Por: Carlos Arturo
Gamboa[1]
Nelson Romero nos tiene
acostumbrados a sus dardos punzantes cada vez que publica un nuevo poemario. Con
Proverbios & Carnavales, no podía
ser distinto.
Su voz se hace inagotable y, sobre
todo, asombra. Nelson no es un escritor que se repita así mismo, aunque aborde
puntos de partida similares en algunas obras.
“De vez en cuando el arte sirve
para atar de pies y manos al diablo, pero sin alejarlo tanto de nuestra juerga”[2]
nos recuerda el poeta de Ataco cuya voz cada vez se hace más universal.
De nuevo, usando la pintura como
enclave poético, el autor nos llama la atención al decirnos que “Mi arte no es más que un cielo invertido.
Donde los cerdos se volvieron serafines y los ángeles se revuelcan en el lodo”.
Así se hace presente ese empuje desacralizador siempre retumbando en su obra.
Esta vez se adentra en la
reconstrucción simbólica de la obra de Brueghel el Viejo, un pintor desconocido
para casi todos nosotros. De seguro, en algún momento cuando se cuece la
génesis de una obra, el pintor le habló desde la distancia de los años a
Nelson, para provocarlo, para sumirlo en los insomnios de la creación. Quizás
le haya dicho “Es maravilloso ver como tu
arte ensancha el mundo”.
Y así, en ese diálogo cultural
separado por miles de kilómetros y años, Nelson vuelve a repasar ese juego
visual carnavalesco que propone el pintor, para darle una nueva reencarnación a
su propuesta. Hace arder sus cuadros y bocetos, pero no importa porque la voz
retumba: “No te preocupes por la casa que
se quema mientras puedas calentarte en sus llamas”.
Y es que así uno se puede imaginar
el arte, como un oficio que destruye y reconstruye para al final exclamar al
unísono, pintor y poeta: “Gasté la
fortuna de mi alma, pintando este infortunio”. Y ni siquiera nos debe una
respuesta de sus juegos paralelos entre mundos artísticos, porque: “… el arte no es una explicación, no tiene
por qué vivir de explicaciones”.
Los trazos de Nelson siempre son
voces que indagan, preguntan, que usa pre-textos y post-textos para dejarnos
provocados más allá de la lectura. Es ambivalente, por eso nos dice con la
misma claridad que Brueghel elaboraba trazos: “No me arrepiento de haber pintado, al mismo tiempo al lobo y al cordero”.
Darle forma a la poesía es oficio
propio de los seres pacientes, de esos que pueden tomarse el tiempo necesario
para encontrar la palabra correcta, el adjetivo preciso. El arte poético es
casi hechicería, porque “el diablo es
mañoso, no se deja pintar por fuera”. No obstante, pintor y poeta, en
distintos mundos y distintos tiempos, logran la conexión.
Así es, son tiempos distintos los de
la pintura y los del poema, sin embargo, ambos sentencian esa memoria antigua
que sigue vigente, por eso ambos exclaman: “Es
fácil cagarse en el mundo. Lo difícil es limpiarlo”. Siglos y siglos han
transcurrido en esa penosa labor y cada día, durante un sin-tiempo ambos
exclaman: “Esta mañana me asomé al mundo.
Sólo vi espinas y cardos y todo estaba sucio y desordenado y vacío”.
Este es el balance del carnaval, es
la sentencia de los proverbios. Ahora debemos celebrar, darle forma al festín
de la existencia, porque somos inocentes: “Que
el amor sea el culpable del cerdo desollado entre el blanco rebaño de ovejas”.
Por eso estamos acá, en este otro
tiempo y en este otro espacio, para celebrar, porque “el sombrero es un mundo encantado cuando está puesto sobre tu cabeza”.
Así es la vida y el arte. Es el descubrimiento de las pequeñas grandes cosas. Es
la lección que me dejan Nelson Romero y Brueghel, desde los trazos sobre el
lienzo y sobre el papel.
Esta edición de Proverbios & Carnavales, publicada por Frailejón Editores es en
sí de una redondez estética muy extraña en estos tiempos de prisas y fugacidades.
Los invito a degustarla, y sólo tendría como cierre repetir unos versos del
poeta: “Llegó el momento de brindar a tu
salud y a la salud del Reino de este mundo”. SALUD POETA.