Por: Ck
Fui un fiel testigo pues le acompañé por cada uno de los rincones del ghetto; era uno de esos días en donde sentimos que la lluvia caer al revés y que los pies se nos duermen desde la punta de la uña del dedo gordo hasta un poco más arriba de las rodillas. Todo me imaginé menos que encontraría a Oskar observando firmemente el edificio que habían construido como símbolo del poder de la palanca. El hombre no había cambiado mucho, en su mirada se reflejaba ese aguardiente mil batallas y su aliento aún hedía a todos tenemos derecho a la igualdad de condiciones mezclado con cigarro de diez minutos antes; me saludó con una sonrisa más amarilla que el mismo sol. Schindler me contó lo que estaba sucediendo, así que alisté mi grabadora, mi cámara, la pluma que me regaló mamá el día de mi graduación y la libreta nueva que me había obsequiado mi novia la semana anterior después de hacerle el amor de manera bestial, en donde cuatro orgasmos seguidos fueron mi carta de agradecimiento por el detalle aquel; toda una locura, pero debo confesar que en esta época, si tienes la oportunidad de hacer el amor con la mujer que amas, es mejor que no desperdicies tu tiempo, pues en cualquier momento te reclutan y ya no la vuelves a ver, en fin. Estaba y estuve dispuesto a ayudar a mi amigo en su propósito, las firmas, ¡Vaya! ¿Cuáles firmas? Si no más tantito lo vieron entrar por la puerta más chica del mundo, pues por ella pasan a diario los pequeños cobardes, con unas letras de protesta y un papel en blanco en busca de firmas, todos en el recinto salieron despavoridos como gallinas en gallinero. Fue algo extraño ver el miedo en sus ojos, bueno, no era para menos, se trataba de mi primer experiencia como periodista del MEAT el periódico más leído por los analfabetas de la ciudad.
Lo cierto es que ahí estaba, Oskar con una parsimonia que me aterraba, le pedía a todo el que encontraba a su paso que le regalara una firma, explicándoles que mañana podrían ser ellos los que abordaran el tren, podrían ser ellos y sus familias los que iniciaran ese viaje que no tiene retorno, llevados a los campos del desempleo, incinerados por las deudas o simplemente utilizados como experimento para mejor la raza económica que tiene gobernada a la población mundial. Por más que Schindler intentó convencerlos ellos parecían no entender y preferían morir en Auschwitz, pues nada les garantizaba que la guerra del contratito de dos meses terminaría, así que tenían que conservar el puestito pues a diario llegaban los camiones atiborrados de hojas de vida, amigos de los amigos, hermanos de los sobrinos, familiares del primo y novios de la hija del jefe, de hecho, hasta la amante descarada de la SS merodeaba en las oficinas con ese aire de perra fina.
Ocurrió entonces que Oskar habían acabado con todos sus baúles repletos de dinero y no podía pagar la libertad de unos cuantos Judidos, la raza impura que ahora estaba a punto de desaparecer; aunque parezca increíble no encontré ningún Judío en la maravillosa Cracovia universitaria; por tal razón no le quedaba más remedio que intentar salvar a través de firmas a los Judidos de la universidad del miedo. Mientras caminábamos por los pasillos que alguna vez para mí estuvieron en rima, una mujer que limpiaba las manchas de barro que habían dejado los de la SS se me acercó muy tímida y casi como un susurro me preguntó - ¿Es usted el señor Itzhak Stern? Para mi gran sorpresa la mujer tenía pegado el estómago a la columna vertebral, ella también cuidaba su puestito como a su propia vida pues no tenía, según la anciana, otra oportunidad, - No, me está confundiendo, le respondí – La verdad es que no sé nada de economía y aunque supiera, Oskar se ha bebido todo su capital, por eso no los puede comprar a ustedes los Judidos.
Nos alejamos del sitio y la mujer se quedó inmóvil mirándonos con esa cara de esperanza, como diciendo en ustedes confío, luego levantó su mano e hizo esa señal que suelen hacer las madres cuando sus hijos salen de la casa; Oskar reaccionó y me pidió que caminara más rápido, que pasara lo que pasara no me devolviera, antes que la mujer terminara con su señal la llamaron a la oficina de Goeth y nunca más volvió a salir. Algunos dicen que el coronel la llegó a desear más que a cualquier otra mujer en el mundo, pero era tanto su repudio por la clase obrera que prefería golpearla antes de amarla.
Lo cierto es que ahí estaba, Oskar con una parsimonia que me aterraba, le pedía a todo el que encontraba a su paso que le regalara una firma, explicándoles que mañana podrían ser ellos los que abordaran el tren, podrían ser ellos y sus familias los que iniciaran ese viaje que no tiene retorno, llevados a los campos del desempleo, incinerados por las deudas o simplemente utilizados como experimento para mejor la raza económica que tiene gobernada a la población mundial. Por más que Schindler intentó convencerlos ellos parecían no entender y preferían morir en Auschwitz, pues nada les garantizaba que la guerra del contratito de dos meses terminaría, así que tenían que conservar el puestito pues a diario llegaban los camiones atiborrados de hojas de vida, amigos de los amigos, hermanos de los sobrinos, familiares del primo y novios de la hija del jefe, de hecho, hasta la amante descarada de la SS merodeaba en las oficinas con ese aire de perra fina.
Ocurrió entonces que Oskar habían acabado con todos sus baúles repletos de dinero y no podía pagar la libertad de unos cuantos Judidos, la raza impura que ahora estaba a punto de desaparecer; aunque parezca increíble no encontré ningún Judío en la maravillosa Cracovia universitaria; por tal razón no le quedaba más remedio que intentar salvar a través de firmas a los Judidos de la universidad del miedo. Mientras caminábamos por los pasillos que alguna vez para mí estuvieron en rima, una mujer que limpiaba las manchas de barro que habían dejado los de la SS se me acercó muy tímida y casi como un susurro me preguntó - ¿Es usted el señor Itzhak Stern? Para mi gran sorpresa la mujer tenía pegado el estómago a la columna vertebral, ella también cuidaba su puestito como a su propia vida pues no tenía, según la anciana, otra oportunidad, - No, me está confundiendo, le respondí – La verdad es que no sé nada de economía y aunque supiera, Oskar se ha bebido todo su capital, por eso no los puede comprar a ustedes los Judidos.
Nos alejamos del sitio y la mujer se quedó inmóvil mirándonos con esa cara de esperanza, como diciendo en ustedes confío, luego levantó su mano e hizo esa señal que suelen hacer las madres cuando sus hijos salen de la casa; Oskar reaccionó y me pidió que caminara más rápido, que pasara lo que pasara no me devolviera, antes que la mujer terminara con su señal la llamaron a la oficina de Goeth y nunca más volvió a salir. Algunos dicen que el coronel la llegó a desear más que a cualquier otra mujer en el mundo, pero era tanto su repudio por la clase obrera que prefería golpearla antes de amarla.
La noche comenzó a caer y nos sentamos en la oficina de Oskar, me ofreció un trago y le dije que no – ¡Maldición Stern! Recíbame un sólo trago, me gritó el profesor con algunas lágrimas en sus ojos, - No soy Stern, Oskar, me está usted confundiendo, un frío de muerto recorrió mi espina dorsal. Schindler sonrió una vez más, esta vez su sonrisa dorada me golpeó los ojos - ¿Está seguro qué no es usted Itzhak Stern? Stern ¿A caso ya olvidó aquella tarde que lo saqué del tren de la mediocridad y de los que tragan entero? Venga Stern, ya sabe en donde está la máquina, así que tómela y comencemos a escribir la lista, la lista que el mundo entero debe conocer, porque como lo escuchamos por primera vez usted y yo al lado de Spielberg “Quien salva a una vida, salva al mundo entero”…
Me levanté de la silla y fui directo a un rincón de la oficina de Oskar, me puse en cuclillas, moví una tabla y del fondo del suelo saqué una empolvada máquina de escribir en vuelta en unos trapos viejos. Estaba anonadado ¿Cómo era posible que yo supiera en dónde estaba la máquina? aún así no refuté nada – Itzhak ¿Tiene el papel listo? Preguntó Oskar – Si señor, respondí como un robot intentando descubrir qué pasaba –Entonces comience a escribir Stern…
1. Nomás Mediokridad
2. Igualkdad dekondicionest
3. Biennesktar Akademirko
4. Bienesktar Universitaryok
5. Kalidad Akademirka
6. Suelosk Etconomikos
7. --------------------------------
1 comentario:
Será Auschwitz la única universidad del miedo? Soy testigo de una Universidad pues he dialegado y trasegado por sus salones y oficinas. Se acallan las voces con migajas de cátedras como si fuera caridad. Los gendarmes de los "dictadores", pues hay varios patios en donde la ignominia galopa y al son de la fusta hacen cumplir "lo normado", es decir, el status quo. Existen varios ghettos en donde los imbéciles son jefes y casi reyes sin corona.(entiéndase, torturadores). Se elevan quejas al mono de la pila, y éste ni es mono, ni es pilas. El miedo camina y amordaza bocas de pobres personas que no tienen identidad, ni caracter y se venden por un calao tieso.
Qué vaina! no?
clara Padilla
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