Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Los
bancos producen alergia. No los bancos de los parques, que mucho escasean, sino
las sedes del sistema bancario. Ir a un banco a realizar una diligencia genera escozor
hasta en el más estoico. Hace poco estuve en un “banco muy popular” realizando
un cambio de tarjeta y demoré tres horas en algo tan trivial. Tres horas
válidas para lectura de 150 o más páginas, de dos buenas películas, de una
buena caminata, incluso de una merecida siesta. Ha cambio tuve que esperar
impaciente a que un cajero, cuya velocidad hacía presentir que alguna vez se la
había escapado una tortuga, nos atendiera al taquicárdico ritmo de un sistema
digital que harían exasperar a Job. Una señora que entró con un niño de unos 6
años corría el riesgo de salir de la mano de un adolescente. La explicación de
siempre: que se cayó el sistema. Cuatro ventanillas y sólo una en servicio. La
paciencia decaía, el chiflido era la única arma de protesta. Al final, entre
maldiciones, risas nerviosas y madrazos en voz baja, me atendieron. Lamenté mucho
no haber cancelado mi cuenta, pero de seguro me hubiesen puesto a realizar
cientos de trámites para ello y los escasos fondos que poseo no ameritan tal
desgaste, mejor empleo esas horas escribiendo o hasta durmiendo. Pero ni
siquiera esa es la mayor perversión de los bancos.
Hace
unos años Enric Durand desafió el sistema bancario capitalista y lidera un
movimiento para construir alternativas económicas, él igual que millones de
seres humanos, entiende que los bancos se convirtieron en los amos del mercado.
No hablaré aquí desde teorías económicas especializadas, pero es fácil observar
que este siglo ya ha dejado ver el rostro oscuro del sistema financiero
mundial, y sólo basta mirar la cotidianidad para encontrarse de lleno con la
calamitosa posibilidad de convertirse en un esclavo de las “convulsiones
modernas”.
Los
dueños de los bancos especulan, crean burbujas financieras, juegan con números
que no se correlacionan con bienes materiales, la mercancía, en términos
marxistas, ahora es abstracción. El negocio financiero es mentir. Como usuario
de un banco pagas por guardar tu dinero y obtienes poco beneficio de ello. Cada
transacción tiene un precio que cancelas poco a poco y que sumado entre miles
de usuarios sostienen el sistema y le permiten usar tu dinero como fuente de especulación.
Los bancos sobornan gobiernos, el sistema de bolsas de valores es un entramado
mafioso al mejor estilo Al Capone. Interbolsa en el caso colombiano reciente es
el mejor ejemplo.
Deberíamos
tener la libertad de no tener el dinero en los bancos, pero eso cada día es más
idealista. Ellos están metidos en todas partes, son los nuevos dioses
omnipresentes. Deberíamos volver al truque porque la invención del dinero es
tan fatal que creo los banqueros. Dirán imposible. Bueno, si no podemos acceder
a esas libertades, al menos no me roben el tiempo de ocio haciendo colas para
dejarles mi dinero en sus cuentas, ya que como dijo Quevedo: “sólo un necio
confunde valor y precio”.