agosto 24, 2013

PROFETA EN MI TIERRA



Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Suele dar ganas de marcharse. El mundo como invitación a la sed del errante ofrece la incertidumbre y por lo tanto la pasión. Hoy cuando es fácil acceder, mediante el Aleph de los medios virtuales, a muchos rincones inhóspitos del planeta, el deseo de viaje parece delirante. Queremos ir a constatar que esas imágenes son reales, que se corresponden con el mundo de lo concreto.

Muchos se van. Unos en busca de fortuna, guiados por la luz amarilla de las promesas de progreso. Otros sedientos de encontrar en las cunas de la civilización las claves del futuro. Se va el muchacho de rostro desolado a buscar  oportunidades en cualquier esquina de cualquier ciudad, se va el aprendiz de escritor a rebrujar en la historia de las palabras, como si visitar mansiones, calles y bares de antiguos gurús le concediera el hálito de las posibilidades. Se va el profesor a formarse en las grandes ecoles del mundo, buscando diplomas que le garanticen la superioridad del saber. Se va el polizonte bajo el manto oscuro de su exilio, se va el pintor rastreando las pinceladas de Van Gogh, se va el músico tras la lira que Nerón tocaba mientras ardía Roma. Se va el hombre que gritó libertad en el parque y a cambio recibió un domicilio de fusiles. Se van por montones a poblar un mundo, como siguiendo el antiguo mandato del Génesis: “llenad la tierra, y sojuzgadla”. Todos dicen no ser profetas en su tierra.

Otros nos quedamos. Atados al suelo repleto de esencias ancestrales. Buscando el zumo y la magia del mito asesinado en los tejados de la posmodernidad. Ya lo dijo Roa Bastos: “Ni cosmopolitismo es universalismo, ni localismo, su negación”. Hay tanto que hacer aquí bajo mis plantas que me faltarían reencarnaciones para transformar algo. No hay sino una vida, dicen los que se marchan, y ellos la quieren gastar en aviones, trenes y calles de enormes ciudades. Irse o quedarse, he ahí el dilema. ¿Irse por el mundo y jamás haber partido? ¿Quedarse y jamás habitar el territorio? Desarraigos, errancias, quietudes, exilios. Síndrome de la expulsión del paraíso, deseo de retornar al útero.

Ir y volver. Péndulo de la existencia. Sólo que aún creo posible ser profeta en mi propia tierra, al fin y al cabo, ya lo dijo Roa Bastos hablando de la obra de Rulfo y Borges: “Los escenarios importan poco, o importan sólo en la medida en que la cosmovisión personal, las esencias culturales de cada uno, contribuyen a condensar sus experiencias simbólicas, los mundos de su imaginación mítica”.

Entonces me quedaré mientras regreso.

1 comentario:

lorena anaya dijo...

tal vez, algunos no seamos profetas en nuestra tierra, a causa de nuestro mismo destino impuesto por nuestras acciones, sin embargo no creo que yendonos a otras latitudes logremos fundir nuestros conocimientos y cocinar mas cultura que la que deseamos arraigar en la tierra que nos vio crecer...y donde debemos morir. hay que crecer y retornar a lo que nos pertenece para asi mismo dejar a nuestras generaciones una esperanza de triunfo y huella, sea el que sea nuestro exito personal.