Por:
Carlos Arturo Gamboa B.
Docente
Universidad del Tolima
1.
Hace
mucho tiempo que la profesión de educador dejó de ser atractiva para los
habitantes del siglo XXI. La imagen nostálgica de otrora en la cual los
profesores poseían un alto estatus en la sociedad, es historia. Aunque
según G. Steiner, los buenos maestros siempre fueron muy pocos, porque:
Los
buenos profesores, los que prenden fuego en las almas nacientes de sus alumnos,
son tal vez más escasos que los artistas virtuosos o los sabios. Los maestros
de escuela que forman el alma y el cuerpo, que saben lo que está en juego, que
son conscientes de la interrelación de confianza y vulnerabilidad, de la fusión
orgánica de responsabilidad y respuesta son alarmantemente pocos.
Pero
la alarma sigue encendida, porque ni siquiera ahora tenemos entre nosotros a
esos pocos. Se han ido porque el tiempo no les fue fructífero, sembraron sobre
las piedras y lo poco que germinó se lo está tragando la maleza de un siglo
altamente utilitario. Los docentes de profundidad intelectual ya no bogan en
los ríos corrientosos de la vida acelerada. Y algunos que aún, tercamente,
insisten en formarse para docentes, no están dispuestos a ser los salvadores de
unas generaciones cuyo desprecio por el conocimiento es directamente
proporcional a la fatuidad en la que sobrevivimos.
2.
Según
datos del Foro Económico Mundial, para el 2030 se requerirán 44 millones de
nuevos maestros en todo el mundo para dar cobertura a los niños y jóvenes de
primaria y secundaria. La escasez de docentes, viéndolo desde la óptica
numérica, es alarmante, y deja en entre dicho las políticas que la humanidad ha
implementado para garantizar la enseñanza como estrategia civilizatoria.
Al
existir menos docentes la proporción de estudiantes por clase aumentan,
generando sobrecargos laborales, afectando la escolarización, el
fortalecimiento de las habilidades básicas como la comunicación (oralidad y
escritura) y las competencias matemáticas. La carencia de estos aspectos genera
consecuencias irreparables en la edad adulta, con su respectivo impacto en la
sociedad. Luego preguntarán de dónde surge tanto zombi deambulando por el
plantea.
3.
Incluso
el nivel universitario está resultando poco atractivo para los docentes. El
intelectual está en vía de extinción. Ahora están de moda los gestores, los
propulsores de indicadores y los amantes de los ránquines. Debe ser porque las
universidades, en su mayoría, se convirtieron en eso:
Gestión-Indicador-Ranking. En medio de esos imperativos, poco tiempo queda para
pensar en la educación como arte, como lo propusiera John Steinbeck al decir: “Creo
que un gran maestro es un gran artista y hay tan pocos como hay grandes
artistas. La enseñanza puede ser el más grande de los artes, ya que el medio es
la mente y espíritu humanos”.
Sumido
en el discurso de la sociedad del conocimiento, el docente universitario
naufraga sus días luchando contra la apatía, no de sus estudiantes, del
sistema. Porque ahora el conocimiento es mera plusvalía económica, ni siquiera
social. Y muchos y adoptaron este reto de vida en sus esfuerzos. «Escribir para
puntuar, investigar para viajar» parece ser el lema de la vida universitaria de
hoy. ¿Qué hace un intelectual en un campus universitario? Esperar su pensión en
silencio.
4.
Hace
poco se hizo noticia el hecho de que en Colombia están renunciando los docentes
que recientemente ganaron el concurso para la carrera de docencia rural. Después
de un engorroso concurso se olvidó lo primordial, el proceso de adaptación de
los nuevos docentes a un entorno cuyas condiciones distan leguas de la realidad
ideal que sueña la escuela. Si en las ciudades las escuelas y colegios públicos
suman carencias, en lo rural están estancadas en el siglo XIX, con algunos
visos del siglo pasado.
¿Pero
acaso dichas condiciones son ajenas a los nuevos docentes? Si, porque se
formaron bajos paradigmas descontextualizados, lejos de las realidades
sociales, subsumidos en los campus universitarios y en los brebajes de
la teoría solitaria. Y si hay algo que actualmente esté lejos de la realidad,
son las universidades. En su mayoría ancladas a un pasado arenoso que el viento
se llevó, dejando rescoldos de su misión moderna.
5.
Tenía
razón C. S. Lewis cuando exclamó: “La tarea del educador moderno no es cortar
selvas, sino regar desiertos”.