Carlos Arturo Gamboa Bobadilla
Docente Universidad del Tolima
Por allá en el año 2012, durante una
visita que realizó el Consejo Nacional de Acreditación a la Universidad del
Tolima, diagnosticó que si pretendía la Acreditación Institucional, debía entre
otras cosas, actualizar sus Estatutos.
El tema se tornó prioridad. Desde
entonces se intentó, mediante varios mecanismos, actualizar los Estatutos
General, Profesoral y Estudiantil. Esta tarea universitaria no se tornaba necesaria
solo para el proyecto de Acreditación, sino que en la práctica diaria la
comunidad se veía (y se ve) envuelta en galimatías procedimentales debido a
normas desactualizadas, incluso muchas de ellas elaboradas antes de la
Constitución Política de 1991.
Las normas no son dictámenes divinos,
son derroteros o bitácoras institucionales que permiten poner en marcha una
idea, política o plan de trabajo de una comunidad. No obstante, en la
Universidad del Tolima cambiar un Estatuto o modificarlo en parte parece ser un
ejercicio místico, sin que ello haya impedido que abunden tentáculos normativos
que incluso se contradicen entre sí.
Esa proliferación de normas hace que
no existan rutas claras y expeditas para muchos procesos, haciendo monumentalmente
engorrosas actividades tan simples como el diseño de la jornada laboral de un
docente de planta o la solución de un caso estudiantil. Muchas veces estas indefiniciones
saltan de dependencia en dependencia, de comité en comité, llegando incluso a
instancias como el Consejo Superior, lo cual convierte la Institución en un laberinto,
paquidérmica y ajena a la dinámica de la velocidad del cambio del siglo XXI.
Hay una pregunta básica en todo este asunto
que ya completa ocho años sin que a la fecha haya sido posible la modificación
o actualización de estos estatutos: ¿Por qué somos tan reactivos al cambio? Y
aquí nos incluimos todos los sectores: trabajadores, profesores, estudiantes,
egresados y directivos. Cada vez que surge una iniciativa de cambio el demonio
se resume en dos frases: 1. “Pero si todo está bien”. 2. “Siempre lo hemos
hecho así”. Y entonces la posibilidad de transformación se vuelve neurosis
institucional.
Algunos tildaron la necesaria reforma
como “masacre laboral”, un buen pretexto para no transformarse, pues nadie
quiere cambiar una institución, por inoperante que sea, por una masacre. La
hubieran llamado “modernización necesaria” quizás ya la hubiésemos logrado. Lo
que si es cierto, es que una institución sin claridad en los procesos, obtusa y
lenta le conviene a ciertos personajes que medran y actúan como parásitos de la
misma. Si la maleza gritara, diría no arreglen el césped.
Otro aspecto que imposibilita el
cambio es la proliferación de paradigmas que se erigen como verdades. Si todos
tenemos que decidir sobre todo, caemos en un efecto de “corcho en un remolino”,
ni nos hundimos, ni salimos. Cada grupo de poder quiere que el Estatuto esté
diseñado a sus intereses y no se abandona el lugar de enunciación individual
por la idea de Universidad que beneficie a la sociedad en su conjunto.
En la Universidad, por ser una
institución basada en el conocimiento, proliferan las verdades, muchas de ellas
inoperantes o simples mentiras disfrazadas de rigor científico. Si cada cual
cree tener la razón, es imposible llegar a un consenso. Para que exista la
construcción dialógica debe partirse de la posibilidad de construir con el
otro, por diferente que este sea. Lo que debe importar es el proyecto
universal, no la diferencia particular.
No es raro comprobar que el único
Estatuto nuevo aprobado por la Universidad del Tolima, en este tiempo, sea el Presupuestal,
el cual ha sido el menos consultado entre la comunidad y el cual se elaboró
entre técnicos. Algo nos debe decir esto sobre la imposibilidad de llegar a
acuerdos cuando ampliamos la participación.
Alguna vez soñamos que los Estatutos
los reformaríamos mediante el ejercicio de la Asamblea Universitaria. Esta se
instaló y al intentar operar nos quedamos en la discusión sectorial, en las
broncas personalizadas, en la lucha por los pequeños intereses y al final no
fuimos capaces de construir ni siquiera el reglamento interno de la misma. La
lección es clara, las mayorías hemos sido incapaces de encontrarnos para pensar
la Universidad sin que prime en cada quien sus verdades.
Por eso necesitamos avanzar en la
construcción de escenarios de verdadera participación, para lo cual deben
existir reglas claras, porque muchos solo desean destruir y para eso no se
requiere mayor esfuerzo. Deja una manzana al aire libre y el ambiente la deteriorará,
trata de cosechar una manzana y tendrás que articular muchos y diversos
procesos.
Hoy, iniciando el año 2020, aún
seguimos subsumidos en las necesidades de cambio de muchas normas y reglamentaciones.
Ojalá entendamos que es hora de repensarnos, sin las talanqueras de los egoísmos
sectoriales y las pretensiones de verdades absolutas. Quizás así podamos
reforzar esa una nueva cara que hoy tiene la Universidad del Tolima y ubicarla de
lleno en el siglo XXI.