudad de Kassel (Alemania). Hasta ahí todos los elementos son reales, existe el escritor, el festival y la ciudad, pero no debemos olvidar que estamos en manos de un narrador que altera la realidad, eso es novelar.
El papel que debe cumplir el escritor consiste en sentarse en un restaurante chino a «escribir», permitiendo que los asistentes (al festival y/o al restaurante) lo contemplen e interactúen como si fuese una instalación. Ante muchas dudas termina por aceptar, viendo en ello la posibilidad de adentrarse en lo desconocido y en explorar el real valor del arte de vanguardia; para lo cual también solicita que le sea permitido dar una charla a la que titula: “La conferencia sin nadie”. Ya entonces el fino humor que construye la ironía se abre como gran agregado de la historia.
La ciudad de Kassel se nos dibuja, entonces, como el epicentro universal de la vanguardia, que durante cien días acoge a los artistas más novedosos del planeta con el único fin de renovar el arte, de abrirle nuevas posibilidades a las interpretaciones; eso lo va entendiendo el escritor a manera que des-anda la ciudad como si estuviese intentando descifrar las reglas de un nuevo juego, porque “era perfecto jugar a algo tan ilógico en una ciudad como Kassel, que no invita a la lógica porque no estaba relacionada con ella, pues exigía a los creadores invitados moverse por los parámetros vanguardistas de una locura de altura” (Vila-Matas, 2014, p. 250). Día a días, rehuyendo su oficio de instalación y apostándole más por convertirse en visitante de este gran museo-ciudad-instalación, el narrador-personaje nos involucra en sus propias divagaciones sobre el arte, sobre el sentido del arte en la sociedad y sobre el valor de lo artístico en un planeta en declive. Él también duda, como dudamos los lectores, sobre la real “calidad estética” de los juegos que múltiples autores instalan en la ciudad, pero de alguna manera va descubriendo la forma irónica que el arte usa para burlase o autorrepresentarse. Es como si cada obra necesitase un marco teórico para existir, o como, siguiendo los intereses posmodernos, el arte solo existiera si existe un sujeto que valora el “objeto” como arte. Veamos un ejemplo, -muchos que abundan en el texto-, que construyen la trama decorativa de esa búsqueda por el significado del arte, en donde aparentemente no hay arte; o la reivindicación psicótica del arte en donde indudablemente no existe:
(…) estaba empeñada en hablarme de una obra ya antigua de Ceal Floyer que le había gustado mucho; la había visto hacía tres años en Berlín y se titulaba, si no recordaba mal, Overgrowth, y era un bonsái fotografiado desde abajo y proyectando una diapositiva que aumentaba la imagen al tamaño de un árbol, como queriendo situar al espectador por debajo, o bien al bonsái por encima, o ambas cosas. Le pareció, dijo Boston, una forma maravillosa de desmontar el acto estúpido de haber manipulado un árbol para que permaneciera enano. La obra de Ceal Floyer le restauraba el tamaño al tiempo que alertaba de la cantidad de gente siniestra que en la vida nos salía al paso para tratar de pulverizar, fueran las que fueran, todas nuestras aspiraciones. (p. 281)
¿Estamos ante una obra que amplía su significado desde lo cotidiano o simplemente estamos ante una especulación del tamaño del Titanic? Ese es el juego al que invita la novela, la cual, a manera de intertexto, combina en cada página citas de obras, autores, dialogando constantemente con la tradición, para descubrir que quizás “cuanto más de vanguardia es un autor, menos puede permitirse caer bajo ese calificativo”. (p. 9)
Y así, entre elucubraciones que a veces se tornan pastosas, citas que pueden saturar el texto, narraciones demasiadas al detalle de las obras de arte y repeticiones narrativas, Vila-Matas lo que busca es hacernos reír, quizás porque él sabe que todos esos debates sobre el arte son tan infructíferos como los que en siglos anteriores ha dado la humanidad sobre el tema. Por eso, la novela Kassel no invita a la lógica, se me antoja como una gran carcajada con referentes epistemológicos, porque “La risa no nace nunca sino de la percepción repentina de la incongruencia entre un concepto y los objetos reales que en algún respecto se habían pensado con él, y ella misma es la simple expresión de la incongruencia”. (Schopenhauer, 2004, p. 109)
Y la risa final llega con el surgimiento de la ironía, esa risa que nos frunce el ceño y llama a seria reflexión; es cuando entonces entendemos que sin importar a lo que nombremos arte, sigue, “eso nombrado”, siendo esencial para lo humano:
¿Quién había dicho que el arte contemporáneo estaba de capa caída? Sólo los intelectuales de países incultos y deprimidos como el mío podrían llegar a pensar este tipo de barbaridades. Europa había muerto, quizás tenía razón la joven Kassel en su riguroso luto, pero el arte del mundo estaba muy vivo, era la única ventana abierta que les quedaba a los que todavía buscaban la salvación del espíritu. (Vila-Matas, 2014, p. 273)
Seguro que la novela tendrá muchas aristas para ser estudiadas, su complejidad y simbolismo así lo permiten, pero me quedo con la risa que provoca, con la invitación a no ser tan serios al momento de valorar el arte, porque quizás estemos negando el valor lúdico que es la esencia primigenia del artista: nada se puede crear sin atreverse al juego y a la risa, solo de esa manera podemos no quedar atrapados en la búsqueda infructuosa de la vanguardia.

Referencias bibliográficas

MARTÍN, Jorge. (2011). El humor y la ironía en La Risa de Henry Bergson. En: Revista Filosofía UIS. Volumen 10. No 1, pp. 143-159.

SCHOPENHAUER, Arthur. (2004). El mundo como voluntad y representación I. Madrid: Editorial Trotta.

VILA-MATAS, Enrique. (2014). Kassel no invita a la lógica. Barcelona: Seix Barral. Biblioteca breve.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encanto tu texto igual me quedo con el arma más inteligente un abrazo.

cecilia caicedo jurado

CARLOS ARTURO GAMBOA dijo...

Ni tampoco hay que ser "tan serios", mi estimado Carlos Arturo, "al momento de valorar" la literatura. No he leído la novela, pero me parece que parte del prejuicio de que todo el arte contemporáneo es una estafa. Hay estafadores, claro, y todos los sabemos, como los hay en la música, el cine, la política, la economía y etcétera. En arte, hay los que le echan las culpas a Marcel Duchamp, el "gran padre" de los estafadores. Es como decir que dado que Trump pertenece al partido Republicano y ha resultado ser un payaso, el republicano Lincoln también es un payaso. Ojo, el anterior no es el argumento de los alarmistas, sino mi coartada. En las artes visuales la confusión es de tal magnitud, que la argumentación alarmista empieza a tener el sabor de la estafa que pretende denunciar.

Las cosas, en verdad, son un poco más simples. Los artistas miméticos, en cuanto segundones, han sido siempre débiles y ante todo patéticos. ¿No será que estamos atravesando una era de arte poco creativo porque los segundones lograron tomarse el mercado, es decir, la Dokumenta, la Bienal de Venecia, los museos y las más influyentes galerías comerciales? Desde hace años tengo la sensación de que lo que veo como arte contemporáneo de gran mérito es algo que ya antes había visto; con pequeñas variantes, claro está. Los mediocres no copian nunca al pie de la letra, pero sí al pie del tema, el lenguaje, el punto y la coma de la obra que admiran.

Carlos Arturo, te dejo esta inquietud y gracias por compartirme tu comentario sobre la novela de Vila-Matas. Si se me atraviesa por ahí, la leo, aunque te confieso que lo haré con cierta prevención en cuanto a su (posible) descalificación del arte contemporáneo. Arte malo se ha hecho siempre. Copistas ha habido siempre. La diferencia, hoy, es que el arte malo y la copia pasan por arte bueno y absolutamente original. Nada raro: los políticos corruptos nos aseguran, por su parte, que son transparentes y honrados. ¿No será que la era de las simulaciones se halla en su apogeo?

Mi cordialísimo saludo. Creo que nos veremos pronto en Cartagena y retomaremos entonces este tema. Un abrazo, ÁLVARO

Álvaro Medina