La Universidad del Tolima atraviesa una crisis en su conjunto. Los actores actúan a la deriva de unos deseos y unas prácticas que no logran cohesionar unos mínimos que le permitan responder a las altas exigencias de una región, un país y un mundo en ebullición. Los estudiantes naufragan entre su apatía y la desconfianza; los docentes, en su mayoría parecieran estar indiferentes a los debates que deben liderar desde sus distintos escenarios de producción de saber: el aula, las prácticas pedagógicas y la investigación; los trabajadores apenas logran vislumbrar el accionar universitario, unos refugiados en la cotidianidad de hacer y no repensar sus acciones, otros apalancados en sus trincheras del “nada se puede remediar”. Los llamados líderes parecen moverse al ritmo del oleaje de lo coyuntural del día, sin tiempo para pensar en acciones de largo aliento que le devuelvan a la universidad su lugar social. Y todos, en medio de ese maremágnum de sucesos, van de arriba-abajo buscando culpables, no proponiendo acciones reales que oxigenen la vida universitaria.
Mientras tanto la Universidad se encuentra subsumida en retos que definirán su futuro, y los debates no avanzan, las medidas externas y sus propias dinámicas le impelen a redimensionar sus acciones. Aspectos cruciales para la vida universitaria requieren la atención inmediata, entre ellos la aproximación de una nueva reforma universitaria de orden nacional que debe esperarse como otro duro embate contra la educación pública; la construcción de un Plan de Desarrollo para la próxima década, el cual debe partir por una evaluación profunda de lo realizado durante los últimos diez años; la construcción de unos lineamientos académicos que vayan más allá de cumplir con los indicadores y competencias que el mundo del mercado exige y que de alguna manera desate el cuello de botella en que se encuentran algunos procesos académicos que hace tiempo se quedaron instalados en la categoría del hacer, sin avanzar en el pensar, en el ser y en el vivir juntos. Así mismo, se requiere de una reorganización administrativa que le permita responder a las lógicas cambiantes de su conformación, por ejemplo, el modelo de Educación a Distancia, que necesita de otros tiempos y espacios, con una población estudiantil cercana a los 30.000 estudiantes, la mayoría de ellos en áreas de impacto vitales para el desarrollo regional y que debido a la desactualización de los mecanismos de participación no influyen en los derroteros de la Universidad; y la reforma de participación democrática, que en medio de discusiones obtusas, dejan el sabor de que son muchos quienes desean que las cosas sigan como están.
De la misma manera, en el caso de la región, grandes retos requieren la atención de la comunidad académica en aspectos tan vitales como los proyectos de megaminería que no sólo amenazan la vida y el equilibrio alimentario, sino que no se remiten sólo al proyecto de la Colosa, sino a distintas zonas que terminarían por convertir la región en un foco de inestabilidad social. La política local, carente de unos lineamientos que retribuyan la confianza en la ciudadanía, debe ser campo de investigación que generen nuevas propuestas de gobernabilidad, sobre todo desde la facultad de Artes y Humanidades. Las estructuras y acciones económicas de la región también se tornan en aspectos que deben ser estudiados y ante las cuales la Universidad debe “decir algo”. En general, hoy más que nunca la región requiere de nuestro participación, pero debe ser un esfuerzo dialéctico con lo universal para poder plantear posibles respuestas, porque hace años que las acciones de lo local perdieron su autodeterminación y se vienen moviendo desde otros intereses que en nada solucionan nuestros problemas reales.
Basten sólo estas ideas para entender el gran reto de la Universidad del Tolima, cada vez más asediada por los intereses particulares, y cada vez más distante de su verdadera misión social. Quizás el único punto que se puede tejer, en estos momentos de profunda desconfianza, y que sirve como epicentro de acción de todos sus actores, debe ser el de preservar lo público por encima de las contrariedades, quizás ese sea el punto que pueda abrir un escenario real de discusión mediada por la argumentación. Por tal motivo sólo podría cerrar esta disertación con una idea que me da vueltas: Es el momento de proponer y liderar una Constituyente Universitaria.
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