Al parecer Colombia seguirá
siendo, por muchos años más, el epicentro de las injusticias en Latinoamérica, los
hechos permiten inferirlo sin mayor esfuerzo. Una clase gobernante que se niega
a construir escenarios de fuga para la guerra, y que por el contrario sigue en
su delirante estrategia de entregar lo mejor del país a la voracidad
consumista, cediendo el territorio a las multinacionales, reformando
desaforadamente para acabar con lo poco o nada que de garantías posee la
mayoría de la población en campos como la salud, la educación y la justicia.
Durante el gobierno de Santos se han profundizado las contradicciones de una
falsa democracia, cuyo fin es apostarle a los designios del mercado que han
hundido el mundo en una crisis sin retorno, crisis latente durante la última
década en el territorio colombiano, pero que las argucias de la seudo-seguridad
democrática habían logrado ocultar con indicadores impostados y con
acallamientos inhumanos que ahora develan la atroz realidad. Mientras que la mayoría
de los países latinoamericanos giran hacia la construcción de otras
posibilidades, Colombia se empecina en imitar el modelo chileno, basado en
entregarle todo el poder a las multinacionales, para ratificar el esquema neocolonial
que impera en el mundo.
En ese escenario, la Universidad
Pública se debate por encontrar un norte de resistencia que le permita
configurarse como institución que posibilite otras formas de pensar-actuar, pero
también supeditada a los lineamientos ciegos de un Estado cuyo ejercicio miope pretende
subsumirla a las disipaciones exógenas que la quieren al servicio de
seudocompetencias para un planeta en agonía. La Universidad Pública,
empobrecida, sometida y tomada por los tecnócratas de la injuria de la sociedad
del conocimiento, se debate entre su funcionalidad incondicional al mercado o
su emancipación desde el debate, el argumento y la construcción de otras formas
de pensarse, no sólo así misma como institución, sino las maneras en que se
convierte en dique para enfrentar las políticas que correen nuestro tiempo. Y
dentro de la Universidad la cultura y sus impulsores tienen el reto de jugarse
a ser intelectuales, no bajo el slogan del mercado que desea juiciosos
simuladores del saber, dispuestos a abandonar los territorios de la crítica
para habitar los rascacielos de la comodidad en donde “todo vale” y el rigor es
mito olvidado en los anaqueles del Alma Mater; sino intelectuales que se asuman
como verdaderos titanes del pensamiento, que se regodeen con las verdades
impostadas de los conceptos desarrollistas que sólo generan hambruna para la
mayoría y riqueza para unos pocos. Un intelectual capaz de reinterpretar su
tiempo, de abandonar sus baldosas epistémicas y dislocarse por los desfiladeros
del pensar diferente; un intelectual capaz de sopesar el mundo y potenciar al
ser humano hacia esa humanidad que abandonó por correr tras los falsos cantos
del progreso.
Sin embargo, ser ese intelectual
en este tiempo es casi utópico, son pocos quienes están dispuestos a someterse
al escarnio de los fariseos de la academia, y por el contrario, abundan los
simuladores, los señores de la eterna parodia académica que repiten como viejos
lacayos que debemos imitar las fórmulas del viejo mundo, o las recetas del
planeta globalizado; miles para quienes “Universidad” apenas significa confort,
salario, estatus… mientras afuera la sociedad agoniza ante la imposibilidad de
construir otras rutas en las cuales quepa la verdadera dimensión del mundo.
Es por esta imperativa forma de
libertad que Aquelarre continúa en su interminable lucha por de-construir esos
discursos de amañamiento, porque desde la cultura se deben activar esos tejidos
de lo humano que queda en el humano; es el arte la expresión que le permite
recordar al hombre del asfalto que sus sentidos están activos, que aún es
posible respirar en medio de las máscaras de gas. Por eso el hombre hacedor de
cultura no puede ser un asexuado político, debe jugarse el pellejo en las
posibilidades de la incertidumbre, debe levantar su voz en medio de las bocas
coartadas por el miedo, debe enunciar la libertad como el gran bastión de un
mundo distinto.
Con la aparición del número 22 de
la revista Aquelarre, adscrita al Centro Cultural de la Universidad del Tolima,
se confirma que es en tiempos aciagos cuando las palabras deben ser letales;
por eso este número abre su estela de apuestas críticas conmemorando cien años del
nacimiento de Antonio García Nossa, pensador cuya sagacidad intelectual supo adelantar
las estrategias maniqueas que hoy padecemos en la sociedad y en las
universidades, pensador de la talla de nuestros sueños.
Se continúa para dar cuenta de un
debate actual como es el de la Universidad Pública y sus múltiples miradas;
luego se adentra en poner al desnudo el pensamiento de Michel De Certeau y
Roberto Esposito; el tema de la democracia, tan caro en estos territorios de totalitarismos
disfrazados, siempre hace su presencia; las miradas que sobre lo femenino se
cruzan en un debate del doblemente oprimido; la reflexión y debate sobre el
territorio, las frustradas reformas agrarias y la crisis de España, también
tienen su espacio en estas páginas.
Así mismo, se aborda una crónica
del Guaviare para dar cuenta de un territorio al margen de las políticas
estatales; el ensayo como expresión de debate académico permite abordar la obra
de autores como César Vallejo, Borges, Juan Gabriel Vásquez, los cuales son
revisados por escritores que trabajan la escritura. La relación historiografía
y literatura también es objeto de reflexión, con lo cual Aquelarre le continúa
aportando a la tradición de la crítica en sus diversos campos. Finalmente se
trabajan sendos textos que construyen a partir de la manipulación mediática a
través del análisis de los discursos periodísticos y la influencia de la
propaganda de guerra en los imaginarios comunicativos.
Así se construye este nuevo
Aquelarre, de palabra y resistencia, apostándole a un debate actualizado de
sujetos no adaptados al sistema imperante, de sujetos que no escriben para ampliar
el dossier de sus simulaciones, de autores que quieren pensar, no puntuar en los
escalafones de la academia, autores que esbozan sus líneas para poner cuestión
las supuestas verdades que caminan arropadas por el conformismo, y por lo tanto
hacen recordar esa idea de escritor que posicionara Sartre: “No se es escritor
por haber elegido decir ciertas cosas, sino por la forma en que se digan”.
Carlos Arturo Gamboa.
Director (e) Centro Cultural
Universidad del Tolima
Ibagué, Julio 2012.
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