Por estos días los cuerpos buscan el
aire que el asfalto hurtó y emprendemos rutas en busca de naturaleza, y nada mejor
que volver por los senderos conducentes al acompasado ritmo de las rocas, el
aire, el agua y el frío. Esa es la ruta del cañón del Combeima hasta el Rancho
Tolima, uno de los paisajes tolimenses más exuberantes. Hacía años no retornaba
por aquellos parajes y la experiencia fue agridulce.
Para quienes viven enunciando que el
turismo en el Tolima es fatalidad, debo darles la razón; y no porque no
tengamos lugares, paisajes o atracciones, es porque somos fatales como
anfitriones, irresponsables con nuestros espacios y facilistas para hacer
turismo; al menos eso lo he venido percibiendo en mis últimos recorridos por el
Tolima. El camino de retorno al agua por el Combeima, no ha sido la excepción. No
más emprendes el viaje y empiezas a notar que por aquí de turismo poco. El transporte
es pésimo, la información inane y atención descomedida. En otros parajes,
iguales o menos llamativos que estos, encuentras una actitud distinta frente al
viajero.
Mientras disfrutaba de las aguas
termales del Rancho Tolima, un hombre con cara de conocer mucho mundo le dijo a
sus acompañantes: - Ahora si pueden decir
que vinieron al Tolima- Una señora con voz apaisada le contestó: - Si hombre, la verdad esto es muy bonito.
Y claro que el paisaje de esta parte del cañón es alucinante, pero no se puede
concebir que después de tanto años el lugar se encuentre casi en el abandono, administrado
por un grupo de personas que no saben qué hacer con tanta afluencia de público,
con instalaciones derruidas, sin las más mínimas normas de higiene, sin senderos
adecuados, sin demarcación; y lo peor de todo, sin el cuidado necesario que un
espacio de esta magnitud ecológica requiere. Por dónde pasas encuentras
desperdicios de plástico, botellas de vidrio, latas de cerveza, hojas de
tamales y demás desperdicios que los humanos solemos dejar como agradecimiento
a la naturaleza. Los visitantes que escuché durante los dos días que rondé por
allí, se quejaban del mal servicio, de la venta de tures sin garantías, del desaseo
de los sanitarios, etc. Por aquí uno
viene una vez y no vuelve, dijo un señor que llevaba más de media hora esperando
a que le sirvieran una aguadepanela con queso.
Estoy seguro que el problema no es de
quienes han administrado el lugar durante los últimos años, se nota que no
saben lo que hacen; el problema es mucho más hondo, es cultural, de los
anfitriones que no saben serlo y de los visitantes incultos que arrojan sus desechos
en todas partes, pero sobre todo de la ausencia de una política gubernamental
que asuma el cuidado de nuestro territorio, de una política de turismo que vaya
más allá de mostrar cifras o montar discursos pre-electorales.
El Tolima es un espacio aún
encantador y, en vez de permitir que las multinacionales depreden la monumentalidad
de nuestras montañas, deberíamos concentrarnos en construir un dique de
contención preservando nuestros recursos y de paso generando ingresos mediante serias
políticas de turismo. He visitado otros sitios termales, como San Vicente, y
con mucho menos hacen mucho más, pero necesitamos un esfuerzo urgente, antes de
que los saqueadores se no metan al Rancho
y acaben con esos enormes ahorros de agua y oxígeno que en
medio de la penurias turísticas aún podemos disfrutar; porque como decía el
señor en la pileta de aguas termales, cuando uno va al Rancho Tolima se rencuentra
con el verdadero Tolima, el del paisaje paradisiaco y el de turismo a cero
grados.