Por: Carlos Arturo Gamboa Bobadilla
Aparecen en elecciones unos que llaman caudillos
Que andan prometiendo escuelas y puentes donde no
hay ríos
Y al alma del campesino llega el color partidiso
Entonces aprende a odiar hasta quien fue su buen
vecino
Todo por esos malditos politiqueros de oficio.
Arnulfo Briceño
Asistí el pasado 3 de septiembre al
debate (¿?) de los candidatos a la rectoría de la Universidad del Tolima. Toda
una mañana para una práctica de psicoanálisis. El evento fue citado en uno
de los espacios de encuentro, el denominado Auditorio Mayor de la Ciencia, el
cual ya ha sido profanado antes por este tipo de parodias y montajes
democráticos. De entrada el acto no fue
más que un pastiche de la democracia, porque se cita a la presentación de los
planes de gobierno de dos candidatos, para elegir una terna, de la cual el
Consejo Superior Universitario elegirá el futuro rector. El mundo de los principios
matemáticos también es profanado en estos lares.
Sin embargo, no me detendré en la
valoración de las propuestas de gobierno, las cuales parecen bajadas de la
página del Ministerio de Educación y sus políticas regresivas para la
universidad pública; me detendré a intentar valorar el despliegue de odios, dolores,
angustias y miedos que reflejan-mos los
participantes. Parto por la conclusión: La comunidad de la Universidad del
Tolima está enferma, carece de tejidos de afectos, el mal de nuestro tiempo,
que no es otra que la individualización de la existencia, ha hecho metástasis en
el cuerpo colectivo.
A Ralph Abernathy se le atribuye esta
frase: “Estoy enfermo y cansado de la gente en blanco y negro, de la buena
intención de dar aspirina a una sociedad que se está muriendo de una enfermedad
cancerosa”, y ese parece ser el estado de nuestra comunidad, morimos
afectivamente y nos queremos curar con aspirinitas burocráticas, aspirinitas de
indiferencia, aspirinitas de odios personales, aspirinitas de gritos y
manoteos. Pero la culpa no es solo de la comunidad, este desmadre tiene origines
sociales, políticos y económicos. La Universidad del Tolima es apenas un
bosquejo en miniatura del departamento, sumido en mayor atraso social y
político; es también el lugar en donde se hace la política desdibujadamente y
se maquilla tras los eslóganes de cambio, cuando apenas son el remedo de una
larga y trágica historia de equivocaciones; y es además fuente de empleo para
muchos profesionales que no tienen otro espacio en donde poner en práctica lo
que la misma Universidad les enseñó. Estos factores mezclados son el caldo de
cultivo para la esquizofrenia. Lo que queda por fuera es el verdadero propósito
de defensa de lo público, de la construcción de un proyecto de universidad más
allá de nuestras ambiciones de poder y egoísmo seudo-ideológico, lo que se
sacrifica es el futuro de la educación de la región.
El encuentro entre candidatos a la
rectoría de la Universidad del Tolima no se desarrolló en un auditorio, sino en
un diván gigante con trescientas sillas, y desde muchas de ellas los cuerpos
manifestaron sus heridas: úlceras producidas para insolidaridad, por el egoísmo,
por la persecución disfrazada, por la angustia de conservar el puestico, por el
acomodamiento y otros males que se anidaron en el inconsciente colectivo desde
hace muchos años, cuando los manipuladores entendieron que lo mejor para
gobernar era polarizar, dividir, fragmentar, prestar las dagas para que los
cuerpos se destrozarán desde la verbalidad y la acción. Claro que entiendo esa esquizofrenia,
esa impotencia del sujeto atrapado en un campus
sin ethos, por eso resulta urgente
desocupar ese tarro de basura que la comunidad carga a sus espaldas. En tiempos
cuando se habla de reconstrucción social, que fructífero resultaría empezar por
nosotros mismos.
Lástima que los candidatos a rector no
tienen ni siquiera un esbozo de propuesta para superar la mamá de las crisis:
el deterioro del sujeto universitario; pero pobrecitos, ellos también forman
parte de este tejido averiado de afectos que juega al circular vicio de la
venganza y el uso del poder para la individualización. Dentro de unos días, alguno
de ellos se sentará en las apoltronadas sillas del poder y nos olvidará, no
seremos ya sus indicadores en las urnas, solo un pequeño ramillete de elegidos
lo acompañará en lo que desde ya se prevé como otro fracaso, porque en la
maleta se conoce el pasajero. Pero hay algo más atroz: mientras morimos en
agresiones inanes, la región, que clama nuestra presencia, nos olvida y para
ese olvido no habrá retorno, ni pronta cura.