Por:
Carlos Arturo Gamboa B.
Como
muchos de los colombianos jugué los últimos días a ser hincha de la selección.
Y digo jugué porque hay mil maneras lúdicas y esquizofrénicas de ser un
aficionado. Desde sentarse con los amigos a “especular” sobre los resultados de
los partidos, las alineaciones y los cambios, hasta emborracharse y salir con
el palo de la bandera a golpear a otros eufóricos colombianos de vuvuzelas
estridentes, botella guaro en mano y paquete de harina. En fin, muy pocos
colombianos estuvieron ajenos a la selección durante el último mes y contrario
a las elecciones, en cuestiones de fútbol todos queremos meter las narices,
opinar y no quedarnos en la abstención.
Ahora
bien, en la resaca de la euforia cabe preguntarnos: ¿qué ganamos en Brasil?
Claro que primero deberíamos caminar hacia atrás para preguntarnos ¿por qué
antes no fuimos capaces de llegar a cuartos de final en un mundial? Siempre
hemos tenido buenos futbolistas, gambeteros, ágiles, correlones, pero dados a
lo individual, facilistas a la hora de construir retos y como buenos
colombianos, propensos a buscar atajos. Eso es lo primero que se ganó en
Brasil, la capacidad de construir un equipo, no una sumatoria de jugadores como
casi siempre pasaba en otras épocas, y se formó un conjunto porque se abandonó
la manía colombiana de la rosca escudada en una seudo-meritocracia. Necesitamos
de un extranjero para que nos quitara el resabio de escoger los jugadores por
amiguismo, negocio o recomendaciones y convocáramos a los mejores y necesarios
(desde la mirada objetiva del técnico); esa es una de las grandes enseñanzas de
Pekerman. Por fin eliminamos las paranoias regionales, esto debido en gran
parte a que la mayoría de los jugadores juegan en equipos internacionales; y de
paso se evitó que surgieran miles de contradicciones y tropeles por colores de camisetas
de equipos de tinte localista. En estos días no se mataron entre hinchas de
Nacional, Millonarios, Tolima, Santa Fe…No, en estos días se mataron entre eufóricos
hinchas de la selección.
También
ganamos en aprendizaje colectivo porque nos dimos cuenta que los colombianos,
si sumamos alcohol, fútbol y una que otra victoria, somos capaces de hacer
arder las ciudades. No imagino el día en que seamos campeones mundiales, sería
algo así como el apocalipsis latinoamericano. Pero esa imagen desoladora de la
celebración puso a pensar a más de uno en ese discurso de la violencia que
siempre le achacamos al “otro”, pero que nos negamos a ver en el “nosotros”.
Eso también es un aprendizaje, si queremos la paz debemos de dejar de ver la
guerra como algo extrínseco, para asumirlo desde el yo.
Colombia
también ganó porque descubrió cómo nuestro periodismo (en este caso el
deportivo) se encuentra a años luz de una verdadera profesión. Gritones,
aulladores, coleccionistas de adjetivos arcaicos y habladores de macumba,
quedaron al descubierto; las facultades de comunicación deben hacer balance de
ello y proponer. Algunos que se hacen llamar periodistas en otras franjas
también quedaron muy mal parados, porque no pudieron evitar que un balón les
cambiara la agenda, a pesar del mundial el mundo sigue, pero en los medios
colombianos no. También aprendimos que el apellido Vélez (en política y en
comunicación), tiende al desprestigio, no por el apellido si no lamentablemente
por esas tres figuras mediáticas que lo ostentan. En Colombia la política y el
periodismo están en el abismo, y eso es parte de lo que tenemos que
transformar.
Después
de Brasil 2014 los colombianos podemos seguir ganando, más allá de ser la
estadística de un equipo entre los ocho mejores del mundo, lo que a la larga
será poco en el próximo mundial porque a esa selección le pediremos más. Los
colombianos debemos aprender de que somos creativos, talentosos, capaces de
construir objetivos en equipo, que debemos reconocer al otro en la diferencia
porque esa diferencia aporta, que no somos superiores a nadie, que se puede
celebrar sin romperle la madre al vecino, que propendemos históricamente por la
violencia y debemos curarnos, que tenemos un trazo social de corrupción
heredado de los narcos que debemos superar. Esa es para mí la verdadera
ganancia de estos días, lo demás es una anécdota deportiva, digna de exaltar y
recordar con alta emoción, pero las anécdotas no cambian la sociedad sino la
actitud y el aprendizaje de los sujetos que la conforman. Es la verdad, el
fútbol no cambia la realidad, de lo contrario Brasil tierra de Pelé, Sócrates,
Zico, Ronaldinho, Ronaldo, Romario, Neymar y demás talentosos, sería el
paraíso, y como lo pudimos ver, no por los canales colombianos, sino a través
de los medios alternativos, no lo es.
Lo
que se ganó en Brasil no se puede cuantificar hoy, pero si entendemos el reto
de futuro que nos depara el ser colombianos, lo podremos valorar dentro de unos
años. Aunque todo esto lo podemos olvidar y quedarnos naufragando en el
nacionalismo trasnochado, y el problema es que no conozco ningún nacionalismo
que sea benéfico, ni siquiera en el fútbol.