febrero 04, 2013

EL PLAN "B" DE LAS UNIVERSIDADES PÚBLICAS



Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Catedrático Universidad del Tolima
Secretario ASPU-Tolima

En 1988, antes de la muy famosa y muy lesiva Ley 30 de 1992, se publicó el texto titulado La universidad a la deriva[1], el cual planteaba una serie de interrogantes sobre el futuro de la universidad pública, los cuales hoy, 25 años después, siguen latentes y sin respuesta. Desde entonces la universidad ha seguido, ya no tanto a la deriva, sino más bien timoneada por los intereses del macro-mercado internacional, cada vez más lejos del puerto en dónde su «razón de ser» espera, como Penélope, la llegada de un Odiseo que se perdió en las aguas turbulentas del capitalismo de los servicios.

La situación de la educación pública en general es compleja, pero casi siempre lo complejo es de una sencillez desconcertante¸ y en ese marco de reflexión el futuro que le espera a la Universidad Pública está condicionada a los avatares de un Estado cada vez menos autónomo y por lo tanto, heterónomo a las disposiciones del mercado. La cuestión no es de diagnósticos, consiste en «desobedecer para existir» o de subordinarse para desaparecer. Al contrario de lo que creen muchos tecnócratas de turno, quienes mediante argucias discursivas elaboran leyes, decretos y resoluciones para dar cumplimiento a los mandatos del Banco Mundial y demás estamentos del orbe-poder, la cuestión de la existencia de la Universidad Pública radica en abandonar el cauce de los ríos predeterminados y proponerle nuevas rutas. Obedecer las disposiciones es convertir la Universidad en un centro de reclutamiento en donde sólo se aprende lo que será usado en la guerra del conocimiento, por eso se invoca la eficiencia como principio regulador del aprendizaje. Desobedecer es reinventarse. El problema es que nadie quiere hacerlo, al menos los que regulan la educación a nivel nacional, incluyendo el MEN, Colciencias, el ICETEX, el ICFES, y por supuesto los rectores. Todos estos entramados de los eslabones del poder sólo obedecen y garantizan la desaparición de la Universidad Pública, así la sigan llamando igual.

«Desobedecer para existir» es la gran lección al margen de la historia del capitalismo; sólo pervive aquello que responde a la necesidad de construir una mejor sociedad, lo demás es tragado por la máquina tragamonedas que todo lo transforma en capital constante y sonante. Pero lo que no entra en la lógica del capital es tildado de subversivo, anacrónico, terrorista; por eso hoy estos calificativos acompañan a quienes claman por educación gratuita, currículos descolonizadores y transformación social. Al contrario, los grandes adalides de la educación son quienes siguen el plan “B”: acreditaciones a los estándares del mercado, diseño de currículos por competencias, incremento de posgrados amparados en la flexibilidad, venta de servicios (diplomados, cursos, créditos), internacionalización de la academia a costa de la construcción de saberes para la solución de los problemas del contexto y demás conceptos que no son más que la traslación sin argumentación del lenguaje empresarial al mundo académico. El plan “B” de las Universidad Públicas no es más que cumplir con el mandato del Plan Bolonia; y el plan Bolonia responde a la lógica del mercado, razón de la cual se infiere…

No existe un proyecto de nación sin su soporte vital en un plan educativo, pero como el propósito consiste en seguir sumidos en una eterna heteronomía, seguiremos conduciendo nuestro barco a las costas de la mediocridad; esto no parece importarle a muchos, mientras nuestra embarcación tenga el permiso “acreditado” de los capitanes del capital.

 En 1994 Colombia tuvo la selección de fútbol “mejor acreditada” de la historia y en el mundial de fútbol en EE.UUU ejecutó uno de los más grandes fiascos futboleros. Quizás no se haya estudiado mucho el principio fundante de su técnico Francisco Maturana: “perder es ganar un poco”, pero si pensamos en ello y en el porvenir de la Universidad Pública, es mejor no imitarlo, porque en este caso «perder es perderlo todo», y es preferible desobedecer la lógica del mercado que subsumirse a ella, a no ser que la bitácora que guie nuestra embarcación sea la de entregarle al mercado uno de los bastiones de la libertad del pensamiento (hoy casi totalmente enajenado); entonces el plan “B” sería el mejor, no para nosotros, sino para ellos, los amos del mercado.






[1] Escrito por: Luis Enrique Orozco Silva, Rodrigo Parra Sandoval, Humberto Serna Gómez. Tercer Mudo Editores.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bien carlos Arturo por esas reflexiones sobre el Plan B. Cordial saludo de Héctor Edo. Esquivel