enero 13, 2011

EL PELIGRO DE LAS PROFECÍAS


Por: Carlos Arturo Gamboa

Cuando Hernán Cortés llegó con sus depredadores a México, se encontró frente a un hecho histórico-cosmogónico que le permitió dominar las tribus sin la resistencia que hubiese podido gestar una cultura de la grandeza de la Mesoamericana. Supeditadas por las creencias propias de los pueblos que siempre sueñan con el advenimiento de nuevos tiempos encarnados en seres extraordinarios, las tribus lideradas por Moctezuma creyeron que se encontraban ante los emisarios de Quetzalcóatl. Algunos de ellos, sin embargo, pudieron anticipar que esos seres de barba montados en bestias de cuatro patas, no eran más que una raza ambiciosa que se guiaban por el brillo del oro. La división entre estas miradas debilitó la resistencia y cayeron en las trampas de Pedro Alvarado quien saquea los templos y muestra la verdadera esencia de los invasores. Para entonces era demasiado tarde y, aunque y la lucha se conserva, la misma división del pueblo le permite a Hernán Cortés llevar a cabo la conquista del Imperio Mexica, no sin antes hacer frente a los Tenochcas quienes logran capturar algunos españoles y muchos de los indígenas traidores y los sacrifican frente al ejercito de Cortés. En 1521 el ejercicito español, aumentando en gran número por los propios indígenas, declara la victoria después de que Cuauhtémoc, último emperador mexicas, es capturado. Las falsas profecías, la división de las tribus y la traición, son parte del dolor histórico.

Casi 520 años después aún Latinoamérica sufre de los mismos dolores. Las falsa profecías, ahora encarnadas en un capitalismo que promete bienestar a los pueblos, pero que en el fondo no es más que un nuevo jinete depredador y ambicioso que se guía por el brillo del oro que sobrevive escondido en las entrañas de nuestras cordilleras, siguen engañando a unos habitantes ilusos que aún esperan que los enviados alivien nuestras miserias. La división de los pueblos en busca de intereses mezquinos, no les permite vislumbrar una posibilidad de resistencia, ya que muchos prefieren la comodidad individual de un seudo-bienestar, a la resistencia ante un modelo que privilegia a pocos y condena a la gran mayoría. Y claro, la traición, ahora encarnada en una clase que quiere conservar su estatus a cambio de las nuevas esclavitudes de sus pueblos. El dolor, sigue siendo histórico.

Derrocar las falsas profecías de su trono, pensarnos como pueblo que construye su propio destino, unir nuestras diferencias para soñar un mundo posible, es quizás la única alternativa que nos queda, porque los traidores siguen entregando nuestros tesoros y el cuerpo vegetal cuya memoria sigue viva persiste gritando aquellos versos que retumban en el ser latinoamericano: "Dónde están nuestros príncipes, quién es el que nos inspira valor”. Ojalá no sean declamados sobre los escombros que dejarán los conquistadores del Dorado moderno.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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