Por: Jaime Amaya Vàsquez
Desazón, angustia, tristeza, soberbia, fue lo que produjo en muchos sectores de la opinión pública el resultado de las elecciones presidenciales en Colombia del pasado 30 de mayo, al ver la derrota de las ideas de la decencia, de la civilidad, de la honestidad, de la justicia social a manos de los representantes de la barbarie, de la corrupción, de la exclusión de los intereses de clase de la gran mayoría del pueblo colombiano. Pero esta situación no debería sorprender a nadie, máxime si se tiene en cuenta que las campañas políticas en nuestro país, y en muchos otros, no son programáticas sino mediáticas. La experiencia muestra que es mucho más efectivo conseguir un buen asesor publicitario que uno ideológico, porque lo que entra en juego no son los programas sino los elementos publicitarios (íconos, eslóganes, frases e imágenes) con las cuales se puede ejercer una presión sobre los electores, consumidores de publicidad. Los modernos estudios del lenguaje han demostrado que en la comunicación, lo dominación ideológica se hace desde el momento mismo de la enunciación por cuanto quien hace de emisor no sólo se vale de una organización de las palabras, las oraciones, las imágenes, los símbolos y los colores sino que a todo esto añade aquello en lo que el receptor debe creer, negándole la posibilidad de la confrontación de los puntos de vista; es decir, en la publicidad como comunicación, el emisor proporciona nuevas verdades que niegan al receptor la posibilidad de interiorizar un punto de vista propio, fruto de la confrontación de ideas; el emisor parte de la base de que el receptor debe compartir su punto de vista aunque le sea contrario en sus intereses y por tanto hay necesidad de inoculárselo.
Escuchamos a muchos de los que creen en el modelo de democracia occidental reconocer la enorme influencia de los medios de comunicación, en especial de la televisión, en la toma de decisiones políticas por parte del pueblo. Esta influencia, entendida como manipulación ideológica, logra crear, en términos de Giovanni Sartori, toda clase de amores y odios a favor de unos y en contra de otros. Nosotros nos alarmamos de ver que son justamente los más necesitados y desprotegidos los principales defensores del proyecto político neoliberal mafioso –como lo describe Petro. Y por eso, entre las razones que esgrimen para defenderlo les escuchamos decir cosas como: “es que el candidato Santos va a continuar con la buena labor de gobierno del presidente Uribe”, “cómo vamos a votar por alguien que no cree en Dios”; “es que Antanas vuelve a mostrar el culo”; “Petro es un guerrillero” “si no gana Santos se nos mete Chávez a gobernar aquí”, razones con las cuales creen defender intereses nacionales y de conciencia individual. Lo que vemos aquí es una irracionalización de la política al suscitar ese tipo de emociones en la masa, es una política reducida a episodios emocionales, sostiene Sartori, de lo cual podemos desprender que la irracionalización está ocurriendo es en la democracia. Hay que reconocer, además, que la televisión premia y promueve la extravagancia, el absurdo y la insensatez, por esa razón, es posible ver a las víctimas en pleno gozo por el triunfo de sus victimarios. Démonos cuenta que incluso nosotros mismos nos atrevemos a calificar el desempeño de los candidatos en los debates televisivos y demás presentaciones en este medio, y decimos que a unos les fue bien y a otros, no tanto, que fue que Mockus dio papaya, que Petro era la mejor opción pero le faltaban las maquinarias, etc. Somos capaces hasta de establecer nuestra propia escala de valoración del desempeño de cada candidato en la televisión con lo que le estamos dando la legitimidad que reclama el discurso impositivo que se establece a través de este medio.
Cuando la conciencia política de toda una masa resulta afectada por un medio tan poderoso como la televisión, Debemos reconocer que se trata de una forma distinta de democracia; nos hemos convertido en una democracia televisiva, en la que el conocimiento político de la masa ha sido reemplazado por el poder de causar diversas emociones por medio de la televisión, lo cual pone en peligro, como lo afirma Bordieu, tanto a la vida política como a la democracia misma. Al crear todo ese tipo de emociones ocurre una especie de embrutecimiento político: La televisión embrutece no sólo al vulgo sino que la democracia está embrutecida y la falta de capacidad política lleva a la desaparición, de alguna manera, de la democracia. Ese es el espacio que esperan las dictaduras camufladas de democracia para el ejercicio del poder absoluto. Pero hay que tener en cuenta que esa manipulación política por medio de la televisión trae otras consecuencias igualmente nefastas porque, sostiene Sartori, un pueblo tan manipulable por la televisión es forzosamente algo inseguro e inestable en sus amores y odios. Así como en nuestro caso lograron el amor hacia el proyecto político neoliberal del uribismo, los amores de la masa pueden desviarse hacia cualquier otra bandera, con la misma facilidad, de ahí el control absoluto que ejerce el estado sobre un medio tan estratégico como la televisión. Cabría preguntarnos aquí si en definitiva nosotros, que nos consideramos personas decentes, progresistas, inclinados hacia la justicia social fuimos derrotados en las elecciones a manos de la derecha. Frente al fenómeno de masas que es la televisión y sus alcances, tenemos que reconocer que como lo afirma Sartori, el buen ciudadano democrático clásico, con virtudes cívicas está en vías de extinción y el poder del pueblo es nulo en las democracias televisivas. La democracia no es un régimen político adecuado dado como está, en nivel de conocimientos político, el vulgo.
Escuchamos a muchos de los que creen en el modelo de democracia occidental reconocer la enorme influencia de los medios de comunicación, en especial de la televisión, en la toma de decisiones políticas por parte del pueblo. Esta influencia, entendida como manipulación ideológica, logra crear, en términos de Giovanni Sartori, toda clase de amores y odios a favor de unos y en contra de otros. Nosotros nos alarmamos de ver que son justamente los más necesitados y desprotegidos los principales defensores del proyecto político neoliberal mafioso –como lo describe Petro. Y por eso, entre las razones que esgrimen para defenderlo les escuchamos decir cosas como: “es que el candidato Santos va a continuar con la buena labor de gobierno del presidente Uribe”, “cómo vamos a votar por alguien que no cree en Dios”; “es que Antanas vuelve a mostrar el culo”; “Petro es un guerrillero” “si no gana Santos se nos mete Chávez a gobernar aquí”, razones con las cuales creen defender intereses nacionales y de conciencia individual. Lo que vemos aquí es una irracionalización de la política al suscitar ese tipo de emociones en la masa, es una política reducida a episodios emocionales, sostiene Sartori, de lo cual podemos desprender que la irracionalización está ocurriendo es en la democracia. Hay que reconocer, además, que la televisión premia y promueve la extravagancia, el absurdo y la insensatez, por esa razón, es posible ver a las víctimas en pleno gozo por el triunfo de sus victimarios. Démonos cuenta que incluso nosotros mismos nos atrevemos a calificar el desempeño de los candidatos en los debates televisivos y demás presentaciones en este medio, y decimos que a unos les fue bien y a otros, no tanto, que fue que Mockus dio papaya, que Petro era la mejor opción pero le faltaban las maquinarias, etc. Somos capaces hasta de establecer nuestra propia escala de valoración del desempeño de cada candidato en la televisión con lo que le estamos dando la legitimidad que reclama el discurso impositivo que se establece a través de este medio.
Cuando la conciencia política de toda una masa resulta afectada por un medio tan poderoso como la televisión, Debemos reconocer que se trata de una forma distinta de democracia; nos hemos convertido en una democracia televisiva, en la que el conocimiento político de la masa ha sido reemplazado por el poder de causar diversas emociones por medio de la televisión, lo cual pone en peligro, como lo afirma Bordieu, tanto a la vida política como a la democracia misma. Al crear todo ese tipo de emociones ocurre una especie de embrutecimiento político: La televisión embrutece no sólo al vulgo sino que la democracia está embrutecida y la falta de capacidad política lleva a la desaparición, de alguna manera, de la democracia. Ese es el espacio que esperan las dictaduras camufladas de democracia para el ejercicio del poder absoluto. Pero hay que tener en cuenta que esa manipulación política por medio de la televisión trae otras consecuencias igualmente nefastas porque, sostiene Sartori, un pueblo tan manipulable por la televisión es forzosamente algo inseguro e inestable en sus amores y odios. Así como en nuestro caso lograron el amor hacia el proyecto político neoliberal del uribismo, los amores de la masa pueden desviarse hacia cualquier otra bandera, con la misma facilidad, de ahí el control absoluto que ejerce el estado sobre un medio tan estratégico como la televisión. Cabría preguntarnos aquí si en definitiva nosotros, que nos consideramos personas decentes, progresistas, inclinados hacia la justicia social fuimos derrotados en las elecciones a manos de la derecha. Frente al fenómeno de masas que es la televisión y sus alcances, tenemos que reconocer que como lo afirma Sartori, el buen ciudadano democrático clásico, con virtudes cívicas está en vías de extinción y el poder del pueblo es nulo en las democracias televisivas. La democracia no es un régimen político adecuado dado como está, en nivel de conocimientos político, el vulgo.
3 comentarios:
que lata la sensacion que embarga tal vez a la gran mayoria, lo puedo imaginar, en mi pais salio un presidente de derecha y nada pudimos hacer al respecto, asi que lo tendremos por 4 años, lo peor que ya se han visto como a los trabajadores y a la gran mayoria nos estan perjudicando sus cambios, , pero lo peor, lo peor es que los medios de comunicaciones estan censurados asi que la gran mayoria, no logra apreciar lo que que esta sucediendo
dejo
suaves caricias
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