enero 12, 2014

EL RETORNO DE LOS FÁMULOS



Por: Carlos Arturo Gamboa B.
En Fausto, obra literaria que es reconocida como la más importante que abre las puertas del siglo XVIII en Alemania, se nos presenta la figura de un hombre ambicioso por el conocimiento cuyo deseo de encumbrarse sobre el mundo lo lleva a pactar con el mismo demonio: Mefistófeles. A través de múltiples personajes reales y alegóricos, Goethe da cuenta de esa Europa que se debatía todavía entre los vestigios de una Edad Media y la posibilidad de la modernidad, y en ese escenario da vida a un personaje que es objeto de la presente reflexión: el fámulo.
Dicha figura sólo fue posible con el advenimiento de la modernidad y el deseo de razonarlo todo, porque es allí en donde se encumbra la imagen del científico; el fámulo es un ayudante pobre que a cambio de ciega obediencia, servidumbre, adulación y comportándose como un estudiante esclavo, es protegido por el maestro. En obra de Goethe aparece como Wagner, un asistente obcecado quien muestra una reverencia desmedida por su maestro, quizás debido a que esa reverencia le garantiza la manutención; así se expresa de su protector siendo consciente de las distancias: “ (…) la elocuencia labra el éxito del orador. Bien lo comprendo: todavía estoy muy atrasado” (Goethe, 2000, p. 28); pero no es este el mismo sentir de Fausto, para quien Wagner es una figura insignificante quien solo debe velar para que se cumplan los oficios domésticos de su gabinete de estudio. Así se expresa el científico de su ayudante: “(Llaman a la puerta) ¡Maldición! Bien lo sé…es mi fámulo. Mi más bella felicidad se reduce a la nada. ¿Por qué ha de venir ese árido socarrón a desbaratar este mundo de visiones” (p. 27).
Pasado los años, Wagner se nos muestra como un experto que posee sus propios fámulos: “¿Quién no conoce al ilustre doctor Wagner, hoy día el primero en el mundo sabio? Él sólo es quien lo sostiene, él que diariamente enriquece la ciencia” (p. 198); de esta manera queda explícito que la ciega obediencia garantiza llegar a la cumbre más alta en estos escalones de la ciencia, no es contradiciendo a los amos que un día se llegará a ser amo de otros lacayos aprendices. Wagner ahora ha experimentado dando vida al Homúnculo, un hombre miniatura que habita en una especie de frasco transparente, que tiene muchos conocimientos pero no tiene vida humana; esta especie de ser fantasmagórico era una de las metas de los alquimistas. En esa continuidad de sucesiones ahora el Homúnculo desplaza a Wagner, y ante la posibilidad de emprender nuevos viajes al lado de Mefistófeles en busca de conocimientos, así se dirige hacia su creador, a quien antes había llamado padre y ahora abandona:
Tú te quedas en casa para hacer alguna cosa de mayor importancia. Despliega los viejos pergaminos; junta según las reglas, los elementos vitales y con cuidado combínalos unos con otros. Considera bien el porqué y considera más aún el cómo. En tanto yo recorro una pequeña parte del mundo, descubro tal vez el puntito sobre la i. Entonces se ha logrado el principal objeto. Un esfuerzo tal bien merece semejante recompensa: oro, honores, gloria, vida sana y dilatada…y también, quizás, ciencia y virtud. Adiós (pp. 207-208).
De esa manera esta pequeña creación da lecciones. Si Fausto y Mefistófeles recompensaron la obediencia de Wagner hasta encumbrarlo con el título de doctor, el Homúnculo sabe, como creación científica, que lo de menos es el conocimiento, lo vital es el usufructo de ese saber.
Ahora en pleno siglo XXI, hijo del siglo de la razón científica, cuando el ser humano ha dado muerte a esas elucubraciones metafísicas de dioses y demonios, aún los fámulos siguen vivos, iguales de esclavos y lacayos de la ciencia. Ansiosos por obtener los pergaminos que los acrediten como doctores y sabios, cada día se arrodillan ante otros supuestos sabios, en una especie de escalera que les permite ascender los falsos escalones que fue creando la ciencia. Ayudantes de doctores que obcecadamente guardan silencio, califican trabajos, cubren a sus maestros en esas labores mundanas del laboratorio o del aula de clase y escriben sus artículos para las revistas en donde se auto-elogian los mercaderes del saber, saben que su obediencia les garantizará un lugar en ese oscuro territorio en donde lo de menor importancia es el conocimiento.
Al final el sueño del ser humano de hacerse superior por medio del conocimiento solo fue un sueño alterado por la ansiedad, una nueva forma de esclavismo de la pulsión humana, porque como lo dijo Mefistófeles: “Si no te descaminas, nunca llegarás a la razón. ¿Quieres nacer? Nace a tu propio arbitrio” (p. 231). Esa es la tragedia de los discípulos obcecados y obedientes, que no conocerán nunca el valor de la autonomía, y solo pueden aspirar a ser doctores sumisos a la ley científica y sus normas reguladoras.
Estamos ante el retorno de los fámulos, los vemos caminar encorvados sirviendo a su profesor con título de doctorado, a su líder político, a su jefe. Los fámulos van por montones, sin preguntar, sin contradecir, sin chistar una palabra porque añoran un día ser los amos, ser doctores, obtener el puesto del jefe, pero solo serán la evidencia moderna de que fracasó el proyecto de la Ilustración.

Referencias
GOETHE, Johann W. (2000) Fausto. Traducción y notas J. Roviralta Borrel. Panamericana Editorial Limitada. Barcelona: España.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por compartir y recordar asi sea pasajes de las grandes obras que tienen vigencia ya que el ser humano suele evolucionar poco, asi su entorno cambie mucho.
Felicidades y exitos.

Elmer Pérez

Anónimo dijo...

gracias!! Siempre he pensado lo mismo, desde la primera vez que leí el Fausto.
Saludos,
María Cecilia

Anónimo dijo...

Compa:
La berraquera. Gracias por compartirme la buena carreta

hector manuel galeano arbelaez

LA PIEDRA ANGULAR dijo...

Muy interesante. Has puesto el dedo en la llaga, pero es que este no es solo el fracaso de un proyecto educativo, sino que es la misma naturaleza corrompida del ser humano que deja o abandona su dignidad como ser humano para convertirse en "esclavo de su codicia desmedida", inclusive llegando a lisonjear a personas con un estatus social o económico superior en detrimento de su propia autonomía. Ahora bien las personas hacen lo que la sociedad carente de valores les enseña, y ponen en practica el adagio popular que dice "el que no tranza no avanza". Razón tiene la Biblia cuando dice "El crisol prueba la plata, y la hornaza el oro, Y al hombre la boca del que lo alaba". Proverbios 27:21.