Por:
Carlos Arturo Gamboa B.
Docente
Universidad del Tolima
Estaba reuniendo
notas para escribir un artículo sobre el tema del acoso sexual en las redes
sociales cuando irrumpió la noticia sobre la violación que denuncia Claudia
Morales y que luego se ha ido tornando en el epicentro de las miradas del país.
Es obvio que el artículo en mención quedó estancado porqué empecé a seguir el
nuevo tema, que igual guarda bastante relación con mis preocupaciones iniciales.
El artículo de
Claudia Morales se publicó el diecinueve de enero y tres días después, cuando
Paola Ochoa publicó su columna “Rompiendo el silencio”, una amiga periodista y
profesora de la Universidad del Tolima, me llamó entre alarmada e indignada a
preguntarme, por qué semejantes declaraciones no lograban mover la masa de
opinión del país. Tenía razón. Ahora veo con claridad que la masa informada
quedó en shock y la gran masa desinformada
espera aún que los medios oficiales digan algo, para ellos enterarse y repetir «ese
algo». Seguí indagando, revisando el Twitter, los muros de Facebook, leyendo
columnas aquí y allá, y, sobre todo, revisando los cometarios de la gente del
común que pasa y deja su huella sociocultural en redes, esquinas y cafetines.
Ahora esbozaré mi opinión.
Lo que denuncia
Claudia Morales no es un hecho propio de la ficción, al contrario es un suceso
muy cotidiano en nuestro mundo de finales del siglo XX y lo que va de este
asfixiante XXI. Lo sé porque crecí en una cultura machista, en una sociedad en
donde ese tipo de comportamientos son “normales” y, además, porque soy hombre. Pero
cuando se enuncia, de la manera en que lo hizo Claudia Morales, la gente lo
asume como un relato de “otro mundo”, como si eso no ocurriera, voltea la
mirada o entierran la cabeza en la tierra.
Que un poderoso (y
macho) abuse de su poder para acosar, intimidar e incluso violar, es tan
cotidiano que al parecer muchos no lo consideran ilegal, sino parte de
una cultura que, no solo aceptan, sino que en muchos casos alaban. Cuando
una sociedad carece de constructos críticos sólidos, los poderosos son como
dioses y a los dioses se les adora o se les odia, pero siempre se les temen
porque son capaces de decidir tu destino. El miedo es el combustible que
perpetúa el reinado de los tiranos, sin el miedo el poder de desvanecería entre
las manos de los gobernantes, ellos lo saben y lo aplican desde tiempos
inmemoriales. Hoy más que nunca queda demostrado que ese Él que aparece como
figura de poder, macho y violador, supo gestar en Colombia un reinado de poder
y miedo.
De los
adoradores de este falso dios (que pronto caerá en una definitiva desgracia),
no se puede esperar más que ciegos argumentos a favor, alabanzas, loas y
sacrificios en su altar. Pero que los contradictores también guarden un
disimulado silencio habla del miedo que permea la sociedad colombiana. Claro,
aún siguen matando líderes sociales, le siguen disparando al diferente, siguen
impunes los delincuentes de cuello blanco, los amigos de Él siguen impidiendo
que Él pague por sus más que claras fechorías. En ese contexto ¿Quién hablará?
¿Cómo pedirle a Claudia Morales que señale con su dedo índice al violador? Este
es el momento para que una sociedad en tránsito de transformación le demuestre
al mundo que es capaz de darle un verdadero significado a la palabra Justicia.
Hace muchos años
Enrique Dussel me hizo entender (en su recomendable libro titulado Liberación de la mujer y erótica
latinoamericana), que la mujer está doblemente oprimida, porque el sistema
oprime al hombre y la mujer y el hombre además la oprime a ella. Y esa opresión
sistemática se refleja aún, de manera rampante, en el silencio que la sociedad
colombiana guarda ante este suceso. El caso de violación que denuncia Claudia
Morales no fue perpetrado por un simple hombre, ese macho encarna el gran poder
que ha tenido postrada la sociedad durante las dos últimas décadas, con la
complicidad de gran parte de esa misma sociedad. Resultado: asombro, miedo y
shock, en ese orden.
Solo queda un camino, el de generar un efecto dominó que permita hacer visible más hechos perpetuados por Él y sus secuaces, de tal manera que el evento denunciado sea innegable. Ya veremos si la justicia oficial es capaz de condenarlo a Él, pero esperemos que al menos como sujetos sociales podamos superar el shock y entender que esta no es una ficción, sino una cruel realidad.
Solo queda un camino, el de generar un efecto dominó que permita hacer visible más hechos perpetuados por Él y sus secuaces, de tal manera que el evento denunciado sea innegable. Ya veremos si la justicia oficial es capaz de condenarlo a Él, pero esperemos que al menos como sujetos sociales podamos superar el shock y entender que esta no es una ficción, sino una cruel realidad.