Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Son las diez de la mañana del 19 de julio del año 2010. Frente a los edificios que como enormes féretros se levantan por la ciudad capital, las banderas tricolores se descuelgan bajo el bullicio de otro día urbano. Un puñado de humanoides viajamos 2600 metros más cerca de la desigualdad. La voz importada del Trasmilenio anuncia que la estación Museo del Oro se encuentra cerrada por protestas. Más de un rostro busca respuestas en letreros digitales que pasean sus fonemas de derecha a izquierda. Me fijo en la cara de angustia de una matrona acicalada de joyas que se arrincona en el vagón desde que ingresé con mi atuendo desarraigado de la moda.
- Uy, en este país si protestan por todo –afirma en voz alta como si acabase de eructar una gran verdad. Otras cabezas afirman con sus movimientos, creo que soy el único en no compartir esa mera opinión.
Después de varios minutos la misma voz impostada informa que la estación ha sido abierta, los policías han logrado despejar la vía. En la estación Avenida Jiménez el vagón queda casi vacío y lo primero que golpea el rostro es una aroma a fetidez de pobreza que dormita bajo el corroído monumento de las mariposas. Hoy las palomas se están inquietas pues su cotidiano hábitat se encuentra invadido por una muchedumbre multicolor que anuncia que este país no sólo son tres colores. Ruanas azules con bordes violeta, sombreros negros, de un negro artesanal que envidiaría Guchi, faldas torneadas, rostros nuestros, nuestros rostros, cientos de ellos, murmurando su drama en un lenguaje glocal, esa es la multitud multicolor que abarca toda la plaza de la desigualdad, la misma que años antes albergara las evidencias de la inequidad del capital. Pero no están sólo ellos, cientos de rostros diferentes los acompañan, están los jóvenes con sus atuendos que se niegan a ser moldeados por la época, los pobres que el UPAC les robó los sueños, los maestros y sus gritos cansados, los que luchan contra el despojo, todos los que nos negamos a creer que éste es el único mundo posible. Pero hoy la protesta es contra la celebración de 200 años de esclavitud y así lo anuncian las pancartas y los rostros de la Nación Misak, ellos son claros en sus consignas: “Los pueblos originarios tenemos que manifestar que esta fecha no significa celebración, porque nos toca luchar ante más de 518 años de explotación y genocidio, 200 años de pasar de un amo a otro, porque no hemos tenido independencia política, cultural, social, económica porque desconocen nuestra ley de origen y nuestra autonomía de autoridad propia” Ellos lo “hijos del agua” saben que su protesta no es aislada, porque somos millones de colombianos quienes sentimos lo mismo, somos los tataranietos de la desigualdad y el despojo, hemos visto como los pocos se apoderan de la tierra, hemos observado los extranjeros saquear nuestra despensa, hemos padecido el latigazo del silencio de la burguesía que desde hace 200 años alquiló nuestro mundo a su avaricia y a sus ansias de poder.
Son las 12 del mediodía. El sol ha salido a acompañar esta carava de esperanzas, bajo los cuerpos forrados un hálito de sueños acalora los pasos. El pueblo Misak camina por la vía del Trasmilenio, algunos ciudadanos educados en cumplimiento exacto de la ley, así esta sea atroz, murmuran que somos invasores, pero el símbolo es otro, ellos están recuperando ese espacio que les fue ultrajado, primero por los rostros descoloridos y barbados de los invasores españoles, y luego por los ungidos criollos que declararon la independencia a costa de la sangre de los campesinos, los negros y los pueblos originarios, para luego sentarse en la silla del tirano y desde allí impartir injusticia.
Por eso, por negarnos al olvido, por recuperar los sonidos de la madre tierra, por volver a sentir el palpitar de la madre agua, por volver a respirar el oxigeno de un continente mancillado, por negarse a soñar un mundo en donde la mayoría construya su destino; por eso no celebrábamos la seudo-independencia, por eso gritamos hoy, porque mañana saldrán los nuevos amos con sus carros de guerra a vanagloriarse de la muerte, con sus estandartes, sus camuflados y sus ribetes de coroneles desteñidos, a decirnos que amemos la patria, una patria que es de ellos, que no es nuestra, una patria que como meretriz se deja manosear de sus tiranos. Por eso hoy gritamos: “La esclavitud no se celebra”.
1 comentario:
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