abril 22, 2013

CULTURA Y UNIVERSIDAD



Por: Julio César Carrión Castro

“¡Válame Dios! -dijo a esta sazón el barbero burlado- ¿Qué es posible que tanta gente honrada diga que ésta no es una bacía, sino yelmo? Cosa parece ésta que puede poner en admiración a toda una universidad, por  discreta que sea. Basta. Si es que esta bacía es yelmo, también debe de ser esta albarda jaez de caballo, como este señor ha dicho…”
El debate del yelmo de Mambrino
(Capítulo XLV- Primera parte de Don Quijote de la Mancha) 

El ya viejo ideal de la modernidad, que prometía apartar a los seres humanos del temor y de los mitos hasta alcanzar una sociedad alejada de todas las formas de represión, conformada por individuos ilustrados, autónomos y emancipados, capaces de valerse de su propio entendimiento, hoy ha decaído, frente al triunfo inobjetable de nuevos mitos, encarnados esta vez en la razón tecnológica. El camino hacia el desencantamiento del mundo, iluminado por la razón, devino en fe ciega hacia la ideología del progreso, entendido como el fortalecimiento del mundo de las cosas y el extrañamiento del mundo de la vida.
El entusiasmo generalizado por el desarrollo tecnológico, que triunfa en todos los ámbitos sociales, y particularmente en el mundillo académico y universitario, debe ser axiológicamente confrontado precisamente en estas casas de estudio, presentando la subjetividad, que encarna la dimensión estética, como una auténtica posibilidad para la construcción de la felicidad humana, más allá de la integración, de la homogeneidad, del uniformismo y de la extinción del individuo, bajo el poder de las masas, como hoy lo impone la razón instrumental y tecnocrática.
Freud planteaba en El malestar en la cultura, que el destino de los seres humanos depende, fundamentalmente, de la capacidad de la cultura para contrarrestar la violencia y la agresividad. Decía que corresponde a la dimensión estética (simbolizada en la figura mitológica de Eros) confrontar las fuerzas destructivas de la guerra y de la muerte (representadas por una criatura hija de la noche denominada Tánatos), que ejercen enorme presión sobre los individuos y sobre la sociedad, debido a la interiorización generalizada de los sentimientos de culpabilidad, que pesan sobre todos los mortales.
Las conclusiones de Freud en ese texto tienen plena validez y vigencia: el destino de la especie humana -afirma- será decidido por la circunstancia de si -y hasta qué punto- el desarrollo cultural logrará hacer frente a las perturbaciones de la vida colectiva emanadas del instinto de agresión y de autodestrucción. En este sentido, la época actual quizá merezca nuestro particular interés. Nuestros contemporáneos han llegado a tal extremo en el dominio de las fuerzas elementales que con su ayuda les sería fácil exterminarse mutuamente hasta el último hombre. Bien lo saben, y de ahí buena parte de su presente agitación, de su infelicidad y su angustia. Sólo nos queda esperar que la otra de ambas «potencias celestes», el eterno Eros, despliegue sus fuerzas para vencer en la lucha con su no menos inmortal adversario. Mas, ¿quién podría augurar el desenlace final?...”
La cultura, en su múltiple y universal significado, particularmente desde la dimensión estética que ella comporta, debería ser el elemento fundamental para dicha confrontación, procurando alcanzar en el espacio universitario, la formación tanto individual como social. Ello se alcanzaría mediante la promoción un nuevo tipo de educación, de un nuevo proyecto pedagógico, conducente a la reconstrucción de la perdida unidad de los seres humanos -hoy despedazados al arbitrio de los intereses del mercado, del consumo, de la productividad y agobiados con los falsos principios de la eficiencia, la eficacia y  la rentabilidad- y, al mismo tiempo, para  lograr la interacción efectiva de las personas con la comunidad y el entorno local y regional.
Para este nuevo proyecto educativo la construcción permanente de lo cultural, ha de significar, no sólo esa fatigosa búsqueda de los códigos de la modernidad y los aprendizajes básicos de una convivencia social basada en la competitividad, sino, una nueva opción para la dimensión estética, los saberes subyugados, las culturas populares, los imaginarios colectivos y todas aquellas formas alternativas de cultura, que sobreviven en un país multiétnico y pluricultural, a pesar del enorme peso específico de la homogeneización, del “pensamiento único” y del uniformismo cultural que imponen la globalización y la geopolítica de las transnacionales del poder del miedo y del conocimiento.
Entendemos que lo cultural no siempre ha logrado comprometer efectivamente al sistema educativo y menos aún a la educación superior, que en las universidades colombianas no se contribuye efectivamente a la construcción de la cultura. Así vemos, por ejemplo, cómo en los ostentosos y publicitados “planes de desarrollo” de estas instituciones, no se toma en cuenta el eje humanístico de la proyección cultural y política, ni se busca la necesaria intercomunicación con los imaginarios y los sectores populares, porque en estos “planes de desarrollo”, cargados de buenas intenciones compensatorias y remediales, sólo se observa un pormenorizado listado de lugares comunes con los cuales se pretende, exclusivamente, satisfacer los requerimientos establecidos para la “certificación” impuestos por los organismos burocráticos de control y por las entidades prestamistas internacionales.
Se vive ya en estos  guetos universitarios la percepción orwelliana de que “la guerra es la paz, la libertad la esclavitud y la ignorancia la fuerza”, consigna que se promueve mediante una regulación pormenorizada de las actividades, fijadas desde los lineamientos curriculares con sus estándares de calidad, la llamada evaluación de competencias y las indexaciones. No obstante asumimos obstinadamente -a pesar de todas estas carencias, deficiencias y hasta malas intenciones-, que una de las tareas fundamentales del quehacer universitario -más allá de los mandatos imperiales- ha de ser, precisamente, permitir que “el eterno Eros, despliegue sus fuerzas”, para vencer a su adversario Tánatos -la muerte-, establecido como principio de autodestrucción presente en los quehaceres cotidianos de esa visión profesionista que se difunde en las universidades, con la institución del nihilismo como habitual forma de conducta humana, con la banalización del mal y el constante rito en torno a la trivialidad que lleva a confundir la cultura con el eventismo ornamental y distractivo de los espectáculos faranduleros. En todo caso, el reclamo es para que en las universidades no se nos truequen los yelmos por bacías, ni se nos  impongan albardas de animal de carga, pero tampoco nos enjaecen con adornos de animales de paso…
Creo que se debe trabajar desde las universidades por superar esta supeditación, este calco, este calor de establo; luchar por alcanzar la restitución de la integralidad de los seres humanos y un nuevo Ethos político, social y cultural para nuestro país, como fervientemente lo reclamara el inolvidable maestro Guillermo Hoyos Vásquez.
Este compromiso, se exprese o no en los “planes de desarrollo”, se ha de emprender plenamente desde unas instituciones de educación superior que se obliguen, seriamente, a la formación de seres humanos integrales, multidimensionales, y no al mero cumplimiento de unos lineamientos establecidos para la titulación de profesionales carentes de ética, de conciencia social y extrañados del mundo de la vida.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lo que pasa es que le estamos dando énfasis a la cultura del desánimo, del egoísmo, del i-respeto es decir la cultura actual es degenerativa, destructiva, y lo peor de todo, le estamos dando crédito.

¿Cómo hacer para que en medio de esa cultura y dentro de nuestra incultura, podamos ser forjadores íntegros, aliados de "Eros" combatientes de "Tánatos" cuando todos estamos sumergidos en la preocupación y la angustia en vez de actuar desde la que creemos una mejor cultura?

Sandra Parra