Filósofo
Universidad Nacional de Colombia
Profesor
Titular Universidad del Tolima
Publicado en la Revista Izquierda No.32. Abril 2013. (pp 4-9)
Publicado en la Revista Izquierda No.32. Abril 2013. (pp 4-9)
A
la memoria de Hugo Chávez,
comandante
de la paz,
y
Jorge Eliécer Gaitán, Tribuno del pueblo.
El momento histórico de la paz
Tras
múltiples avatares, el proceso para dar por “terminado el conflicto armado” en
Colombia constituye un acontecimiento histórico que despierta múltiples
reacciones, posiciones y emociones: respaldos, simpatías, odios y repulsiones.
Para propios y extrañosel
inicio de los diálogos de paz pudo haber sido una sorpresa, una “jugada
maestra”; hoy, sin lugar a dudas, es un camino cierto y realizable. En opinión
de algunos, las FARC carecían de
voluntad para abrir estos diálogos; les parecía “inimaginable” e “imposible”
lograr una “hoja de ruta” de la paz; no pocos, las consideraban subsumidas en
una “guerra infinita” que les impedía asumir este reto político. No obstante,
la realidad es otra. La insurgencia ha ido produciendo un giro histórico que
aún tiene desconcertados a la extrema derecha y la izquierda agrupada en el
Polo. Por la “naturaleza” del conflicto interno era de esperarse la reacción
negativa de los diversos sectores del latifundio armado, de las élites hacendatarias
reaccionarias y de las tendencias de extrema derecha. Se trata de fuerzas que
disputan la hegemonía del poder como fracciones del capital en una sociedad
“abigarrada” como la colombiana. El presidente Santos como jefe de este proceso
expresa la lógica del gran capital transnacional para la “terminación del
conflicto”: una apuesta que compromete la subsistencia estratégica de estos dos
contendientes. Este proceso ha demostrado que su “curso de acción” es
irreversible, pese a los odios, las divisiones, los realinderamientos de las
élites y sectores de la derecha y de la izquierda. No cabe duda de que este
fenómeno representa el asunto crucial de la sociedad colombiana que despierta
la potencialidad, el choque de perspectivas y el camino histórico de la posibilidad
de la negociación política del conflicto interno colombiano.
Son
muchos los peligros, los riesgos y las limitaciones. Su eje de inflexión radica
justamente en el “punto de no retorno” que las partes están comprometidas a
concluir con éxito. La extrema derecha jugará a desestabilizar el país y creará
un bloque de poder, político, electoral y armado que buscará torpedear los
acuerdos de paz e intentará disputar la hegemonía como fracción del capital
ligada al latifundio armado. Aún son imprevisibles los escenarios de esta
confrontación.
Sin
embargo, Colombia ya sabe que la paz es un camino de altibajos, contrastes y
coherencias. Conoce además los rigores de la estrategia de la “guerra sucia” y
del paramilitarismo. El temor y el terror siguen gravitando sobre la cabeza de
la sociedad civil.La
movilización ciudadana, la participación popular y el entusiasmo de la sociedad
civil podrían desatar el “nudo gordiano” de la polarización y el pesimismo. El
compromiso ciudadano, la movilización popular, el respaldo internacional, la
potencia del sujeto plural y
la organización de la sociedad civil marcarían un horizonte cierto y viable.
Reinvención de
la política
La
paz encuentra una sociedad despolitizada, dormida y fracturada. La noción de
“crisis política” se confunde con la idea de la crisis de la política.
Por supuesto, no es un caprichoso juego de palabras. Es un asunto crucial del
pensamiento, de la estrategia y de paz. La crisis de la política alude
al agotamiento de ciertas formas de pensar y actuar formalizadas y objetivadas
en la cultura occidental, las cuales representan un momento del desarrollo
histórico del capitalismo. Su crítica y transformación son cruciales para
fundamentar un proceso de paz. Su reinvención no nace de la noche a la mañana;
ni depende de la magia formal de expertos y tecnologías. Se trata de la
superación de la forma fetichizada, instrumental y pragmática de la política,
basada en la representación”, la delegación, la jerarquización y el juego de
poder omnímodo del Leviatán desalmado y despótico. La manera como ha
operado tradicionalmente la política la descalifica como proyecto de
transformación. No se trata tampoco de inventar una política de ángeles, sino
de crear otra política que articule ética y política, proyecto histórico
y organización social, modelo económico y participación ciudadana, territorios
y autonomía sobre la base de la construcción de Lo común que en modo
alguno está referido a la síntesis de petitorios, ni universales vacíos de
generalizaciones. La superación de la crisis de la política es un asunto
estratégico del proceso de paz, en la medida en que busca resolver de manera
creadora las dimensiones estructurales que originaron el conflicto y exigen
potenciar un sujeto plural como fuerza participante en dicha transformación.
La
política es la forma como se puede cimentar el proyecto de la paz en la
comunidad. Lo abierto, lo plural, lo participativo y lo creativo, sería su
signo distintivo. Sin embargo, no es nada fácil. Transitar de la crítica de las
armas al arma de la crítica exige recorrer el camino de la palabra, de Lo
común, de la vida como creación individual y/o colectiva.
Despertar
este entusiasmo por la política; asumirla como tal sería hacerse arte y
parte en un escenario marcado por la desigualdad, la desconfianza y las
asimetrías que operan contra la “parte sin parte” que el conflicto interno y la
sociedad capitalista acentuaron destructivamente en los cuerpos, los
territorios, los saberes y los lenguajes.
Reinventar
la política sería superar la política-maquínica, los sistemas de representación
y conculcación de la inmanencia autonómica de la subjetividad; y doblegar, por
ende, la distorsión de la política como marketing, mera representación
parlamentaria, aparatos electorales y estructuras jerárquicas de gamonales y
caudillos. Se trata de construir un proceso de paz abierto al mundo que
fundamente ontológicamente las transformaciones históricas. Las lecciones de
los anteriores procesos de paz en Colombia y en el mundo ilustran que sin un
horizonte de perspectivas creadoras; sin una política, arraigada en la
territorialidad de las comunidades y del sujeto plural; sin la visión
estratégica contrahegemónica, los
procesos terminan anquilosados en la reproducción del Establecimiento, de las
prácticas caudillistas, de las neocorporativización de la paz. Atrapados en el
asistencialismo y la cooptación del régimen renuncian al proyecto histórico,
como sucedió con la AD-M19 a finales del siglo pasado. La idea de la paz es
cimentar esta posibilidad de transformación democrática que exige construir
otra política en el horizonte del sujeto plural, de las comunidades, de los
territorios y de la vida. Esta perspectiva potencia el sentido del poder
constituyente y de la democracia profunda. La paz es la afirmación creadora de Lo
común, esto es, de la política.
La izquierda en
su eterna encrucijada
El
proceso de paz encontró a la izquierda colombiana en su mayor dispersión y
confusión. Su actitud sectaria, mezquina y pragmática la tiene sumida en una completa
parálisis. Los esfuerzos por concretar frentes, partidos y movimientos han
recorrido caminos fallidos. El predominio de la cooptación, del caudillismo,
del desenfrenado parlamentarismo y de la renuncia de la política como
estrategia, han desatado las formas más perversas y morbosas de la defección de
las izquierdas. La múltiple acción envolvente tendida por el Establecimiento y
el olvido de su proyecto histórico han conducido a perpetuar el odioso sistema
de fragmentación, confusión y esclerosis. El proceso de paz constituye el campo
de interpelación de la nueva política y el ejercicio creador de la potencia de Lo
Común. En tiempos pasados se decía que no había enemigos a la izquierda;
hoy, podría decirse que la izquierda conversa juega un papel de remozamiento
de las élites y del régimen hacendatario y gran burgués; que la izquierda que
otrora presumió constituirse como “alternativa”, como el Polo, se convirtió en
un aparato burocrático-electoral, conservador ysectario
ante los nuevos retos de la historia. La oposición a la Marcha del 9 de abril
es un embeleco que encubre sus apetitos electorales y devela el grado de
incomprensión del momento histórico. No entender que el proceso de paz
constituye un campo abierto de posibilidades históricas para la transformación
democrática, es seguir aferrados al discurso neoconservador de la satanización
del conflicto, el desconocimiento de los avances de los diálogos en La Habana,
el respaldo internacional, el significado de los territorios, de sus autonomías
y de las comunidades. El miedo al proceso de paz radica en que la extrema
derecha, como fracción del capital representada en el latifundio armado y el
régimen señorial, y el sector de la izquierda caudillista y aparatista del Polo
pierden su espacio político. En vez de comprender los nuevos tiempos y
construir sus perspectivas desde el horizonte de la paz, quedan subsumidos en
la lógica electoral y en la defensa de sus aparatos partidistas. No ven el
país, desprecian Lo común, olvidan el interés nacional-popular. Al carecer
de grandeza, pisotean la historia.
La nueva lógica
del País Común
La
gran marcha del 9 de abril es el gran termómetro del apoyo ciudadano y de la
sociedad civil a los diálogos de paz. Movilizarse, apoyarla de manera entusiasta
y creadora, es aterrizarla en el suelo
de la conciencia nacional y popular. Hacerla visible, comprensible, es
enriquecerla en la vida de las comunidades y del pueblo. Sólo si este proceso
se afirma en el “alma matinal” de una Colombia surgida de la política como potencia
creadora, la paz no será exclusivamente el silenciamiento de los fusiles, sino el
camino de transformar el país, de cimentar un horizonte del poder alternativo
de territorios y comunidades.
Sólo
la política de Lo Común nos abre este camino, y la paz podrá cimentar el
proyecto de transformación
histórica. Esta es la apuesta. Con sus riesgos y peligros. En medio de la
voracidad del capitalismo transnacional, la paz es un campo de lucha hacia un País
Común.