Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Docente
Universidad del Tolima
El 29 de diciembre, mientras muchos
colombianos se ataviaban para recibir el año nuevo y su pírrico aumento del
salario mínimo, la Revista Semana desplegaba
un artículo titulado ¡Vuelve la historia
a los colegios!, celebrando la sanción de la ley presidencial que obliga a retornar
la enseñanza de la Historia en los planes curriculares. Escuché muchas voces de
celebración al respecto, las redes sociales (el nuevo lugar de las enunciaciones)
aclamaron este suceso y luego todo se esfumó, porque el país produce más noticias,
sobre todo escándalos de corrupción.
Fue por allá en 1994 cuando, durante
el Gobierno de Gaviria, la enseñanza de la Historia salió de los currículos
escolares, aunque en las universidades, sobre todo las públicas, siguieron sobreviviendo
programas cuyo epicentro epistémico es el estudio de los sucesos pasados. Italo
Calvino dijo alguna vez que: “Toda historia no es otra cosa que una infinita
catástrofe de la cual intentamos salir lo mejor posible”, y eso ya es un gran
motivo para que lo que sucedió sea objeto de análisis y reflexión constante por
parte de una sociedad. No obstante, este hecho me generó dos preguntas: ¿Quiénes
van a enseñar Historia? ¿Cuál visión de la Historia van a trasmitir los
docentes?
En el primer caso, hay que recordar
que en la mayoría de los colegios, sobre todo en donde se “educa” el pueblo,
las asignaturas se orientan, no por expertos, sino por docentes que deben
sobrevivir en un mundillo que les exige “enseñar” de todo por el mismo salario.
Un licenciado en Lengua, por ejemplo, termina orientando Matemáticas, Ciencias Naturales,
Ética, Religión y cualquier otro cursillo de Emprendimiento (la nueva
religión). A esto está obligado el docente, es la única manera de sobrevivir en
ese precario espacio llamado escuela, pública o privada. Por lo tanto, imaginamos
que en estos momentos muchos rectores estarán embutiendo el currículo de Historia
en las nuevas obligaciones profesorales para el 2018. ¡Cuánta falta hace una
reforma de la profesión docente para que este país emprenda, por fin, su
transformación!
En el segundo caso, la preocupación
pasa por saber cuál es la versión de la historia que van a trasmitir los
docentes. La que se enseñó, hasta antes de que se aboliera de los planes de
estudio, era una Historia muy mal redactada o más bien, muy acomodada a los intereses
de unas élites que les concernía mantener un relato único de esas pasadas y
atroces cosas que nos fueron construyendo (o deformando) como país. Era el
relato de los buenos colonizadores con sus caras barbudas y sus monumentos en
las plazas de las mil ciudades colonizadas; de unos presidentes encumbrados
cuando apenas fueron, en su mayoría, truhanes y matones; de elogios a periodos
de la historia de Colombia que fueron años aciagos de ascenso de esa clase
politiquera y corrupta que sigue vigente en el poder; de mentiras, de falsos sucesos,
de ocultamientos y olvidos premeditados. En fin, la Historia que nos enseñaron
antes de 1994, era un relato erróneo de nuestra existencia, un poco trasgredida
por esos docentes que se negaban a contarla así y, de alguna manera, la
alteraban en las aulas, por eso muchos eran considerados peligrosos. Después de
los noventa, la historia está casi toda por escribirse y muchos creen que Uribe
y Santos son los únicos truhanes que han llegado al poder, cuando la tradición de
Colombia ha proporcionado miles.
Por eso, ahora cuando se plantea volver
a enseñar Historia, es necesario entender que la primera obligación radica en que los
docentes la conozcan, que el Estado sea responsable y por fin se comprometa con la
construcción de un Sistema Educativo Nacional a la altura de nuestros sueños (reto para
el próximo presidente). Quizás, de esa manera, impediremos que los relatos de
personas como María Fernanda Cabal sean los contendidos curriculares que los
niños reciban, y así, evitar que nuestras futuras generaciones crean que la
masacre de las bananeras es un cuento de Gabo, que Pablo Escobar era un sacro
benefactor, que los falsos positivos fue un Reality,
que Uribe era un mártir y que Santos era un gran estadista. Por eso, bienvenida
de nuevo la enseñanza de la Historia en las escuelas, pero como decía Oscar
Wilde: “El único deber que tenemos con la historia es reescribirla.”