Carlos Arturo
Gamboa Bobadilla
Publicado en: Boletín ASPU Presente No. 4.
Germán
Castro Caicedo es recordado gratamente por el programa Enviado especial que en su momento constituyó e instauró una forma
distinta de hacer periodismo en Colombia. Como escritor ha producido un
sinnúmero de libros, algunos de ellos muy difundidos por la Editorial Planeta,
otros bastante polémicos por sus contenidos y algunos encajados dentro de un márquetin
editorial que le valió bastantes críticas por su ligereza. Personalmente
recuerdo con agrado Mi alma se la dejó al diablo (1982), el primero que leí y que luego aparecería como largometraje
en la televisión colombiana (1987). Más tarde pude apreciar la novela Candelaria (2000), en mi opinión su
mejor texto. Ahora tengo el gusto de escribir esta nota basado en su último
libro de corte periodístico titulado Nuestra
guerra ajena (2014).
Para
iniciar me causó curiosidad que en la página de presentación el autor revele
que el manuscrito había sido vetado por la Editorial Planeta debido al
contenido del mismo -la denuncia que allí se plasma frente al conflicto interno
colombiano-, pero que finalmente, con el cambio de dirección de la empresa, se
hubiese accedido a su difusión, incluso aceptando que apareciese esa nota. Esto
evidencia la tara editorial de muchas voces en Colombia, estoy seguro de que el
peso del nombre y la proyección de ventas de Germán Castro Caicedo contribuyeron
a solucionar a su favor el veto.
Ahora
bien, en sus 395 páginas el autor se dedica a ilustrar una serie de hechos que
demuestran esa vieja consigna de las izquierdas latinoamericanas sobre la
injerencia de los EE. UU. en la política y la economía; certeza que llevó a Los prisioneros a cantar que “Latinoaméricaes un pueblo al sur de Estado Unidos”. Colombia, nos cuenta el autor, ha sido
una de las naciones más sometidas a los designios norteamericanos, razón por la
cual se ha creado una dependencia absoluta sin que hasta el momento exista un
gobierno que hubiese roto con esa lógica. Por eso, desde terminada la guerra de
Vietnam, EE. UU. contribuyó a la generación de la economía de la droga que
empezaría con la bonanza marimbera, para más tarde posicionarnos como la nación
productora de drogas más grande del mundo, obviamente auspiciada por los
mayores consumidores de drogas del planeta. Pero sumado a este proyecto de
“paraíso psicotrópico” para los visitantes gringos -muchos de ellos soldados
adictos llegados de Vietnam-, los EE. UU. siempre ha concebido a Colombia como
una punta de lanza geoestratégica para su proyecto de dominación del Cono Sur,
debido a la necesidad de alimentar su voracidad por los recursos mineros, acuáticos,
energéticos; y últimamente sobre los recursos ecológicos que proveen aire y
alimentos. Para la potencia del Norte, Colombia es un buen proveedor a bajos
costos que además le sirve para basurero continental.
De
esa manera, Castro Caicedo documenta varias páginas para recordarnos los dos
gobiernos de Álvaro Uribe y su entrega total a las políticas norteamericanas
que en su momento activaron el denominado “Plan Colombia”, como un
posicionamiento de bases militares para vigilar el continente y apropiarse de
zonas estratégicas para su proyecto económico-militar; a la par de este plan
fueron llegando los mercenarios de las corporaciones quienes aliados al
proyecto paramilitar, despejaron zonas mediante fumigaciones, amenazas y
muertes, zonas que se disponían como los nuevos escenarios de actuación del
capital. Del mismo modo, el autor nos muestra evidencias periodísticas de
hechos que comprometieron a estos mercenarios norteamericanos con el aumento
del narcotráfico, consumo, trata de blancas y demás atrocidades que a veces
olvidamos los colombianos, o que lo aceptamos porque los medios oficiales lo
mostraron a medias o lo justificaron con la consigna “seguridad democrática”.
Después de leer estar páginas uno llega a conclusión que Colombia fue, durante
el gobierno Uribe, la zona de tolerancia de los norteamericanos. ¿Será que lo
sigue siendo?
Ahora
bien, frente a los sucesos actuales y el
cambio de rumbo del conflicto interno hacia una posibilidad de firma de acuerdo
de paz, vale la pena revisar el libro, porque desde este recorrido histórico el
autor nos ofrece elementos para interpretar las actuaciones del gobierno Santos
y el cambio de política de los EE. UU. Surge una pregunta: ¿cuál es el proyecto
impuesto desde el Norte que ahora la paz es fundamental? Pues la respuesta está en nuestros recursos
minero-energéticos, nuestras despensas de agua y alimentos, nuestro espacio
estratégico frente al avance de gobiernos alternativos en el Cono Sur. No es
coincidencia que ante el decaimiento de la política de guerra total impuesta
por Uribe, y ante el cierre al paso de sus propuestas guerreristas, el hoy
senador hubiese viajado recientemente a los EE. UU. buscando un apoyo que ya no
encontraría, pues la segunda fase del olvidado “Plan Colombia” está en marcha
porque la estrategia siempre fue: «alimentar la guerra para beneficiarse de la
paz». No es extraño que en vez de recular o repensar el apoyo a Uribe y sus
políticas, EE. UU. le responda nombrando a Bernard Aronson como primer enviado
estadounidense para el proceso de paz de Colombia. Tarde se daría cuenta el
otrora socio de la guerra ajena que había sido un títere más de la historia neocolonial
de un país llamado Colombia.
Invito
pues a leer Nuestra guerra ajena, un
documento válido que nos recuerda nuestra amarga realidad, nuestra aguda
econo-dependencia, y sobre todo nos permite tener más elementos de análisis
para el proceso de país que otros vienen diseñando para nosotros. A pesar de la
reiteración de elementos e ideas que a veces hacen escabrosa la lectura y la
falta de rigurosidad que permita ampliar las fuentes o ir directamente a ellas,
Germán Castro vuelve a dejarnos una buena fuente de consulta. He aquí el relato
de una guerra que nunca fue nuestra, esperamos que la paz que buscamos no sea
otra farsa más de la política impuesta, porque como lo afirma el autor:
Somos
una sociedad en la cual nadie se atreve a cuestionar, a discutir, a intercambiar
puntos de vista porque, si lo hace, primero es calumniado, y luego agredido
físicamente. En ese silenciar cualquier vía a quien piensa distinto son iguales
los militares, los guerrilleros, los policías y los paramilitares. En nuestra
historia nunca hemos tenido la posibilidad de resolver nuestros propios
problemas por vías de la civilización” (Caicedo, 2014, p. 323).
2 comentarios:
Gracias profesor por recomendar este libro, pero ante todo gracias por recomendar la lectura, que es uno de los medios que posee el ser humano para ser libre de las ataduras de la ignorancia y una de las formas de saberse como ser activo y creador de la historia.
Con respeto,
Rafael Diaz
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