Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Mientras las organizaciones sociales, la izquierda y los maestros que aún piensan, se quedaron impávidos frente a la posibilidad de la privatización de la Universidad Pública, la cual se avizoraba de frente en la propuesta de la Revolución educativa impuesta por Álvaro Uribe Vélez; otro fenómeno más letal, agazapado y truculento fue imbricándose en las estructuras educativas de la educación superior: la normalización, legalización y acreditación de los programas.
Mientras las organizaciones sociales, la izquierda y los maestros que aún piensan, se quedaron impávidos frente a la posibilidad de la privatización de la Universidad Pública, la cual se avizoraba de frente en la propuesta de la Revolución educativa impuesta por Álvaro Uribe Vélez; otro fenómeno más letal, agazapado y truculento fue imbricándose en las estructuras educativas de la educación superior: la normalización, legalización y acreditación de los programas.
Uno de los apartes de la reforma educativa expuesta durante el nuevo milenio especificaba claramente: “El País necesita una Revolución Educativa que avance hacia la cobertura universal, la buena calidad y acceso democrático. Una educación crítica, científica, ética, tolerante con la diversidad y comprometida con el medio ambiente.”(1) ; lo cual en el papel se convierte en discurso pegajoso, pero que en la práctica se tradujo en indicadores de gestión que llevó a las universidades públicas a emprender una competencia por arañar los escasos recursos dispuestos en la mesa de los festines educativos, y así abandonó su quehacer por antonomasia.: la construcción del conocimiento. Por eso, tal mentada “educación crítica, científica, ética y tolerante”, sólo fue otro grito más lanzado a la muchedumbre de colombianos mesiánicos.
Para poder condicionar los quehaceres universitarios y poder garantizar que la Universidad funcione como ese aparato ideológico estatal, a la manera de Althusser, se debía crear una institución reguladora que pudiera domar los últimos espasmos de la ya desgastada autonomía universitaria, por eso se creó CONACES, mediante decreto 2230 de 2003, cuya función principal consiste en: “Asegurar el cumplimiento de las Condiciones Mínimas de Calidad por parte de los programas que se ofrecen en educación superior en cualquiera de sus niveles: técnicos, tecnológicos, profesionales universitarios y de postgrados.”(2) En ese sentido, la súper sala se convierte en el macro dios educativo colombiano, y son ellos, un grupo con estructura de logia, quienes regulan, emiten juicios, descalifican, podan y condicionan los currículos dispuestos en las universidades. El Estado entendió bien aquello que el fin justifica los medios.
Mientras esto sucede, y el cambió educativo privatiza desde adentro, moldea currículos, replantea puntos de equilibrio y se moviliza en torno a la oferta académica como nuevo paradigma; la Universidad Pública acata ciegamente dichos lineamientos y se limita a acomodar sus indicadores al servicio de una educación tecno-burocrática que se rige por los imperativos globales y poco le interesa los debates fundamentales que se deben generar en el ethos universitario. Las preguntas por el hombre, por la sociedad y por la democracia, pasan a un plano de soledad infinita, mientras los discursos que se invaden el campus se limita a reproducir los esquemas propios de la era del capital: indicadores, puntos de equilibro, registros calificados, eficiencia y eficacia.
Lamentable es la labor de esta sala de seudo-eruditos, quienes amparados en la falsedad y la potestad del poder, vienen coartando la libertad del pensamiento del profesorado y de la autonomía universitaria, en pro de convertir el mundo pedagógico en una herramienta más para per-formar seres consumistas, individualizados y alejados de cualquier posibilidad de emprender una construcción de ese Estado Nación que nunca surgió en Colombia, aún a pesar de los discursos bicentenaristas que elogian una libertad nunca asomada en nuestras playas. El mandato es autoritario, o se hace lo que CONACES solicita, o se cierran los programas. Y mientras tanto, ¿En dónde están las formas de resistencia del profesorado universitario? Tal vez escribiendo artículos seudocientíficos con los cuales aumentar puntos en sus escalafones o soñando encontrar los medios para ser parte del staff de evaluadores (pares) que como mensajeros del tirano van de claustro en claustro midiendo con sus decámetros pedagógicos una realidad que asusta, pero es al final la logia y sus miembros quienes emiten sus juicios finales. La época del maquillaje ha ingresado de lleno en la Universidad, mentir para calificarse, una manera sencilla de idiotizar las mentes y controlar la diferencia, pero garantizar el accionar en la truculenta marejada del mercado educativo. No cabe más que preguntar: ¿Qué haces, CONACES?
Ibagué, Agosto 5-2010
Para poder condicionar los quehaceres universitarios y poder garantizar que la Universidad funcione como ese aparato ideológico estatal, a la manera de Althusser, se debía crear una institución reguladora que pudiera domar los últimos espasmos de la ya desgastada autonomía universitaria, por eso se creó CONACES, mediante decreto 2230 de 2003, cuya función principal consiste en: “Asegurar el cumplimiento de las Condiciones Mínimas de Calidad por parte de los programas que se ofrecen en educación superior en cualquiera de sus niveles: técnicos, tecnológicos, profesionales universitarios y de postgrados.”(2) En ese sentido, la súper sala se convierte en el macro dios educativo colombiano, y son ellos, un grupo con estructura de logia, quienes regulan, emiten juicios, descalifican, podan y condicionan los currículos dispuestos en las universidades. El Estado entendió bien aquello que el fin justifica los medios.
Mientras esto sucede, y el cambió educativo privatiza desde adentro, moldea currículos, replantea puntos de equilibrio y se moviliza en torno a la oferta académica como nuevo paradigma; la Universidad Pública acata ciegamente dichos lineamientos y se limita a acomodar sus indicadores al servicio de una educación tecno-burocrática que se rige por los imperativos globales y poco le interesa los debates fundamentales que se deben generar en el ethos universitario. Las preguntas por el hombre, por la sociedad y por la democracia, pasan a un plano de soledad infinita, mientras los discursos que se invaden el campus se limita a reproducir los esquemas propios de la era del capital: indicadores, puntos de equilibro, registros calificados, eficiencia y eficacia.
Lamentable es la labor de esta sala de seudo-eruditos, quienes amparados en la falsedad y la potestad del poder, vienen coartando la libertad del pensamiento del profesorado y de la autonomía universitaria, en pro de convertir el mundo pedagógico en una herramienta más para per-formar seres consumistas, individualizados y alejados de cualquier posibilidad de emprender una construcción de ese Estado Nación que nunca surgió en Colombia, aún a pesar de los discursos bicentenaristas que elogian una libertad nunca asomada en nuestras playas. El mandato es autoritario, o se hace lo que CONACES solicita, o se cierran los programas. Y mientras tanto, ¿En dónde están las formas de resistencia del profesorado universitario? Tal vez escribiendo artículos seudocientíficos con los cuales aumentar puntos en sus escalafones o soñando encontrar los medios para ser parte del staff de evaluadores (pares) que como mensajeros del tirano van de claustro en claustro midiendo con sus decámetros pedagógicos una realidad que asusta, pero es al final la logia y sus miembros quienes emiten sus juicios finales. La época del maquillaje ha ingresado de lleno en la Universidad, mentir para calificarse, una manera sencilla de idiotizar las mentes y controlar la diferencia, pero garantizar el accionar en la truculenta marejada del mercado educativo. No cabe más que preguntar: ¿Qué haces, CONACES?
Ibagué, Agosto 5-2010
Notas:
(1) URIBE VÉLEZ, ÀLVARO. Manifiesto democrático. 100. Puntos.MEN Pág.6.
(2) Tomado de: http://www.mineducacion.gov.co/1621/article-85677.html.
1 comentario:
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