Por: Carlos Arturo Gamboa Bobadilla
Docente Universidad del Tolima -IDEAD-
1.
En un país como el nuestro los
sucesos del día a día parecen estar ajenos al devenir del mundo del siglo XXI.
Mientras en la mayoría de los países, que se hacen llamar o clasifican como
desarrollados, los planes de gobierno incluyen un alto componente de inversión
en educación, cultura e investigación, en el nuestro, desde el mismo Estado se
consideran las universidades públicas territorios peligrosos y los estudiantes
y docentes, como sujetos que hay que vigilar porque hacen parte del grupo catalogado
como “terroristas”.
No se puede, ni debe, ocultar que en los
campus universitarios han existido brotes esporádicos de acciones violentas,
muchas de ellas activadas por grupos ajenos a la misma universidad, incitadas
por actores al margen de la ley o por encima de la ley. Sin embargo, estas
rarezas del panorama universitario no dan pie para juzgar a todos con el mismo
rasero, al contrario, evidencian la necesidad de fortalecer las instituciones
de formación superior para que se blinden de la violencia como acción y
discurso.
2.
En el marco de un proceso de paz
histórico, que hoy las fuerzas que gobiernan quieren llevar al traste, el
ambiente universitario había entrado en un periodo de mayor debate académico y
menos acciones de protestas. Pero, con la llegada de Iván Duque a la
presidencia y la puesta en marcha de sus planes de gobierno que atentan contra
los menos favorecidos, el movimiento social, y por supuesto el sujeto universitario,
volvió a la acción de la legítima protesta como mecanismo de acción.
Curiosamente los grupos denominados
autodefensas o paramilitares, volvieron con mayor repercusión a su accionar.
Masacres, desplazamientos, asesinatos selectivos de líderes sociales y
amenazas, se tornaron en el caldo de cultivo para la cotidianidad colombiana,
que como se dijo al inicio, se niega a ingresar a la modernidad y continúa en
lógica retrógrada de los amos de la guerra: solucionar todo a punta de plomo,
incluso la desigualdad.
Y si desde el mismo Estado los
docentes y los estudiantes son considerados peligrosos, legitiman que los
grupos armados proestatales, paraestatales y contraestatales pongan sus ojos (y
sus balas) en ellos. Hemos quedado en medio de su guerra, somos víctimas del
fuego cruzado, como siempre ha sucedido en este país. Unos decretan la guerra,
otros ponemos los muertos.
3.
Y los líderes sociales siguen sumando
muertos, mientras el presidente y su séquito de desalmados niegan estas muertes
acomodando cifras, acudiendo a las estadísticas y lanzando enunciados que
aterrarían un dictador. Los medios oficialistas encubren con cortinas de humo
una verdad cada vez más latente, un hecho inobjetable, el terror ha vuelto a
los campos y las ciudades de Colombia, es por eso por lo que pretenden acallar
los informes de la ONU.
Algunos gobernantes locales (alcaldes
y gobernadores), movidos por la seducción de la fuerza y el discurso amañado del
control, han revivido la necesidad de que a las Universidades Públicas ingrese
el ESMAD, la Policía y hasta el ejército. Para que esto suceda ya existe un
protocolo, pero parece que la ansiedad busca hacer más flexible el mismo, provocando
con ello que paguen justos por pecadores, y que a la par de ellos ingresen las
fuerzas paraestatales y contraestatales, para convertir las universidades en
campo combate armado.
4.
Al campus de la Universidad de
Antioquia ingresó el ESMAD y curiosamente a los pocos días aparecieron
panfletos de las “Autodefensas Gaitanistas de Colombia”, nombre elaborado para
un grupo de matones de corte paramilitar. En dicho panfleto amenazaban a
estudiantes, trabajadores, docentes, organizaciones sociales y sindicales y personas
con nombre propio.
Apenas un par de días después, la
profesora Sara Fernández, secretaria de la Asociación de Profesores
Universitarios de la Universidad de Antioquia (Asoproudea), fue atacada en la
madrugada y herida con arma cortopunzante, atentado que se intenta hacer pasar
como hecho aislado, cuando sabemos que esa es la forma o móvil con que se han
realizado muchos atentados en estos últimos meses. La profesora está fuera de
peligro, pero el manto oscuro que acecha a la Universidad se tornó un poco más
lóbrego.
5.
En la Universidad del Tolima, el día 5
de marzo, empezó a circular un panfleto que mediante la seudo-estrategia de la
denuncia, pone en la picota a varios actores de la vida del Alma mater. La
intención no es otra que la de señalar y amenazar a dichos actores, profesores,
estudiantes y trabajadores, para que sobre ellos, ya juzgados, caiga la
sentencia.
Tildar a alguien de guerrillero,
miliciano, paramilitar, capucho o revoltoso, no es más que etiquetarlo para que
le disparen. Por eso resulta inaceptable que el discurso de la violencia, la
amenaza y el encubrimiento sea el camino escogido para tramitar la vida
universitaria.
Detrás de este tipo de amenazas
dormita la sinrazón, la violencia, el desconocimiento del otro como sujeto y por
supuesto, el miedo como estrategia para impedir la diversidad. Es inamisible
que estas fuerzas oscuras operen en el mundo de la vida de la Universidad del
Tolima.
En la Universidad del Tolima hemos
recuperado un nuevo aliento, estamos en la idea de posicionar el pensamiento
universitario como eje estratégico para la reconstrucción de la región y el
país. No podemos sucumbir ante el señalamiento, ante la amenaza, ni ante
cualquier discurso de violencia. Si hay debates pendientes, deben saldarse a la
luz de los argumentos, no a través de panfletos que ponen en riesgo la vida de
los protagonistas. Las denuncias se hacen de frente y con argumentos, no parapetados
en grafitis, panfletos y anónimos.
Levanto mi voz de protesta ante estos
hechos e invito a la comunidad universitaria a que nos sumemos en contra del
chantaje, la amenaza y el ocultamiento. La Universidad del Tolima es, y deberá
seguir siendo, territorio de vida, erradiquemos de ella las posibilidades de la
muerte y su hija bastarda, la violencia. No permitamos que la Universidad sea
de nuevo asediada.