Por: Carlos Arturo Gamboa B.
William Munny, el
personaje que interpretó Clint Eastwood en ese clásico del Western que se
tradujo al español como Los imperdonables,
(The unforgiven) es un asesino atormentado que carga el peso de sus disparos, y
en uno de sus momentos estelares nos suelta esta reflexión: “Matar a un
hombre es algo muy duro, le quitas todo lo que tiene y lo que puede tener".
Esa conciencia de quien arrebata una vida es la que nunca aparece en la
película El francotirador (American Sniper),
basada en libro autobiográfico de Christopher Scott Kyle, un soldado
norteamericano que posee el horrendo record de ser el culpable de 255 muertes,
aunque algunos se lamenten de que el Pentágono solo le reconozca 160. Esta
película fue dirigida por Clint Eastwood y ha sido un éxito taquillero de
inicio de año.
La película no
se asoma ni por un instante en cuestionar la guerra de fondo, que no es otra
que la cruzada que emprendió Bush en Irak, después de los atentados del 9-11. Lo
que el director nos muestra es un exacerbado patriotismo que lleva a un hombre
a sentir que matar enemigos es proteger sus tierras, su familia, su orden
establecido. Para ese soldado los otros no son seres humanos, el mismo Kyle en
vida real dijo en una entrevista: “La primera vez ni siquiera estás seguro de
que puedas hacerlo (matar). Pero yo no estaba allí mirando a esas personas como
personas. No me preguntaba si tenían familia”. Estas afirmaciones y otras más
polémicas que se acumularon luego de su retiro no aparecen en la película, solo
se le da campo a su hazaña la cual incluye matar un niño y una mujer, escena
que se une magistralmente a una toma de su infancia cazando venados; con ello
se resume la idea de la película, porque para Kyle cazar enemigos (árabes) no
es más que un acto de una mente obediente que responde a la idea del orden que
jamás será cuestionado. Matar es su oficio, y él lo hace a la perfección.
Además habita un mundo en donde será premiado por ello.
Clint construye
una oda a ese patriotismo enfermo estadounidense que tantas vidas le ha costado
a la humanidad, una oda llena de rifles y banderas, sin discursos, sin
remordimientos, sin pestañeos de ética. Esta película reconstruye el héroe
americano y solo una sociedad en donde se idolatran las armas puede elegir como
héroe a un hombre cuya gran virtud es haber acabado con tantas vidas humanas; y
luego se aterran de los árabes y los llaman fundamentalistas.
La cinta ha
recibido críticas a favor y en contra. Los conservadores de la línea dura
republicana deben estar muy satisfechos con Clint Eastwood por volver a poner
la imagen del gran patriota en la pantalla y avivar el deseo de guerra que
siempre les habita. Por su parte personas como el director Michael Moore han
salido en su contra porque no admiten que se glorifique el nombre de alguien
tan controvertido. En la redes sociales se ha banalizado el tema de la película
y se ha centrado más en “evidenciar” que en algunas tomas aparecen bebés de
plástico. La cinta que está nominada al Oscar como mejor director y mejor actor
principal (Bradley Cooper), es un película que debe ser vista para entender un
poco más por qué los norteamericanos aman la guerra y se glorifican cuando
lanzan bombas, aunque al verla debamos soportar con estremecimiento la ausencia
de humanidad de ese soldado texano, quien coleccionaba cadáveres en Ramadi y
Bagdad para que luego el gobierno a cambio le diera medallas.