Pintura de Chirico |
Por: Carlos Arturo
Gamboa
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Viajar es un indicio de la
imposibilidad de quietud de la humanidad. Desde que descubrimos nuestra
limitación en los estáticos parajes hemos sido asediados por la sed de
errancia. Viajar permite a tus ojos darle el realce al paisaje que soñaste, a
tus oídos descubrir el sonido antiguo de los pasos. Los pies que viajan saben
de territorios y sus huellas son memoria.
Otrora el viajero era un romántico de los horizontes, un explorador de
la inagotable riqueza visual del planeta tierra, hoy se ha convertido en un
indicador turístico y debe padecer el ansia depredadora de la plusvalía.
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Antes de que a Jesucristo lo hubiesen
erigido una marca comercial y le crearan todo un staff de marketing navideño, es decir Antes de Cristo, Séneca decía
que “El cabalgar, el viajar y el mudar de lugar recrean el ánimo” y para los
seres que vivimos imbuidos en el tiempo del capital, los horarios y las
obligaciones esta sigue siendo una sentencia mayor que la que pregonan los
feligreses que reemplazaron sus estatuas aborígenes por vírgenes
occidentalizadas. Al final de las extenuantes jornadas el capital nos permite
descansar, pero nos tiene diseñado el plan de viaje. El turismo hoy es la forma
en que el sistema nos controla hasta nuestro tiempo de ocio.
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Nada más predecible que el incumplimiento
de un plan turístico que consiste en “pague ahora, sufra después” (los que
hayan viajado con empresas como On
Vacation lo habrán verificado, aunque son muchas las dedicadas a este
fraude disfrazado). La estrategia consiste en venderte un plan de descanso cuando
más estás cansado y luego meterte en un aeropuerto a esperar horas, recibirte
en hotel que no se parece en nada a las fotografías que te mostraron y llevarte
por lugares para defraudarte porque no toda ruina es un monumento. Si a eso le
sumas el acoso de los vendedores que están prestos a aprovecharse del turista,
las basuras en las playas, lo ladrones de etiqueta y los saqueadores de
esquina, viajar en el siglo XXI ya no permitirá “renovar el ánimo”.
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Peor suerte corres si viajas por tu
cuenta, si tus ingresos no te permiten comprar un plan de descanso, sino
arriesgarte a ir a un terminal de transporte en donde una taquillera te cobra
primera clase y te manda en una bus destartalado, te prometen línea directa a
tu destino y apenas salen de la terminal ya están recogiendo pasajeros y te
duplican las horas de viaje sin oportunidad de que tu queja tenga alguna
resonancia. Este fenómeno se reproduce en Colombia, pero si viajas por el Tolima
encontrarás tres expertas en ello: Expreso Bolivariano, Velotax y Rápido Tolima.
Nada produce más impotencia que los rostros de unos pasajeros que llevan horas
en un bus cuyo aire acondicionado no
funciona, el baño hiede a demonio y el chofer para cada veinte minutos a
recoger pasajeros que se bajarán dentro de veinte minutos. Al final la etiqueta
de control de la puerta se pega o se paga y el que pierde siempre es el
viajero, porque la plusvalía nunca disminuye.
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Viajar seguirá siendo la posibilidad
de confrontar tus ideas con el paisaje, de asombrarte con los atardecer a
kilómetros de distancia de tu lugar de origen y también de desilusionarte al
ver que ciertos sitios son un slogan
nada más (los que hayan visitado la Cueva de Morgan en San Andrés sabrán de qué
hablo). Viajar es huir para volver, y todos debemos hacerlo. Dice Poncela que “viajar
es imprescindible y la sed de viaje, un síntoma neto de inteligencia”, aunque
con estas experiencias entre empresas turísticas, terminales y aeropuertos, me
dan ganas de hacerme un poco más bruto este año cuando el sistema me permita descansar,
y quedarme en casa leyendo un libro que quizás me conduzca a mejores paisajes…