Por: Carlos Arturo Gamboa
En contra de quienes piensan que la mayoría de colombianos son unos ignorantes porque siguen votando por quienes han mantenido el régimen de la exclusión y la miseria, diré que eso no es así. Los colombianos son conscientes que vivimos en un país atroz, pero como los esquizoides prefieren olvidar para evitar el dolor, por eso crean falsos sueños colectivos maniatados a su realidad. Esa capa de dolor ha cubierto nuestra existencia y, mezclada con la sangre y con la pobreza como plato de la cotidianidad, ha creado en los cuerpos inmovilidad y en el cerebro incapacidad para pensarse diferente. Los colombianos hemos visto cientos de proyectos fracasados, desde la misma imposibilidad de independencia, pasando por las frustradas reformas de la tierra, la muerte de Gaitán, la menoscabada ideología de la guerrilla, la muerte de Galán, la imposibilidad de la paz por las masacres de la Unión Patriótica, la muerte de Jaime Garzón, el fracaso del Caguán, la muerte de los líderes y los diferentes y, últimamente, los falsos positivos; y cientos de más acciones que terminaron por crear un imaginario de pesimismo radical. Somos el producto de la más elaborada sistematización de dominio burgués.
El promedio colombiano es un ser sin esperanza de cambio, si en algo aprendió a creer fue en los discursos impostados de la necesidad básica. El dominio de la palabra mentirosa está en todos los entramados de la vida del país, desde las más mínimas expresiones cotidianas, hasta los discursos que desde el poder trasmiten ilusorias formas de igualdad. Nos han vendido la guerra como seguridad, el incremento de impuestos como desarrollo económicos, el detrimento de lo laboral como posibilidades de empleo, la desaparición de la salud pública como ineficiencia, el ataque a la educación pública como subversión; y muchas otras falacias que para ser enumeradas tardaríamos más tiempo del que nos queda por respirar. Por eso la mayoría de la población prefiere mirar la realidad desde la ventana silenciosa de su existir. Por eso somos emotivos y pasajeros, actuamos en las arenas movedizas de nuestras necesidades inmediatas, el pan de cada día. Aprendimos y creemos en la mentira que la diferencia entre quienes tienen y la mayoría es nuestra ineficiencia, nuestra falta de aprovechar las oportunidades, es por tal razón que a nadie le tiembla la mano cuando de aprovechar esos escenarios se trata. El líder comunal trabaja soñando construir un botín electoral para venderlo en la próxima subasta de votos, el político quiere ser caudillo para tener acceso a los entramados de la repartición, y así sucesivamente subimos en el escalón de esa perversa organización que mueve el tráfico de la inequidad. Y los demás elaboran otras formas más simples, pero no menos trágicas, de la misma lógica. La trampa diaria como forma de subsistencia, el problema de la ley es que juzga a la mayoría con gran fortaleza y es débil y cómplice con la minoría que infringe el mayor mal. Si alguien es sorprendido robándose un artículo en un supermercado tendrá que pagar entre cinco y seis años de cárcel, pero para al senador que se robó miles de millones del erario público, le dan casa por cárcel. Increíblemente el primero es juzgado como ladrón y torpe y el otro es admirado por su sagacidad, así se piensa en los entramados de nuestra cultura.
Por eso no podemos decir que la mayoría de colombianos que eligieron la tradición del dominio sobre el pueblo, sean ignorantes, ellos son inocentes, los culpables son aquellos que han sostenido los discursos del poder desde los medios de comunicación, los grandes personajes de este país que teniendo voz para denunciar el estado lamentable de nuestra existencia guardan silencio para no arriesgar su comodidad. Somos culpables quienes desde los escenarios de lo público nos amañamos en los cargos esperando la oportunidad para subir el escalón de depredación y no arriesgamos el renacer la palabra que denuncia y se pone en posición de abismo, es culpable el docente que no moviliza las ideas en las aulas, sino que guarda ese silencio cómplice de la barbarie y prefiere medir logros y tareas. Los culpables descansan cómodamente viendo la televisión, mientras los inocentes se levantan cada día esperando aprender las formas elaboradas de aquellos a quienes siendo sus tiranos, admiran.
Por eso nunca antes Colombia necesito menos políticos y más política.
Junio 20 de 2010.
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