Por:
Carlos Arturo Gamboa B.
Para
empezar este texto es necesario aclarar que jamás he asistido a una corrida de
toros, mi más cercano interés por este tipo de actividades se limita a la
ansiedad de ver la película “Sangre y arena” (1989) - que en realidad era un
deseo de ver una corrida de Sharon Stone- y el asistir como televidente a
algunos episodios de la serie “Puerta grande” que se hizo como homenaje a César
Rincón, pero la mala actuación de Julio Sánchez Coccaro me ahuyentó
rápidamente. Tampoco soy vegetariano radical y creo que nunca lo seré porque
tengo una dependencia cárnica comprobada. Sin embargo, me interesa el tema que
esbozaré a continuación:
Hace poco pregunté en
mi muro es Facebook lo siguiente:
¿Quién sufre más?
A- El toro torturado por
el banderillero y traspasado por la espada del torero
B- La vaca desangrada por el cuchillo en el matadero
C- La gallina despescuezada por la abuela para el sancocho
D- El marrano desangrado para la lechona
B- La vaca desangrada por el cuchillo en el matadero
C- La gallina despescuezada por la abuela para el sancocho
D- El marrano desangrado para la lechona
La
reacción de mis inter-lectores fue variada, lo cual hizo más interesantes sus
respuestas. Leerlas y contestar algunas provocó el deseo de escribir este texto
un poco más elaborado sobre el tema, usando, por supuesto, algunas ideas de lo
debatido allí. No pretendo dar cátedra, solo exponer algunos puntos de vista,
en el sentido literal de la palabra “exponer”.
Según
entiendo, la tauromaquia o toreo, tal como la conocemos
hoy, es una actividad que pertenece a la tradición española; llegó a nosotros
junto a otras barbaridades que trajeron los conquistadores en sus barcos. Como
tradición la podemos juzgar imposición del colonialismo, como afirman algunos
de los participantes de la discusión, lo cual no significa que los habitantes
de nuestros pueblos aborígenes fueran unos santos, ellos también tenían
costumbres y tradiciones que hoy podríamos llamar inhumanas; hacían sacrificios
de animales a sus dioses, incluso Mayas e Incas sacrificaban seres humanos en
algunas de sus festividades. Creer lo contrario es caer en la inocente teoría
del “buen salvaje” promovida hace mucho por Rousseau, y que a la luz de los
estudios actuales no tiene asidero.
De
igual manera, alimentarse de animales es una tradición tan antigua como la
aparición del homo sapiens sobre la
faz de la tierra. Estudios serios afirman que el consumo de carne generó un
escenario propicio para la evolución del cerebro humano, con las consecuencias
positivas (o negativas) del surgimiento de la especie como la conocemos hoy.
Entonces,
las tradiciones son estereotipos culturales no despojados de violencia, como el
matrimonio católico, la circuncisión y el castigo físico a los hijos (y a los
guardaespaldas). El hecho de que sean tradición, tanto la tauromaquia o el
consumo de carne de animales, no implica que se deba aceptar ese alto
simbolismo y realismo de violencia, más cuando los humanos están dotados de una
capacidad de pensamiento, lo cual nos hace únicos en el planeta. El libre albedrío que llaman otros. ¿Entonces
cómo dirimir la disputa frente al toreo? Siendo radical deberíamos volvernos
todos veganos, en el sentido de la total protección de las especies, lo cual
tampoco garantiza la supervivencia, no olvidemos que a los dinosaurios no los
mataron los humanos.
Las
tradiciones deben cambiar, ese es el devenir inevitable de la evolución humana.
Y deben cambiar para la preservación del yo
y de lo otro. Hoy no solo los
animales peligran, nosotros también ante la inevitable catástrofe que se nos
avecina como un apocalipsis provocado por auto-desaforado sistema de consumo.
¿Seguimos evolucionando? Seguro, solo que el tiempo de la evolución ocurre en otras
medidas más universales. Quizás, si sobrevivimos a nosotros mismos, al
transcurrir algunos años la tauromaquia solo sea un hecho histórico visto como
salvaje por quienes lo practicaban, de la misma manera que vemos hoy la forma
en que la iglesia católica quemaba en hogueras a las llamadas brujas. En ese
tiempo también una minoría se oponía, la mayoría lo disfrutaban. Lo que si no
debemos olvidar es que como humanos estamos construidos de violencia y con
violencia, quizás el estado último de la evolución sea vivir en paz, con
nosotros y los otros. Sin devorarnos.