Carlos Arturo Gamboa B.
Docente Universidad del Tolima
Estos días he tenido algunas
“discusiones” en redes sociales debido a mis opiniones en tres temas
específicos: la “música” de Bad Bunny, el fútbol como mecanismo de alienación
de masas y la valoración estética de artefactos que se hacen llamar arte. Me ha
causado curiosidad que en todas esas discusiones algunos interlocutores me han “conminado”
a que debo aceptar a rajatabla las opiniones contrarias: que lo que Bad Bunny vende
es música, que el fútbol, más allá de ser un deporte de masas regido por los
principios comerciales, no debe ser valorado desde una óptica crítica, por ejemplo,
como mecanismo de distractor social para ocultar los problemas “reales” del
país.
En el caso del arte, algunos han
sugerido que se debe valorar toda expresión “artística” como tal, sin importar
que la historia cultural de la humanidad haya fijado unos cánones para el mismo
y que dicho artefacto no lo respete, como el famoso busto de Quintín Lame que
colocaron en reemplazo del genocida Galarza. Todas esas conversaciones me
hicieron acordar del debate de la posmodernidad, en donde se planteó que, con
el fin de la historia y la modernidad, ahora todo valía.
Si hay algo que potenció las redes
sociales es la posibilidad de que mucha gente opine sobre muchas cosas, algunos
a esto lo han denominado “democratización de la opinión”. Sobre lo mismo hay
posiciones a favor y en contra. Algunos afirman que estamos viviendo el
apocalipsis de la verdad y otros que las redes son la mejor expresión de que hemos
alcanzado la capacidad de comunicarnos a nivel planetario y eso favorece el
entramado comunicativo y, por ende, las relaciones sociales.
Personalmente creo que las redes y
los entramados digitales, siendo herramientas inventadas por los seres humanos,
pueden traer beneficios o problemas, todo dependen del uso que hagamos de las
mismas. Usar los medios para posicionar una idea no es nuevo, forma parte de la
historia universal, y, sobre todo, del proyecto humanista que consideró la
razón como el eje central de la construcción de las múltiples verdades. El tema
es que han cambiado los medios y ahora millones de personas puede usarlos para
expresarse, con el efecto de pérdida del rigor de lo que se dice.
Así, lo que está en juego no es sólo
la deconstrucción de valores antiguos, formas estéticas obsoletas o cambios de
paradigmas, lo cual es consecuente con la evolución de la vida y de lo humano, el
problema está en pretender “imponer” el relato de que todo vale en medio de una
discusión sin moderador. Así, una producción musical que no sea producto de una
construcción estética (ritmo, letra, melodía, ensamble) debe ser aceptada como
tal, sólo porque es consumida por millones de seres que la consideran “música”.
De no aceptar eso se puede ser calificado de “policía del gusto musical”, como
alguien lo afirmó en una de las conversaciones. Yoko Ono estará muy feliz ahora
con esta medida estética sin parangón. Como dijo el poeta Rabindranath Tagore: “La
verdad no está de parte de quién grite más”.
Igual pasa con las opiniones sobre
política, vida social, mundo de la vida, deportes o cualquier otro tema que
abordemos, porque el principal argumento que se esgrime esconde una trampa, es
que “todo vale”. Tratar de defender una idea, un punto de vista, una tesis, ha
sido el sustento de la modernidad, atrás quedaba la aceptación a priori de los fenómenos como
expresiones místicas o divinas de la existencia. Aceptar que todo vale es negar
la autonomía del pensamiento, la discusión y el debate y la búsqueda de “las
verdades” que rigen los fenómenos, las leyes y las cosas del universo.
Por expresar la opinión, en otros
tiempos algunos eran conducidos a los campos de concentración, expulsados de
sus países, condenados a Siberia o desaparecidos. Hoy la opinión está
vulgarizada y cada vez pierde más valor especifico, justo porque creemos que
cualquier opinión es válida.
Lo siento si hiero
susceptibilidades, pero no todo vale. Hay lugar para el rigor del pensamiento y
para la argumentación, así el mundo transite por lo que Bauman denominó acertadamente,
el efecto líquido. No importa que lo que se exprese esté en un tratado
científico, en una columna de opinión o en un estado de Twitter. Si queremos
contribuir en la construcción de un entramado social que piense y actúe en
consonancia de la posibilidad de un mundo mejor, debemos entender que hay
formas válidas y ciertas que configuran la existencia y otras no. De eso se
trata el debate.