* El
presente texto fue publicado inicialmente en el libro Estanislao Zuleta 1935-1990,
editado por el Grupo de Estudios Interdisciplinarios de la Universidad
Pedagógica y Tecnológica de Tunja en junio de 1990. DISPONIBLE EN LA RED.
LA
DEMOCRACIA, aunque tiene una larguísima historia, es difícil de definir. Antes
de ofrecer una definición de democracia es importante hablar de sus
dificultades, de sus exigencias, y de todo lo que cada uno de nosotros tiene en
contra de ella. En estas condiciones un criterio de democracia reclama mucho de
nosotros.
DIFICULTADES
DE LA DEMOCRACIA
En
primer lugar la democracia implica la aceptación de un cierto grado de
angustia. Dos ejemplos muy antiguos podrían servir para tratar de explicar esta
primera y curiosa exigencia de la democracia. Grecia, a pesar de ser una
sociedad esclavista, tenía a su modo una democracia, y desde el punto de vista ideológico
era una sociedad pluralista. Se podía ser partidario de un materialista o de un
idealista (de Heráclito o de Parrnénides)
sin que por ello pasara algo, aunque había limitaciones.
Sócrates,
quien fue demasiado lejos en su dureza racionalista, fue condenado a muerte. El
caso de Anaxágoras no fue tan grave; fue expulsado por haber afirmado que el
Sol no era más que una piedra ardiente, y como éste estaba ligado a todos sus mitos,
la definición resultó demasiada dura para el público griego. Sin embargo la
democracia griega, a pesar de ser funcional e importante, era supremamente
limitada ya que estaba restringida a una parte minoritaria de la población.
Muy
probablemente en la democracia griega se encuentre una de las razones que
explican el origen de la ciencia. El hecho de que los griegos no tuvieran un
dogma intocable, un gran texto sagrado (el Corán, la Biblia, los sermones de
Buda o cualquier otro) con relación al cual pudieran ser tratados, ya no en
términos de verdad o falsedad, sino de herejes u ortodoxos, contribuyó a no
limitar su pensamiento.
Existían
desde luego religiones en Grecia y, sobre todo, la mitología exaltada por los
poetas (Homero, Hesíodo, etc.); pero no había dogmas en manos de una casta que
tuviera un poder real.
Esto es interesante porque es la libertad la que hace posible la lógica y da
lugar a la ciencia, y no al revés. La idea expresada en la afirmación "la
verdad os hará libres", expuesta en el Evangelio de San Juan, sería mejor
invertirla. Es la libertad la que nos obliga a ser verdaderos en los juicios;
como no podemos imponer una autoridad intocable, tenemos que aprender a discutir y a demostrar.
La necesidad de discutir genera la lógica que
termina por ser la matriz de todas las ciencias. Aprender a demostrar, porque
no se puede imponer, es un criterio decisivo para el desarrollo de la ciencia.
Antes
de los griegos ya había ciencias; los egipcios tenían una geometría práctica,
conocían la manera de reducir áreas de diversas dimensiones a una unidad de
medida y manejaban muy bien la geometría plana y la geometría espacial como lo
demuestran sus canales y sus pirámides. La practicidad de estas ciencias, no
fundadas por los griegos, y la necesidad de la demostración (como ocurre en la
geometría euclidiana, que procede sistemáticamente, y resulta accesible para
cualquiera que siga el proceso) sirvieron para que el saber no fuera propiedad de
una casta ni estuviera escondido en libros herméticos, sino para que, por el
contrario, fuera un saber abierto. La idea de "ciencias ocultas" es
una contradicción en los términos, como el hielo frito. La ciencia es abierta y
accesible y no puede estar en las manos de una casta cerrada.
LA
DEMOCRACIA ES FRÁGIL
La
libertad no solamente hizo posible la aparición de la ciencia en Grecia sino
también de la tragedia. La carencia de un texto sagrado que haga las veces de
referente absoluto o de dogma
produce angustia, porque cada cual tiene que buscar en qué creer, una guía para
su acción o para decidir su vida. Es muy fácil elogiar la democracia, pero es
muy difícil aceptarla en el fondo, porque la democracia es aceptación de la
angustia de tener que decidir por sí mismo.
La
tragedia no consiste en que ocurra una cosa triste, horrible o espantosa: la
muerte de un niño amado es algo dolorosísimo, pero no es una tragedia. La
tragedia ocurre cuando se
enfrentan
dos alternativas igualmente válidas, pero que resultan contradictorias e
incompatibles y entre las cuales hay que decidir. Si la situación de Antígona
resultó trágica fue precisamente porque tuvo que enfrentarse a dos alternativas
incompatibles: su creencia en las leyes de la ciudad, y la situación del entierro
de su hermano (y padre) Edipo. Las leyes de la ciudad prescribían que Edipo no
podía ser enterrado, y tenía que ser abandonado a las aves en el campo; ella,
movida por su amor, quería hacerle los honores del entierro, llorarlo y ejercer
su derecho a hacerlo. Los griegos tenían un aprecio inmenso por la ciudad; ésta
era parte del propio ser. La ciudad era un referente de definición de la
identidad más hondo y más íntimo que la familia, como nosotros hoy difícilmente
podríamos imaginar.
Entonces,
Antígona se enfrentó al rey de Tebas, con palabras inolvidables, a sabiendas de
que su enfrentamiento podía costarle la vida: "Sé que está prohibido hacer
lo que hice, pero las leyes que seguí no son las leyes de la ciudad; también sé
que no son las leyes que tú dictas, porque no son ni de hoy ni de ayer sino de
siempre, porque están escritas en el corazón humano".
Abraham,
por el contrario, vive en un contexto diferente. El judaismo antiguo es un
mundo donde existe la tranquilidad y la seguridad de una autoridad
indiscutible, garantizada y definida. Allí no hay tragedia. Abraham tiene una
guía absoluta: la voluntad de Dios, de quien se siente acompañado y elegido
para ser guía de su pueblo. Cuando llega a Egipto, ocurre un hecho sobre el
cual los griegos habrían producido quién sabe cuántas tragedias. Al faraón le
gusta Sara, su esposa. Frente a este hecho, la hace pasar por su hermana y la
entrega al harén del faraón, porque su deber era llevar a su pueblo a Egipto
para que allí pastaran sus ganados y no perecieran en la sequía. Su deber era
muy claro porque era una orden divina. Abraham no tenía dudas y no tenía
tampoco que inventar su conducta ni decidir entre dos alternativas -ambas amadas-
porque estaba guiado por una palabra sagrada, que decidía por él. Pensar por sí
mismo es más angustioso que creer ciegamente en
alguien. Nombrar algún líder, algún guía, cualquiera que sea el nombre que le
demos (Hitler, Mao Tse-Tung, Khomeini, etc.), genera un entusiasmo enorme
porque libera de la angustia, de la responsabilidad, de la duda sobre si lo que
estoy haciendo realmente está bien hecho o no. La palabra del líder nos
economiza todos esos problemas.
El
hecho de que un pueblo tan evolucionado como el alemán, salga como un solo
hombre detrás de Hitler, después de haber producido la mejor cultura -Goethe,
Marx, Beethoven y Kant
entre muchos otros- nos permite ver que la democracia es frágil. Su fragilidad
procede de que es difícil aceptar el grado de angustia que significa pensar por
sí mismo, decidir por sí mismo y reconocer el conflicto.
DEMOCRACIA
ES MODESTIA
En
segundo lugar la democracia implica igualmente la modestia de reconocer que la
pluralidad de pensamientos, opiniones, convicciones y visiones del mundo es
enriquecedora; que la propia visión del mundo no es definitiva ni segura porque la
confrontación con otras podría obligarme a cambiarla o a enriquecerla; que la
verdad no es la que yo propongo sino la que resulta del debate, del conflicto;
que el pluralismo no hay que aceptarlo resignadamente sino como resultado de
reconocer el hecho de que los hombres, para mi desgracia, no marchan al unísono
como los relojes; que la existencia de diferentes puntos de vista, partidos o
convicciones, debe llevar a la aceptación del pluralismo con alegría, con la
esperanza de que la confrontación de opiniones mejorará nuestros puntos de
vista. En este sentido la democracia es modestia, disposición a cambiar,
disposición a la reflexión auto-crítica, disposición a oír al otro seriamente.
En
realidad, no hay ninguna teoría, de cualquier clase que sea, que pueda
pretender un enfoque total, ni mirada alguna que globalice el paisaje humano en
su complejidad. Los enfoques sobre un mismo objeto, cuando provienen de un
pensamiento propio, se completan y se combaten a la vez.
Kant,
que para su época y para la nuestra fue un gran maestro de la democracia, no
amaba en absoluto el concepto de tolerancia; le parecía que era muy pretensioso
porque parecía implicar
la idea de que era inevitable tolerar las opiniones de otros, pero sobre la
base de la convicción inmodificable de que "yo sé que tengo la
razón". El concepto de tolerancia no le parecía
especialmente fuerte ni adecuado para hablar de democracia; ésta, por el
contrario, consiste en sentir alegría por las diferencias que puedan existir
entre nosotros, en la certeza de que los conflictos son inevitables, y de que,
a pesar de que no nos van a conducir a unanimidad alguna, nos van a enriquecer.
En tercer lugar la democracia implica igualmente la exigencia del respeto.
Respeto no quiere decir lo que cierta ideología liberal imagina: dejar que todo
el mundo piense lo que le venga en gana y hacer uno lo propio. Este tipo de
respeto con-duce a un mosaico de microdogmatismos, en el que cada cual tiene su
punto de vista y respeta el ajeno con tal de que no se metan con el suyo. Así
ocurre en ciertas fastidiosas conversaciones de café en que hay tres personas
con ideas distintas y fijas y toleran que uno hable de su manía, cualquiera que
sea, con tal de que después se calle y deje hablar al otro de la suya, y
después al otro, que oye bostezando. Allí, por consiguiente, no hay ningún diálogo:
hay tres monólogos.
Respeto
significa, en cambio, tomar en serio el pensamiento del otro: discutir, debatir
con él sin agredirlo, sin violentarlo, sin ofenderlo, sin intimidarlo, sin
desacreditar su punto de vista, sin aprovechar los errores que cometa o los
malos ejemplos que presente, tratando de saber qué grado de verdad tiene; pero
al mismo tiempo significa defender el pensamiento propio sin caer en el pequeño
pacto de respeto de nuestras diferencias. Muy a menudo creemos que discutir no
es respeto; muy por el contrario, el verdadero respeto exige que nuestro punto
de vista, sea equivocado total o parcialmente, sea puesto en relación con elpunto
de vista del otro a través de la discusión. Esta idea es tan antigua que ya
está enunciada por Platón en la Carta séptima a los amigos de Dión de Siracusa.19
En
un debate seriamente llevado no hay perdedores: quien pierde gana, sostenía un
error y salió de él; quien gana no pierde nada, sostenía una teoría que resultó
corroborada. Esta es una disputa muy distinta a la que se presenta en las
guerras, en las que el que pierde nunca gana.
En
cuarto lugar debemos reconocer que en el hombre existen profundas tendencias
arcaicas, contra la democracia y, si queremos defenderla realmente, comencemos
por reconocer una de sus mayores dificultades: nuestros orígenes no fueron
democráticos. 20 En este sentido la democracia es maduración, superación de
nuestros orígenes y afirmación contra nuestras tendencias a regresar a lo
arcaico, que están siempre presentes. Los psicoanalistas sostienen que el
dogmatismo está inscrito en nuestro origen, porque los padres -seres que para
nosotros son esenciales- nos inscribieron en un mundo que ya estaba fijado de
antemano. El lenguaje, por ejemplo, no es neutro. Nunca es simplemente
denotativo. No se reduce a nombrar las cosas. Está cargado de interpretación.
Nos ofrece un mapa del mundo completamente valorado. El lenguaje es, pues,
nuestro dogma inicial.
Tal
vez siempre conservaremos la añoranza de una palabra inobjetable a la que
podamos atenernos como alguna vez lo hicimos, al aprender a hablar, a la
palabra de la madre. En algún momento todos pasamos por una crisis que Piera
Aulagnier llama "la prueba de la duda": el descubrimiento progresivo
y doloroso de que los padres, aquellos "monstruos sagrados" de nuestra
infancia, eran personas comunes y corrientes, que podían equivocarse y que
muchas de sus opiniones eran dudosas o sencillamente erradas.21 Este
descubrimiento nos puede provocar resentimiento, rebelión, dolor, o llevarnos
simplemente a buscar un reemplazo en el líder que elijamos. Por esto afirmamos
que el dogmatismo es lo arcaico y la democracia no nos viene espontáneamente,
sino como resultado de una conquista, como aceptación de la angustia, de la
duda, de la duda sobre sí mismo y de pasar por "la prueba de la
duda". Se han hecho descripciones muy notables sobre este punto. No pienso
extenderme en él porque amerita una larga disertación. Quiero indicar solamente
que nuestro origen mismo es el dogma, independientemente de dónde nacimos y del
trato que nos dieron, por bondadoso y libertario que haya sido.
En
el desarrollo progresivo de la democracia, es necesaria una afirmación
positiva, no una afirmación resignada. La unanimidad nunca se consigue, se
impone, y en realidad ni siquiera se impone, porque hay cosas que no se pueden
imponer. Alguna pequeña reserva de libertad tiene el hombre en las peores
circunstancias, bajo la dictadura más atroz o bajo la tortura. Un tirano puede,
en esas condiciones, obligarnos a decir o a hacer cualquier cosa:
arrodillarnos, llorar. Pero hay dos cosas a las que nadie puede obligarnos: a
pensar y a amar. Todo tirano fracasa en
esta empresa cualesquiera que sean los métodos que emplee. Puede obligarnos a
pensar como él, pero no lo logrará si no lo deseamos; si por temor a la
angustia que significa pensar por nosotros mismos, llegamos a pensar como el
tirano, lo convertiremos en un nuevo ídolo. Fue Dostoievski quien dijo que los
hombres no habrían padecido tanto la esclavitud si no amaran tanto sus cadenas.22
Hay
que comenzar por reconocer que la adhesión a la democracia sólo la lograremos
en lucha contra nosotros mismos: contra nuestra formación arcaica, contra
nuestros anhelos de seguridad o de dogma, contra el afán de idealizar a alguien
de tal manera que no nos quepan más dudas, contra nuestra tendencia a
despojarnos de la responsabilidad de la decisión y de la dificultad que implica
el pensar por nosotros mismos.
Por
todo ello la lucha por la democracia es frágil, ya que se trata de algo difícil
de alcanzar. Es mejor comenzar por reconocer que es así. Muy probablemente
conocer la vulnerabilidad y la
fragilidad de la democracia, que la historia nos muestra de manera tan
dramática, nos prepara para amarla. Cuántas bellas causas han terminado en la
idolatría por un caudillo. Formuladas
las exigencias de la democracia es posible preguntarse entonces cómo la
educación podría ser democrática.
Comencemos
por observar que en nosotros no sólo hay un anhelo de dogma, como ya lo hemos
observado, sino también un principio de pensamiento y un principio de lógica
inscrito en el lenguaje y en el diálogo. Las formas que desarrolla ahora la ética
política más elevada, en los últimos libros de Agnes Heller o de Habermas por
ejemplo 23 también están en nosotros. Hay muchas cosas que se imponen a los
niños, que también nos impusieron a nosotros y que, aunque son perfectamente arbitrarias,
son necesarias. Hay normas que son comunes a todos porque son prerrequisitos
para podernos entender. Con respecto a ellas no podemos tomarnos la libertad de
aceptarlas o no, como ocurre por ejemplo con la sintaxis. Si digo "ayer
iré aquí", aunque hablé muy libremente, no dije nada, porque la sintaxis me
obliga a usar la coherencia; puedo decir: "mañana vendré aquí" o
"ayer fui allá", pero debo escoger una coherencia normativa.
El
léxico es impuesto y arbitrario. El niño preguntará, "¿por qué se llama a
un vaso así?", y uno puede explicarle que puede llamarse de otras mil
formas, pero es necesario que se llame de algún modo si queremos entendernos.
Nos imponen un nombre, pero sería peor que no nos pusieran ninguno y nos
permitieran su escogencia en la juventud. Prescindir del nombre sería la prepararación
de un esquizofrénico, porque la construcción de la identidad misma nos lo
impone por identificación y por oposición con los demás.
Platón
encontró que había cosas efectivamente indiscutibles, como por ejemplo, la
teoría de la contradicción, piedra angular de la lógica. Al final de El
Sofista, dice así: “Dos proposiciones contradictorias sobre el mismo
objeto, al mismo tiempo, desde el mismo punto de vista y en las mismas
relaciones, no pueden ser ambas verdaderas”.24 Esa
es la primera proposición que Platón consideró innegable. Al hablar de objetos
distintos, podemos decir cosas contradictorias, verdaderas ambas, porque estamos
hablando de cosas distintas. En casos simples, esto es evidente. En casos
complejos no lo es tanto, y hay que saber si se trata realmente del mismo
objeto. En una polémica entre un marxista y un liberal, por ejemplo, ambos son
partidarios de la libertad. Sin embargo continuamente formulan proposiciones contradictorias
porque no están hablando del mismo objeto y le dan el mismo nombre a
concepciones distintas. El marxista llama libertad a un desarrollo de las
posibilidades humanas basado en una determinada organización económica que
permitiría a todos cierta igualdad y ciertas condiciones de vida. El liberal llama
libertad a la libertad de expresión, a la libertad de prensa.
Este
tipo de diferencias es posible que resulten, al final, menos incompatibles de
lo que hoy se cree. Cuando Platón dice "el mismo objeto", es
necesario definirlo bien. Podemos decir de un ser que es muy pequeño o que es muy
grande porque pudo haber crecido; pero no podemos decirlo al mismo tiempo y
desde el mismo punto de vista, porque las cosas pueden resultar completamente
diferentes si están vistas desde distintos ángulos. Para ilustrar esto, me
gusta contar la siguiente anécdota: "Animales inofensivos: el tigre, el león
y la pantera; animales altamente peligrosos: la gallina, el ganso y el
pato", decía una lombriz a sus hijitos. Se puede decir que un hombre es
muy pequeño o que es muy grande: si lo relacionamos con un elefante, es muy
pequeño; si lo hacemos con una hormiga, es muy grande; pero, estableciendo
relaciones de ese hombre con un mismo objeto, no podemos decir ambas cosas.
La
lógica, como la gramática, es una ciencia reflexiva, porque nos hace conscientes
de algo que todos implícitamente sabemos. En este sentido es muy interesante
hacer la práctica (Alguna vez lo intenté) de enseñar lógica a los niños. No les
estamos enseñando lógica propiamente, sino haciéndolos conscientes de algo que
saben. Hay varios juegos y muchas preguntas posibles para realizar esta
práctica. Es importante hacerlo con niños del mismo nivel lingüístico, que
generalmente son de la misma edad o de edades muy parecidas, para mantener vivo
su interés en los problemas que les planteamos.
Los
niños conocen las 16 proposiciones de Aristóteles, maravillosa conquista del
genio griego, matriz de toda ciencia, tan importante como para que, según
Bertrand Russell, toda la matemática moderna siga funcionando con ellas. El
problema planteado es hacer al niño consciente de que sabe lógica en concreto. Por
ejemplo, a un niño de cuatro años, que está sentado al lado de su madre, si
llaman por teléfono, le decimos: ¿Por qué no vas a contestar, que debe ser tu
mamá? El niño se ríe y dice que la madre no puede ser porque ella está allí. Él
conoce la no ubicuidad, no la conoce con ese término, pero sabe que la misma persona
no puede estar en dos lugares al mismo tiempo. La compleja teoría de la
causalidad, que Aristóteles plantea en su física, la saben los niños y, si se
les expone de una manera suficientemente sencilla, pueden generalizar y
comenzar a hacer el juego de clasificar el mundo por las causas. En una forma muy
sencilla podría formularse así: hay cosas que nacen: los pollitos, los niñitos,
los arbolitos; hay que cosas que se hacen: los pocillos, las sillas, las mesas,
los vasos; y hay cosas que se forman: las piedras, los ríos. Sólo hay tres
tipos de cosas: las que nacen, las que se hacen y las que se forman. En el
bachillerato presentan la lógica de Aristóteles como algo muy complicado cuando
en realidad no lo es. Cualquier niño la sabe y puede estar a su alcance
generalizando a partir de lo que ya está en él. Un problema de primera
importancia es la racionalidad en la educación. El discurso del maestro no debe
ser dogmático. Cualquier discurso puede serlo independientemente del tema. No
es necesario que sea la religión. Si al enseñar las leyes de la multiplicación
y exponer que menos por más da menos, el alumno pregunta, “¿por qué?”, y no
sabemos responderle, estamos haciendo una enseñanza dogmática.
Somos
dogmáticos cuando no hacemos el esfuerzo por demostrar. La demostración es una
gran exigencia de la democracia porque implica la igualdad: se le demuestra a
un igual; a un inferior se le intimida, se le ordena, se le impone; a un superior
se le suplica, se le deduce o se le obedece. La demostración es una lección
práctica de tratar a los hombres como nuestros iguales desde la infancia. El
niño necesita, por una parte, que su espontaneidad
se exprese sin temor y, por otra, que le pongan tareas en las cuales pueda
fallar. Cierta educación libertaria puede tender a convertir la educación en un
"dejar hacer", por ejemplo cuando se propone a los niños "que
pinten lo que quieran y como lo quieran".Eso
está bien en un primer momento. Pero no insistamos en que todo lo que hacen es
sensacional, muy expresivo y muy bello.
Aprender
a fracasar es algo importantísimo en la vida. Una enseñanza que no enseña a
fracasar -dice Freud- es cómo "mandar a alguien en una expedición al polo
norte con un mapa de los lagos italianos". Si no se tiene la oportunidad
de fracasar, tampoco se tendrá la oportunidad de triunfar, de vencer una dificultad
y sentir satisfacción por ello. Es importante que dejemos actuar a los niños
con espontaneidad, pero debemos decirles también, con toda franqueza, si lo que
han hecho les quedó bien o no, para que puedan tener la alegría de que triunfaron
sobre sus dificultades. En la educación es importante adquirir el amor a vencer
las dificultades reales. Aquel que lo logra está más lejos que nadie de la
tentación de la droga, porque no hay píldora alguna de la victoria que
sustituya la felicidad de haber vencido con esfuerzo, con trabajo, una dificultad.
Quien ama ese tipo de felicidad no la buscará en el consumo ni en el dinero
como en un dios que lo permite. ■
19 PLATON,
Carta Séptima en Obras Completas, Madrid, Editorial Aguilar, 1977, pág.
1569. (N. del E.).
20El
lector puede consultar sobre el tema el ensayo del mismo autor Tribulación y
felicidad del pensamiento, publicado en Elogio de la dificultad y otros ensayos,
FEZ, págs. 17-43. (N. del E.).
21 AULANGIER, Pierü: Les destins du plaisir aliénation-amour-pasion,
PUF, Paris, 1979. (N. del E.).
22 DOSTOIEVSKI,
Fedor. Los hermanos Kurumazov. Existen múltiples ediciones. (N. del E.).
23 HELLER,
Agnes, La revolución de la vida cotidiana, Editorial Materiales, Barcelona.
1979. HABERMAS, Jurgen, Teoría de la acción comunicativa, Taurus
Humanidades. (N. del E.).
24 PLATON,
El Sofista. o del ser, en Obras Completas, Madrid, Editorial Aguilar,
1977, pág. 1011. (N. del E.).
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