mayo 13, 2023

Donde se reseñan algunos sucesos descritos en Barrio Bomba, la saga novelada de Triple J, y al final exclamo: “Si quiere saber más, vaya y póngase a leer”

 


Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima

 

A mí me da por pensar[1] que ciertos libros son como gritos colectivos que alguien se atrevió a escribir, pero que muchas manos debieron intervenir en sus historias; libros para recordar que el mundo antes era distinto, quizás más libre o más loco o menos lleno de formalidades de esas que se acumulan y no dejan respirar. Eso es lo que hace Triple J (John Jairo Junieles), un sucreño que creció en Cartagena y ahora, siguiendo ese estigma de los costeños desubicados, le dio por vivir en Bogotá, esa enorme caldera mitad paraíso, mitad infierno, mitad limbo.

El susodicho texto lleva por nombre “Barrio Bomba”, un extendido charrasquillo que publica Taller de Edición ROCCA novela, y cuyos veintidós apartados no dan abasto para contener tantas historias porque en Barrio Bomba lo extraordinario era pan de todos los días. Y debido a eso, muchas de esas hazañas quedan inconclusas, ramificadas en la memoria del lector y quizás esperando que Triple J tenga tiempo para seguirlas recuperando del crisol del olvido, pero esa es otra historia.

Así que señoras y señores, generación retro y millennials, desempleados e infelices, los voy a tratar de introducir (en el sentido pedagógico de la expresión), a la lectura de Barrio Bomba, un libro que no pude leer despacio, pareciera que los múltiples hechizos de sus páginas o el olor constante a ron de corozo, me impidieron la lectura reposada. Repleta de refranes, dichos y expresiones populares, la novela requiere de un lector des-academizado, mejor dicho, despojado de la pedantería del lenguaje de la crítica y que no haya sido aún encadenado a la corrección política, que por estos días funge como la nueva inquisición, pero esa es otra historia.

Empiezo por recordar que hubo una vez un tiempo en el que el mundo era pequeño y había gente que nacía y se moría sin salir nunca del barrio, y entonces se vivía entre mitos, asombros, descubrimientos y carcajadas. Nada estaba terminado, todo estaba en construcción, en cada esquina germinaba un nuevo suceso y lo mágico era posible, aún sin los aromas paliativos del cannabis. Entonces se trata de recuperar ese mundo, aunque recordar es como intentar ver a través del culo de una botella; pero toca reconstruir la versión de los hechos, la historia de antes, porque hay que vivir para contarla, mejor dicho, como dice Adán Bonanza: contar el mundo ayuda a entenderlo.

Y volviendo a los Bonanza, son ellos los protagonistas de una saga familiar quienes un día llegan a un lugar olvidado de Dios a fundar lo que más tarde sería conocido como Barrio Bomba, un lugar de intersecciones culturales (me niego a citar a Canclini), en donde trascurren otros cien años, pero no de soledades, sino de fiestas, infidelidades, inventos, descubrimientos y luchas por encontrar un lugar en el mundo, porque en el barrio la vida no descansaba y la muerte menos.

La verdad si me dedicara a contarles todo lo que encontré en Barrio Bomba terminaría formando una secta cuyo símbolo sería una serpiente de dos cabezas, como la del Tío Caribú, uno de esos pintorescos personajes que habitan esas páginas; y como no es mi intención quedarme con sus monedas, mejor los voy provocando, aunque: ¿Para qué esforzarme en que me crean sí de todas formas pensarán que todo es mentira? Lo cierto es que en esos lares uno podría “toparse sumercé” con extraterrestres, vampiros, politiqueros (esos otros chupasangres, tan comunes en los barrios populares), sicarios, artistas, futuros actores porno, divas desencantadas y abuelas fumando sus tabacos y presagiando el futuro con una certeza que ni Nostradamus.

Y la vida se iba reconstruyendo a la medida del sonsonete de los prostíbulos y los deseos más sublimes, sin descuidarse mijo porque “papaya servida, papaya partida”. Allí la gente aprende a caminar sobre las cenizas que dejan los incendios, como en esos otros territorios novelados de Caicedo en ¡Que viva la música!, o los de Chaparro Madiedo en Opio en las nubes. Para qué les digo que no, si sí, encontré una conexión con esas otras locuras narrativas de la tradición colombiana. De no ser así, cúlpenme a mí, no al escritor.

Barrio Bomba es la recuperación de ese pasado que ya nos es imposible atrapar, a no ser bajo el influjo de la memoria y la escritura. A eso juega Triple J y es muy consciente de su ejercicio porque la memoria es un álbum de fotos invisibles. Como en la vida real, al final los barrios son devorados por la ciudad allá donde la gente estaba limpia y sin mancha, dejando una estela enorme de nostalgia que siempre nos convoca a volver; pero no les voy a contar todo porque faltarían páginas y ¡ni yo soy tan chismoso!

Hay quienes dicen que, en la pasada Feria Internacional del Libro en la caótica nevera capitalina, encontraron a Triple J en uno de esos estands independientes (en donde se esconde la buena literatura emergente). Estaba feliz hablando de su Barrio Bomba, y escucharon que dijo algo así como que alguien había dicho o que alguien había escuchado a alguien decir, que esta novela era la segunda parte de Cien años de soledad, pero escrita por un marihuanero. A decir verdad, se escuchan rumores de Macondo en esas calles de Barrio Bomba, empolvadas en verano y cenagosas en invierno; también hallé en esas páginas cierto olor a maracachafa, no más tengan en cuenta que los de hoy son otros tiempos y otros lenguajes, de los cuales, si quiere saber más, vaya y póngase a leer.

Ibagué, mayo 13 de 2023.



[1] Las frases en negrilla y cursiva en este texto corresponden a expresiones literales extraídas de la novela. Referencia: John Jairo Junieles. (2023). Barrio Bomba. Taller de Edición ROCCA Novela. Bogotá, Colombia.

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