Mayo 2015. Otra
vez la Universidad del Tolima está en crisis. Pero, ¿cuál es la real dimensión
de esta crisis? Ese puñado de funcionarios que está al frente de la
administración actual empezaron vociferando en los medios (sospechosamente) que
la crisis es financiera. El panorama se fue agitando y algunos sectores
empezaron a decir que la crisis es de movilidad, otros que de convivencia,
otros que de clientelismo y así poco a poco la crisis fue creciendo al tamaño
de la ballena que se tragó a Jonás. A mi parecer, en todas estás enunciaciones
existe una mirada parcial de verdad y mucho de encubrimiento. Empecemos, le
dijo la tortuga a la libre.
Hace años que la
Universidad del Tolima no enfrenta los problemas cotidianos y estructurales con
el ánimo de solucionarlos, y no solo me refiero a los rectores y sus equipos,
sino a las mayorías que viven y sobreviven en el campus; menos querrán hacerlo esos (no pocos) que depredan la universidad. Es
verdad que tenemos una planta administrativa que sigue creciendo sin control y
culparlos a ellos es un distractor, el problema es de ausencia de planeación
administrativa y de las cuotas burocráticas de los politiqueros regionales que
hace rato habitan la universidad. Deberíamos tener claro cuántas personas deben
componer la planta administrativa y entre todos impedir que esa cifra siga
creciendo; pero además deberíamos garantizar la eficiencia de los procesos y
construir una alianza academia/administración para enrumbar la universidad
hacía procesos expeditos. Entonces la cuestión es de ética, planeación del
gasto público y eficiencia administrativa. No de peleas entre sectores de la
parte más baja del organigrama. Un funcionario honesto debería ayudar a blindar
a la universidad de la politiquería, no ser funcional a ella.
Esa debe ser la
misma lógica para enfrentar problemas tan sencillos de solucionar como el tema
de restaurante, en donde cada día cientos de estudiantes se agarran de las
mechas para almorzar, mientras otros hacen colas ordenadas para calmar el
hambre burocrática. Igual sucede con el tema de movilidad, fácil de solucionar
entre nosotros, pero tan complicado cuando le dejamos la solución a las
directivas. A estos problemas de la cotidianidad sumemos consumo de psicoactivos,
capuchos, tropeles, chazas y otras minucias que teledirigen la mirada a los
bordes de los conflictos, no al centro. Quienes están y han estado en la
dirección de la universidad nunca atendieron, ni les interesa atender estos
problemas, porque la existencia de ellos les garantiza la cortina de humo que
cubre los problemas estructurales. Por eso muchos de los que crean conflictos
en estos temas, o se creen adalides, los verá uno después asimilados por la
administración, porque son funcionales a su intencionalidad. Fíjense bien estos
días y hablamos luego de las elecciones.
Y mientras todas
esas cosas cotidianas pasan, los problemas de orden mayúsculo no se solucionan. Siguen las normas obsoletas atafagadas con nuevas normas que cada día emergen en la eterna
maraña de los papeles universitarios. Falsos discursos académicos que hablan de
excelencia pero transitan los caminos de la mediocridad: sin profesores de
planta, con miles de catedráticos, la mayoría de ellos ajenos al mundo
universitario, oficinas que con cientos de procedimientos bloquean los sueños
de hacer una mejor universidad, proceso lentos, organismos directivos que se
reúnen cada ocho días pero nunca solucionan nada, falsos liderazgos que
encubren proyectos individuales de poder y acomodamiento, intrigas, derroche en
lo innecesario, escases para lo fundamental, entre otros problemas que agobian,
matan el espíritu y terminan adormeciendo la comunidad.
Entonces nos
encontramos frente a una crisis real de identidad de la comunidad. Hace mucho olvidamos lo que significa ser “Universitario”,
porque sin importar cuál sea la función, quien la realice debe entender que está
en el campus de la Universidad del
Tolima. El vigilante, la aseadora, el contador, la secretaria, el auxiliar, el
rector o los miembros del desprestigiado Consejo Superior, deben ser personas que no solo posean unas funciones, deben ser sujetos universitarios. Igual sucede con
los estudiantes y maestros, muchos de los cuales tampoco han entendido o
interiorizado la importancia de asumirse como sujetos de la universidad pública.
Debemos entender que el centro de nuestras preocupaciones es Ella, la Universidad del Tolima quien necesita garantizarle educación
superior a la región, pero no cualquier educación, sino una conectada con la
realidad y sus problemas que sea capaz de activar el chip
social de la transformación.
Si lo pensáramos
e hiciéramos así, erradicaríamos esos
grupúsculos de poder que tras falsos discursos de cambio se alimentan como
rémoras de la Universidad del Tolima, personajes cuyo interés real son ellos
mismos, sus fincas, sus bienes, sus enormes carros, sus ahorros, los puestos
para sus amigos, sus mezquinas vidas, sus amantes, sus mirada retrógrada o sus
proyectos seudo-revolucionarios.
Recuperar el concepto de universidad pública como centro de la reflexión
y la acción evitaría que nos destrocemos entre nosotros, mientras los que han
dirigido la universidad en toda su historia siguen alimentando esa enorme
ballena que se traga nuestras mejores intenciones y les hace creer a muchos que
es imposible transformarnos. Todos ellos son monstruos devoradores de sueños.
Al contrario,
reconstruir el ethos universitario es
la mejor apuesta hoy para la Universidad del Tolima. Apostar por la democracia
real para hallarle un “sur” a nuestros problemas cotidianos y enrumbar la
universidad hacia un proceso de transformación
estructural, es el mejor camino para superar el grito, la amenaza, la
percusión vedada, la corrupción disfrazada, la dádiva que corrompe, el silencio
miedoso y medroso, el falso discurso de los revolucionarios burocráticos, el
despilfarro, la ineficiencia, la angustia de la cotidianidad, la rabia y el
desconsuelo. Pero sobre todo, recuperarnos como sujetos universitarios es
volver la mirada sobre nosotros mismos y sobre nuestras responsabilidades
frente a la región y el futuro educativo de nuestra lastimera historia
departamental.
De lo contrario,
si le seguimos apostando a la trásfuga, a los intereses del enquistado poder, a
la mezquindad y el odio, seguiremos en la lógica que ha mantenido sumida la
Universidad del Tolima a una especie de oscurantismo medieval en donde, como decía
Antonio Aguilar: “cuando está abierto el cajón, el más honrado pierde”. Creo
que este es el tiempo de todo lo contrario, de los honrados. Espero que seamos muchos…