Por: Carlos Arturo
Gamboa B.
Afirma William Ospina (2012) en La
lámpara maravillosa, que: “Cada cierto tiempo la humanidad tiende a
poner en duda su sistema educativo, y se dice que si las cosas salen mal es
porque la educación no está funcionando. Pero más angustioso resultaría admitir
la posibilidad de que si las cosas salen mal es porque la educación está
funcionando” (p. 31); entonces no habría un tiempo de mayores certezas que el
actual, porque el mundo que habitamos es ayudado a construir desde la
educación. Hace años el modelo educativo se propuso preparar al ser humano para
depredar, competir e insensibilizarse frente al mundo y frente a sus congéneres
y hoy vemos pasear por las grandes avenidas a este autómata pulcramente disciplinado.
Si la idea es cambiar el mundo, retornar a lo humano de lo humano, la escuela
no sería el camino, pero aceptarlo sin más es resignarse a la imposibilidad, es
decir ajustarse a lo que el sistema educativo vigente pretende.
Negarse a esa imposibilidad es quizás
lo que guía el documental La educación
prohibida (2012), que como un largo espacio reflexivo se pasea por algunos
conceptos, fundamentos, tendencias y formas de concebir y diseñar la escuela.
Al principio desde una óptica bastante crítica y después, a mi juicio, con una
postura bastante remedial. Aceptar que el sistema educativo surge como opción
de control y formación de sujetos para un sistema económico-social, es volver
la mirada sobre la tragedia de la escuela como lugar de dominación. Contemplar
las posibilidades de la escuela como “campo de combate” (Zuleta), es negarse a
la total desesperanza.
Tanto el libro de Ospina como el
documental abonan el presente y reflejan la tensión de un siglo desesperado, en
el cual la velocidad de la inercia conduce a los humanos al precipicio creado
por nosotros mismos. Con escuela o sin ella, con un sistema educativo soportado
en la obediencia ciega o una escuela “propositiva”, el planeta sigue su marcha
a la hecatombe. Por eso hoy, las preguntas, de unos pocos parecen gritos
desgarradores de alerta, que más que respuestas buscan despertar el letargo de
una sociedad embelesada por “los cantos de sirena del progreso” (Ospina).
Para quienes habitamos los espacios y
las epistemes de la pedagogía el
llamado es doble, aunque el panorama más sombrío. Imposible no desalentarse
ante el modelo educativo imperante, ante los maestros adormecidos en sus aulas,
ante la sumisión de los sujetos para quienes un diploma significa “estatus de
conocimiento”, sin entender la vacuidad del mismo frente a la devastación del
mudo. Pienso que tenemos dos salidas, reinventar la escuela o destruirla como
lo propone Pedro García Olivo, pero las dos requieren renunciar a la comodidad
de lo cotidiano y sus desesperanzas, y tanto La lámpara maravillosa como La
educación prohibida, invitan a ello, espero tengamos un espacio en nuestros
parceladores de la existencia para sumergimos un instante en sus preguntas, que
también deberían ser las nuestras.
VER AQUÍ: LA EDUCACIÓN PROHIBIDA
VER AQUÍ: LA EDUCACIÓN PROHIBIDA