Por:
Carlos Arturo Gamboa
El reciente
escándalo encarnado en Lance Armstrong, quien fue calificado en su momento como
el extraterrestre del ciclismo, desnuda una seudo-filosofía del deporte
mundial: “ganar a cualquier precio”; pero esa manera de asumir la existencia no
es exclusiva del deporte, se ha impregnado en las venas de la especie humana
desde que las teorías de las competencias empezaron a ser inoculadas en las
escuelas. Y es que la crisis no radica en esa pequeña mirada que se suele hacer
cuando el profesorado se refiere a competencias como “hacer en contexto”, radica
en el significado profundo de la concepción del modelo al cual responde este
enfoque de formación: el consumo, el éxito, ser el mejor a cualquier precio; y
es que ahí está el epicentro del capitalismo actual, la ganancia “a costa de
todo”. La escuela, sin querer queriendo, se ha convertido en el espacio de la
enunciación constante de este postulado, y los docentes cuando privilegian “la
tarea bien hecha” sobre el saber, apuestan a la misma lógica. Indicadores,
eficiencia, premios para los mejores o más eficientes, son esquemas de la
formación conductual del cerebro del niño, quien termina por creer y aceptar
que el único camino es ser el mejor, no importa que para ello deba hacer
trampa, plagiar, engañar, simular… Armstrong no es inocente, él sabía que si
quería ser el mejor debía echar mano de los instrumentos avanzados del
engaño: el doping. Y en esa red de engaños las multinacionales patrocinadoras
del «ídolo de heno» también ganaron, porque ellas se mueven en la misma lógica, la
obtención de ganancias “a costa de todo”, de la explotación del planeta, de la barbarie
o de la desaparición de la especie humana, no importa, toca ser competentes,
toca ser “los mejores”. El modelo muestra su lado oscuro, o más bien, su
verdadera intención, la de forjar humanos dispuestos al sacrificio ante el
nuevo dios del mundo; el capital. Imposible no observar que para un ciclista
colombiano, alimentado con “aguadepanela” y con una tecnología apenas
aceptable, le fuese imposible disputarle el podio a Lance, malformado para ganar a
toda costa, con los desarrollos de última generación a su alcance, con las
sustancias disponibles en su tráiler que lo hacían invulnerable, con la
parafernalia del mercado a su disposición, mercado que hoy lo sacrifica a él,
porque toca sostener las ganancias “a toda costa”. Imposible no establecer un
paralelo educativo entre ese modelo aplicado en las potencias económicas y
nuestros países, la brecha es inmensa; y mientras en los grandes centros
educativos del mercado se preparan para ser los depredadores del plantea, los
supuestos ganadores, los exitosos sin importar las consecuencias éticas de sus
actuaciones, en nuestras escuelas y universidades seguimos dopando a los
estudiantes y docentes con el virus de la dependencia, del engaño, que no es
otra cosa que un doping de estupidez.
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Los
perfiles profesionales son el tamiz en donde se cuela la servidumbre, aunque
suelen definirlos de otra manera: “Cada cargo exige que la persona que lo asume reúna ciertas características que contribuyen a que su desempeño sea eficiente y exitoso”. Engaño total. La única característica que debería tener alguien que
realiza un oficio, es un saber sobre el oficio y una ética para su desarrollo.
Eficientes y exitosos son los gobernantes que depredan los países, eficientes y
exitosos son los banqueros que talan árboles y matan especies animales para convertirlos
en lingotes de oro. Eficientes son los
asesinos que saben usar sus sierras eléctricas para aumentar los indicadores de
dolor. Exitoso es el latifundista que mira en lontananza sus propiedades sin
ver los miserables que mueren en sus contornos. De eficientes y exitosos se puebla
el mundo de los depredadores, eficiencia y éxito que se alimenta de lo humano.
Pero el
perfil no sólo garantiza la clonación o duplicación de seres autómatas que
obedecen al ciego influjo de la época, sino que además se convierte en dique
que detiene la posibilidad que “otras formas de concebir el mundo” se apoderen
de los espacios y las herramientas para construirlo. El perfil garantiza que el
profesor crítico no llegue a las aulas, que el empleado que no acepta la imposibilidad
de cambio social sea despedido, que el estudiante que no cumple con los requisitos
del éxito sea expulsado, que quien levanta su voz ante el Estado sea
desaparecido. Vivimos en el tiempo de los perfiles, ellos se acomodan a los
intereses de cada actor de poder y definen el entramado cultural de la vida
actual. Es muy fácil encontrar en las escuelas y universidades a sujetos cuyo
perfil incluye títulos, pero no conocimiento; referencias comerciales, pero no
ética; actitud para el éxito, pero no compromiso social. Muchos van por ahí
haciendo alarde de su perfil griego: en ruinas.