A continuación reproducimos la carta del profesor
y amigo Julio Sabogal Tamayo, quien le escribe al mundo desde la Universidad de
Nariño.
Nos encontramos ante una antinomia, ante dos derechos
encontrados, sancionados y acuñados ambos por la ley que rige el cambio de
mercancías. Entre derechos iguales y contrarios, decide la fuerza (K. Marx).
Amigos universitarios:
En esta oportunidad, quiero compartir con
ustedes algunas reflexiones sobre el contexto general del mundo y, por lo tanto
de Colombia, en el cual se encuentra el actual problema de desfinanciación de
la educación superior pública. La
información que ha circulado hasta el momento de parte de los universitarios es
verdadera, pero, en primer lugar, es básicamente cuantitativa y, en segundo lugar,
no está inmersa en el ámbito neoliberal del mundo. Por lo tanto, lo que voy a plantear a
continuación puede ser de alguna utilidad.
Después
de Los treinta años gloriosos –nombre
que suelen darle al crecimiento continuo que disfrutó la economía capitalista
después de la Segunda Guerra Mundial, hasta la crisis de los años setenta– al
regresar la crisis, como era de esperar, el capital empezó a sufrir la caída de
la tasa de ganancia. El capital –su
personificación la burguesía– decidió tomarse aquellos sectores que hasta
entonces no había explotado: la educación, la salud, las comunicaciones, etc.,
a fin de recuperar la tasa de ganancia.
Eso pudo hacerlo fácilmente porque el poder político, más que antes,
estaba a su servicio.
En la era neoliberal se acaba la dicotomía
Estado-mercado, predicada por Keynes, y el Estado pasa a ser un sirviente del
capital. Piénsese en el gobierno de
Pinochet, presidente de Chile, el primer país neoliberal del mundo, o en los
gobiernos de Margaret Tatcher, primera ministra británica, y Ronald Reagan presidente de Estados Unidos. La Tatcher solía repetir: La sociedad no existe. Sólo existen hombres
y mujeres individuales que compiten libremente en el mercado. Esto lo había aprendido de su maestro,
Friedrich Hayek, el padre del pensamiento neoliberal y, en general, de la
economía ortodoxa que enseñan actualmente en todas las universidades del
mundo. El pensamiento crítico fue
desterrado de los programas de Economía, desde la década de los años noventa.
A la apropiación de estos nuevos sectores
por el capital es lo que el economista marxista David Harvey llama acumulación
por desposeción; lo que se está apropiando el capital no es una nueva plusvalía
creada en un proceso productivo sino un valor que ya existía y el gobierno se
lo entrega a un precio inferior a su valor.
Esto fue lo que sucedió en Colombia desde
el gobierno de Virgilio Barco y se intensificó con el gobierno de César
Gaviria. Algunas empresas fueron puestas
en venta, como fue el caso de Telecom, pero una universidad pública no puede
ser puesta en venta, sino que se privatiza en forma indirecta. El mecanismo utilizado es la restricción del
presupuesto para obligarla a salir parcialmente al mercado. La universidad se ve obligada a vender posgrados,
asesorías e investigaciones y a precarizar el salario de los docentes, a través
de la contratación de profesores hora cátedra y OPS. En el caso de Colombia, se puso en práctica
la estrategia de privatización indirecta con la Ley 30 de 1992. Téngase en cuenta que se acababa de aprobar
una Constitución híbrida, medio neoliberal y medio democrática; no se olvide
que los líderes de la Constituyente de 1991 eran unos de derecha dura y otros
de derecha blanda.
El otro camino consiste en financiar la
demanda y no la oferta. El gobierno no
entrega los recursos financieros a las universidades sino a los estudiantes, de
esta manera logra que dineros públicos vayan a la universidad privada –es decir
al capital– o pone a las familias pobres a pagar créditos a la banca. Esto no es solo en nuestro país. Veamos lo que sucede en Estados Unidos: En Harvard, según informa Emmanuel Jaffelin
en Le Monde del 28
de mayo de 2012, las relaciones entre profesores y estudiantes parecen fundarse
sustancialmente en una suerte de clientelismo:
“Dado que paga muy cara la matrícula en Harvard, el estudiante no sólo espera
de su profesor que sea docto, competente y eficaz: espera que sea sumiso,
porque el cliente siempre tiene razón”. En otros términos: las deudas contraídas
por los alumnos estadounidenses para financiar sus estudios, cercanas a los mil
millardos de dólares, los obligan a ir “más a la búsqueda de ingresos que de
saber”.[1]
Por eso aquellas teorías que enseñan a
pensar van desapareciendo y su lugar es ocupado por disciplinas “practicas”.
Al negociar con el gobierno nacional no
hay que olvidar que este no toma decisiones libres, porque forma parte de un
entramado mundial –dirigido por el Banco Mundial y el Fondo Monetario
Internacional– además de que esos funcionarios han interiorizado el pensamiento
único neoliberal, hasta estar convencidos de que es la única verdad posible.
Aquí hay dos fuerzas enfrentadas, de un
lado la búsqueda de plusvalía que es un derecho económico del sistema
imperante, a cuyo servicio están los gobiernos, y, de otro, los universitarios
que nos empeñamos en defender la educación como derecho. Y, Entre
derechos iguales y contrarios, decide la fuerza.
La fuerza de los universitarios, en este
momento, es la organización, la movilización y la solidaridad de la población
independiente.
Pero no basta con la sola movilización,
debemos fortalecernos con el arma del pensamiento crítico, este pensamiento hay
que recuperarlo. Si los estudiantes y
los docentes no nos armamos de la teoría antineoliberal, nos puede pasar lo
siguiente:
Había
una vez dos peces jóvenes que iban nadando y se encontraron por casualidad con
un pez más viejo que nadaba en dirección contraria; el pez más viejo los saludó
con la cabeza y les dijo: “Buenos días, chicos. ¿Cómo está el agua?”. Los dos
peces jóvenes siguieron nadando un trecho; por fin uno de ellos miró al otro y
le dijo: “¿Qué demonios es el agua?”[2]
Pasto,
30 de noviembre de 2018
Cordialmente,
Julián Sabogal
Tamayo
Profesor Titular de Economía, Universidad de Nariño