agosto 10, 2023

La infancia evocada en los poemas de Alex Silgado

 


Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima

 

Hace apenas unos días llegó a mis manos, de las mismas manos del autor Alex Silgado Ramos, el libro titulado “Antología Inacabada”. Sé que es costumbre colombiana no leer todos los libros que se compran, mucho menos los que se obsequian, pero en mi caso me ha gustado siempre contradecir las costumbres. Aunque muchos de los libros que se obsequian, y no pocos de los que se compran, no trascienden en el lector más allá de las primeras páginas, debo decir que la “Antología Inconclusa”, -que ni es antología ni está inconclusa-, logró sentarme a leer.

Debo decir también que la poesía posee una estrategia oculta que facilita su lectura y son la brevedad y el impacto de sus imágenes los ejes que guían esa provocación. Los dos artificios los encontré de plano en el poemario en cuestión, que tampoco es sólo poemario, es también bitácora de palabras narradas para viajar al pasado en donde la evocación es la trampa, porque “Un recuerdo es la piel de la infancia[1]

Aunque el libro se divide en dos grandes capítulos (El patio y Retorno), creo que la división es sólo un pretexto para tomar aire y seguir mirando el pasado a través de la ventana del lenguaje. El libro todo es una evocación, porque quizás toda obra literaria no sea más que eso, un recuerdo que va tomando forma en un presente que lo convoca, como el médium hace con los fantasmas que habitan las habitaciones de la existencia.

Para Silgado esos fantasmas perviven en la “ancha tierra / que es mi infancia”. Es un mundo intemporal, que conecta el presente y va y viene trayendo esquirlas de la felicidad que la vida desgastó. La voz poética es consciente de ello al expresar: “El tiempo ha causado estragos en la piel que ahora visto

Recordar, volver al patio de la infancia, escuchar de nuevo la voz de los abuelos, contemplar el mundo joven a través de los ojos asombrados de aquel niño que era capaz de ver que, “/el árbol de mangos / está cargados de canarios /o / que el canto de los canarios / tiene el sabor del mango maduro/”. Ese mundo distante es un mundo sinestésico, lejano pero vivo en la memoria de los sentidos. Traer de nuevo ese espacio es el clamor porque “ese patio era nuestra infancia” y lo recalca al recordar: “Habité ese patio como mi propia piel”.

El presente, el lugar desde donde se evoca, está construido de otros materiales porque la misma vida ha trastocado los paisajes, los entornos y por eso ahora se siente:

Un silencio entre tanto ruido

Una soledad entre tanta compañía

Un aroma entre tantos olores

 

De esa manera, el pasado es materia perfecta para darle forma a la nostalgia, podemos evocar para intentar sobrevivir, pero al final nos sentiremos lejanos de ese camino transitado, todo se ha transformado, los elementos han mutado y hasta:

La lluvia que

apenas ayer cantábamos

Hoy inunda todas las cosas.

 

Por eso la única redención está en recordar los rostros idos, los olores mixturados, los espacios diluidos en el tiempo; el presente sólo es posible si volvemos la mirada a lo evocado, por eso: “Ahora / es como caminar de espaldas”.

Tratar de explicar el tiempo ido es inútil, las palabras sólo sirven para construir un dique que ayude a soportar el presente. No es función de la poesía construir respuestas a esas antiguas conjeturas porque: “Los poetas no tenemos respuestas claras, sino que poetizamos para encontrar la oscuridad en la claridad y oscurecerla aún más”.

Los poemas compilados en “Antología Inacabada” de Silgado, son un pretexto completo para caminar el tiempo actual con el bordón del pasado, porque como afirma Jorge Gallarza: “El arte siempre ha sido un espejo, un medio de catarsis: da consuelo a aquel que se siente abrumado y abruma a aquel que tiene paz, no podría ser de otra manera, por eso es fascinante.”



[1] SILGADO RAMOS, Alex (2023). Antología Inacabada. Poemas. Editorial Caza de Libros. Colombia. En adelante todas las citas corresponden a esta edición.

julio 15, 2023

La reforma de la educación en Colombia no es asunto de un solo Ministerio

 


Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima

 

El Gobierno anunció, en cabeza de la ministra de Educación Aurora Vergara Figueroa, que el próximo 20 de julio radicará el proyecto que busca reformar la Ley 30. La noticia puede dejar un sabor agridulce para quienes hemos asistido a cientos de movilizaciones en contra del modelo educativo que encarnó dicha Ley y que llevó al estancamiento de la educación pública durante tres décadas. Y el sabor se debe a los pros y los contras de la metodología empleada y que se está obviando sin argumentos de peso.

Formar en un país en donde se anuncia la educación como un derecho, pero se trata como un servicio, ha sido un propósito a contracorriente. Las universidades públicas siguen aportando desde los bordes en la consolidación de la ciencia, la cultura y las artes, aún en medio de tormentas desatadas por gobiernos cuyo valor para el eje de educación, en sus planes estratégicos, fueron marginales.

El momento actual nos invita a caminar bajo otras lógicas y eso es ya un gran cambio. No obstante, durante el primer año de gobierno se han dado muchos palos de ciego frente a la dinamización y discusión de un proyecto fundante para el propósito de cambio de país. Muchos siguen instalados en la tendencia de que la construcción de las reformas es asunto de equipos técnicos y expertos, descuidando los aportes que la sociedad civil, el ciudadano de a pie y, en este caso, los actores educativos, puedan realizar.

Es por tal motivo, que se nos antoja apresurado el trámite de radicar la discusión en el Congreso, de un proyecto de Ley cuyo articulado no es conocido por las universidades, los estudiantes, directivos y profesores. Aún así, se convoca a participar en un ejercicio desdibujado en el marco de la reconstrucción de un entramado democrático que es vital para la supervivencia de la nueva reforma. Los actores universitarios no pueden ser convidados de piedra, ni conformar un séquito de aplausos o, aún más, constituirse en un bloque de defensa de algo que pueden compartir, pero que no conocen.

Sabemos que existen unos ejes centrales de la discusión como la construcción de un nuevo modelo de financiación, actualización de normatividades obtusas y añejas que ahogan el sistema, reorganización de un modelo de gobernanza externa e interna de las universidades y modificación de los parámetros de la carrera docente (Decreto 1279). Así mismo, un plan estratégico de cobertura que implique una decisión estatal de abandonar los centros y copar las periferias sociales, articulación entre los diferentes componentes del sistema educativo, entre muchos aspectos más. ¿Cómo lograr una Reforma mayúscula que responda a tantos aspectos atrasados?

Instalados en la política real debemos entender que no todos lo problemas se podrán solucionar con esta reforma, por lo tanto, se debe gestar un consenso sobre los aspectos más urgentes que requieren el sistema. Muchos dirán al unísono que es la financiación, pero recibir más soporte financiero no es la única solución, de fondo existen aspectos que convierten el sistema en un gran entramado burocrático ineficiente e ineficaz. Por eso el consenso es vital, pero ¿Cómo construir el consenso sin acción política, sin diálogos, sin trabajo mancomunado con las bases?

Muchos de los problemas que enfrenta el sistema educativo colombiano desbordan su mismo campo de acción. Miremos esto con un ejemplo: el acceso al soporte tecnológico se articula en dos campos a saber, la adquisición de software/hardware y la conectividad, estos no son sólo asunto del Ministerio de Educación, inevitablemente convoca al ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones, por citar sólo un caso. Un plan necesario de modernización de la educación pasa por garantizar acceso tecnológico, información y soporte en los lugares más apartados, para romper la lógica de la ciudad letrada en donde las capitales cuentan con los medios adecuados de formación y las demás regionales agonizan en el atraso.

Un proyecto ambicioso en tecnología puede generar una política estatal de conectividad para educar y se puede hacer con operadores satelitales que garanticen la señal en cualquier parte del territorio, quitándole a las instituciones la carga de contratación de operadores con baja cobertura y eliminado engorrosos procesos de contratación. He aquí un ejemplo de un modelo articulado en donde se apueste desde diferentes escenarios a la consolidación de un proyecto educativo que rompa la historia del país en dos.

Así mismo, bajo esta lógica de cooperación estratégica, se pueden gestar varios proyectos que suplan deficiencias en infraestructura, dotación de elementos para la vida cotidiana del entorno educativo, construcción de edificaciones con el apoyo del ministerio de Vivienda Ciudad y Territorio, incluso proyectos transversales de formación docente como la creación de programas de posgrado de alto impacto en los cuales los educadores del sector público se puedan cualificar de manera gratuita y bajo parámetros de innovación pedagógica para el cambio. En definitiva, la reforma educativa no es cuestión de un sólo ministerio.

La reforma debe ser un hecho concreto, también entendemos que no se debe convertir en un proceso de debate infinito, los tiempos del gobierno son calculados y la retrógrada oposición empleará todas las herramientas a su alcance para evitar que el sistema se transforme, ya que el modelo actual es una réplica de ese país de excluidos y sin derecho a la educación que tanto les conviene. 

La apuesta de convocar las múltiples experiencias territoriales, los alcances y debates de grandes movimientos universitarios y dando la voz a otros actores,  distintos a los gubernamentales, puede generar la armonía necesaria que empuje la Reforma hacia los territorios del verdadero cambio. Hay experiencias como la MANE y La Constituyente Universitaria que poseen una memoria de este proceso, excluirlos sería es un camino erróneo, al fin y al cabo, la educación es un campo, como diría el maestro Estanislao Zuleta, de combate y desde estos espacios se llevan años combatiendo por una educación diferente para Colombia.

julio 09, 2023

EL APRENDIZAJE DE LAS DESGRACIAS

 


Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima

 

La culpa y la salvación son abstracciones.

J. M. Coetzee

 

Perder el centro es al mismo tiempo: despertar en un escenario sin bases sólidas de lo vivido y adentrarse en una oportunidad para redescubrir otros rostros del mundo. Pocos están preparados para ello. La vida se trata de ser expulsados del vientre de la madre y buscar, desesperadamente, un espacio confortable en donde anidar la existencia. Para el ser humano común, que somos el 99.9% de quienes respiramos oxígeno, la tranquilidad es el camino, así no lo sepamos con claridad. Retornar al vientre de la madre, alimentarse sin angustias y esperar el fin del ciclo natural de la existencia es la ruta. ¿Qué pasa cuando esa confortabilidad construida durante años se rompe? De eso trata la novela “Desgracia” del escritor sudafricano J. M. Coetzee, Premio Nobel de Literatura del año 2003.

Durante toda su existencia David Lurie ha construido un mundo en donde él es el protagonista de sus decisiones, aciertos y errores. Como profesor de la Universidad Técnica de Ciudad del Cabo ha labrado un nombre promedio, como se suele desear en el mundo moderno. Con aires de intelectual añejo logra vivir cómodamente fajado a ese estilo que considera cómodo. Dos divorcios, una hija, un confortable apartamento, una calculada soledad que distrae con disertaciones de su próxima obra sobre Byron y sus encuentros sexuales comprados para mitigar una sed de dandi y mujeriego que, a sus 52 años, se niega a dejar de buscar.

En ese mundo elaborado a su medida todo parece estar puesto en su lugar, nada riñe. Es docente en un espacio-  tiempo en donde enseñar es una de las actividades más insulsas, porque “Nunca ha sido ni se ha sentido muy profesor; en esta institución del saber tan cambiada y, a su juicio emasculada, está más fuera de lugar que nunca[1]. Y es allí en esa baldosa existencial previamente delimitada en donde su vida empieza a descentrarse, las vivencias empiezan a tomar un giro inesperado y la novela dibuja una trama cuya ruta nos llevará a entender que en la vida todo está en situación de abismo.

Un encuentro sexual con una de sus jóvenes estudiantes de poesía romántica inglesa desata la cuerda y, como en la tragedia griega, da lugar a lo inevitable. Lurie ha sido un hombre de aventuras amorosas, se sabe experto en la conquista y es conocedor de los límites de las mismas, no obstante: “Pasada cierta edad, todas las aventuras van en serio. Igual que los ataques cardiacos”. La joven Melanie Isaacs se convierte entonces en su punto de quiebre, la seduce con viejas artimañas estudiadas y practicadas durante muchos años y va siendo, él mismo, presa de su instinto.

Como es de esperarse aquel pasional encuentro se vuelve público y el profesor debe ser juzgado, condenado, arrojado del paraíso de su comodidad, ha perpetuado un disloque moral, debe asumir el precio. Pero, nuestro protagonista se aferra a su molde intelectual, aunque en decadencia. No acepta que su actuar sea un error, es parte de la existencia humana, el deseo es un derecho y aunque sea ya considerado un anciano, Melanie no fue obligada a ese pasajero encuentro, ella aceptó, quizás supeditada a una tradición en donde el hombre opera como macho, pero aceptó. Por eso la reflexión del profesor es contundente:

Vivimos en una época puritana. La vida privada de las personas es un asunto público. La lascivia es algo respetable; la lascivia y el sentimiento. Lo que ellos querían era un espectáculo público: remordimiento, golpes en el pecho. Llanto y crujir de dientes a ser posible. Un espectáculo televisivo, la verdad. Y yo a eso no me presto.

Y ante la negativa de asumir la culpa desde la dimensión del espectáculo, el profesor David Lurie es expulsado de la universidad y alejado de su mundo cotidiano. Él lo acepta con resignación, es el pago de debe asumir por romper las normas sociales establecidas. Estamos en Sudáfrica, asistimos al periodo de transición entre el final del Apartheid y el establecimiento de un nuevo orden, esas conductas propias de los comportamientos coloniales y esclavistas deben ser abolidas.

No le queda más que la huida. Abandonar el confort, descentrarse, caminar hacia el abismo de la incertidumbre. Y de esa manera decide emprender el camino de la búsqueda hacia un paraje aislado, una hacienda en donde vive hace años su hija Lucy. En este cambio de espacio, Coetzee nos provee una trama ideal para que como lectores podamos configurar la imagen de dos mundos opuestos: la ciudad, la universidad, la modernidad y el campo, la tosquedad y los valores de un mundo premoderno. Un gran acierto de espacios que permiten configurar la reflexión de la forma en que seguimos siendo parte de un devenir histórico; las grandes tensiones humanas que nos preceden siempre estarán presentes.

Aunque el proscrito profesor sabe que “Los padres y los hijos no están hechos para vivir juntos”, decide pasar una temporada junto a su hija y redescubre otras formas de la sexualidad, otras violencias, otros dramas, otras angustias existenciales y, por ende, otra pulsión vital de natura. Así entendemos, a través de esa nueva tensión, que la vida tiene miles de rostros y que, en cada intersección de los caminos de los años, un nuevo asalto a los sentidos nos puede acechar. El protagonista en medio de esa nueva forma de modus vivendi descubre que “Yo más bien era lo que antes se llamaba un erudito. Escribía libros sobre personas que ya han muerto”. ¿Existe acaso una forma más inocua y prepotente de gastar nuestros días que en esas labores? Quizás al dejar de habitar la realidad, el intelectual no tiene otra opción más allá que de la de hablar con los muertos y de los muertos. 

Allá en esa aldea el viejo profesor debe reconstruir sus principios, no sin antes atravesar el duro desierto del cambio. ¿Para qué un viejo debe replantearse cosas?  Ya no hay tiempo, los designios de la vida han demarcado un derrotero, para qué virar. Pero todo cambia inevitablemente, las sociedades, los modelos de vida, los gobiernos, todo, aunque: “Cuanto más cambian las cosas, más idénticas permanecen. La historia se repite, aunque con modestia. Tal vez la historia haya aprendido una lección”. Esa es la ironía, todo cambiará en la vida del exprofesor David, pero él seguirá atrapado en un espiral en donde sus creencias y el pasado actúan como bloqueo constante.

La novela “Desgracia” es un excelente retrato de ese mundo en permanente combustión, nos permite una reflexión profunda acerca de los eventos que transforman la ruta de nuestra vida y, sobre todo, como el arte, nos conduce a redescubrir el placer de intentar llenar nuestros espacios vacíos, que siempre tendrán un lugar dispuesto para esa degustación. Buscando información para esta nota descubrí que existe una versión fílmica de la novela, dirigida por Steve Jacobs y quien da vida al profesor Lurie es, nada más y nada menos, que John Malkovich. Espero tener el placer de ver esa adaptación y ensanchar un poco más el placer del buen arte.



[1] Todas las citas en: Coetzee, J. M. (2021). Desgracia. Penguin Random House Grupo Editorial. Octava reimpresión. Traducción de Miguel Martínez-Lage.

junio 25, 2023

CICLISMO Y FILOSOFÍA: PENSANDO Y SUDANDO

 

Guillaume Martin ciclista profesional y autor del libro.

Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima

 

Los libros sobre ciclismo profesional tienden a tener una gran franja para exaltar, en su gran mayoría, a protagonistas mundiales y nacionales quienes han construido la leyenda de este mítico deporte. Otros se dedican a mostrar elementos técnicos y metodologías de entrenamiento, aspectos claves para el buen desempleo en la bicicleta que son procesos fundamentales del deporte del siglo XXI, época de grandes saltos tecnológicos y novedosos métodos de entrenamiento.

No obstante, en el libro que hablaré a continuación se aborda la relación entre ciclismo y filosofía, algo que no había encontrado en textos precedentes. Se trata de “Sócrates en bicicleta. El Tour de Francia de los filósofos”, del francés Guillaume Martín. El autor, siendo ciclista profesional de alto rendimiento y además Máster en Filosofía, nos ofrece una obra única en donde combina elementos propios de sus experiencias en esos “dos mundos” que parecieran opuestos, pero, que él se empeña en demostrar que guardan una estrecha relación. En mi concepto lo logra con gran pericia narrativa.

Con base en anécdotas, experiencias y apostándole a una trama de narrativa ficcional bien hilada, Guillaume Martin nos lleva pedalazo a pedalazo por los recovecos, descensos y pendientes del mundo del ciclismo y el pensamiento. Sus rutinas ciclísticas quedan plasmadas en una especie de bitácora del corredor del pelotón moderno. Las reflexiones que hace sobre deporte en general enriquecen la mirada del lector experto y el aficionado que se atrevan a sus páginas. Su fino humor ayuda a tejer una trama en la cual filósofos se preparan y disputan la mayor carrera de ciclismo del mundo “El Tour de Francia”. ¿Por qué este giro que propone el autor?, pues el mismo lo dice: “La filosofía, a pesar de sus aires austeros, es también una forma de juego. Lo mismo que este libro[1]. Escribir como lúdica, montar bicicleta como activador de pensamiento, me gusta mucho esa idea.

Los ciclósofos, como denomina a esta nueva especie de seres dedicados a pensar las cosas y los fenómenos de la existencia y, al mismo tiempo, pedalear por grandes avenidas, caminos escarpados o llenos de adoquines, son capaces de entender que el esfuerzo físico y las ideas no riñen, como erróneamente creía Platón. Madrugan a entrenar, luchan contra las adversidades climáticas y compiten sin abandonar sus reflexiones fundamentales. Por eso en el pelotón de ciclósofos podemos encontrar al rebelde de Nietzsche atacando desaforadamente, a Marx tratando de organizar los competidores para transformar el sistema ciclístico, a Freud disertando sobre el placer de montar en bicicleta o a Sartre luchando contra la realidad y el pesimismo de la profesión. Todos suman esfuerzo físico e intelectual, todos demuestran que no hay distancia entre pedalear y pensar.

En definitiva, el autor logra su propósito, hilar dos mundos de la vida distantes pero cuya relación simbiótica nos permite descubrir cómo todo lo existente en el mundo posee relaciones intrínsecas. Estas disertaciones permiten valorar con mayor ahínco los deportistas y romper algunos mitos modernos que han convertido los atletas en meros elementos de espectáculo y consumo, para regresarnos a esa concepción helénica de los atletas como sujetos vitales para la construcción de mundo ideal, porque: “Aunque pueda parecer algo totalmente primitivo, el entrenamiento atlético está, de hecho, movido por una auténtica sabiduría

Pero como G. Martin es un estudioso de la filosofía, nos propone una tesis que ayuda a recuperar, o mejor diríamos liberar, al deporte moderno del puro mecanismo de consumo en lo que lo ha convertido en modelo de vida actual, por eso nos invita a reflexionar: “Cosificado demasiado a menudo, el deportista merece recuperar un estatus más honorable, el de un actor del deporte, el de un artista del cuerpo”. La propuesta que estructura el libro sigue esta lógica.

Es así que, más allá de la rutina, del entrenamiento, del coraje necesario para vencer las adversidades de la vida y de la competencia, el ciclista se torna en un sujeto cuya acción no está condicionada por el triunfo o la mera banalidad de ser tratado como estrella del deporte. La apuesta del autor va más lejos, es la de hacer entender que: “El deporte se transforma, entonces, en arte. La actividad física, deviene actuación estética

En ese sentido, la lectura se torna amena e ilustrativa, sirve como lección de filosofía para repasar algunos de los más importantes postulados filosóficos desde la antigua Grecia (filosofía clásica), hasta el siglo XX (Filosofía moderna). Estos postulados siempre son articulados al mundo del ciclismo o el deporte en general. Si hay algo que reprocharle a G. Martín es no incluir mujeres pensadoras como Hipatía de Alejandría, Rosa de Luxemburgo, Simone de Beauvoir, Hannah Arendt o Judith Butler, entre tantas más, hubiesen alimentado esa caravana del reflexionar y pedalear. Igualmente, en el libro no aparecen referencias de pensadores de América, al parecer en el canon formativo del autor no se incluye este amplio panorama, nada de extraño en las universidades europeas.  

Para finalizar, es importante recordar que el texto fue publicado inicialmente en su idioma original (francés) en el año 2020. Un año después la editorial Libros de Ruta Ediciones, lo traduce al castellano. Como lo indica el autor en el epílogo: “Escribir un libro sobre ciclistas con una dimensión filosófica buscaba mostrar que nada es definitivo, que debemos dar un paso atrás de la tentación natural de eternizar nuestro estado inmediato. La bicicleta es un ciclo. Una temporada pasa. Y la vida es un eterno…retorno”, por lo cual y apelando a esa invitación, también invito dejarse imbuir en este libro que no sólo divierte, sino que también ayuda a pensar.



[1] Todas las citas de: MARTIN, Guillaume. (2021). Sócrates en bicicleta. El Tour de Francia de los filósofos. Libros de Ruta Ediciones. Barcelona (España).

junio 10, 2023

GATOS ILUSTRES

 

Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima

 

El gato es el esquema y modelo de la sutileza del aire.

(Doris Lessing)

 

Doris Lessing obtuvo el Premio Nobel de Literatura en el año 2007. Británica de nacionalidad, nació en Irán y se formó en Sudáfrica y parte de su ida la pasó recorriendo diversas geografías, lo que quizás la dotó de una visión aguda de la realidad, lo cual se vería luego reflejado en sus obras narrativas. Autora de libro emblemáticos como “El cuaderno dorado”, “El quinto hijo”, “Diario de una buena vecina” y “De nuevo el amor”, su obra alcanzó gran resonancia internacional y, su prosa sincera y pasional, la convirtieron en un icono de la literatura femenina del siglo XX, hasta su muerte en el año 2013.

Entre su amplia obra literaria, y casi relegado a un valor secundario, encontré un libro, cuya primera edición en inglés llevó el nombre de “Particularly cats” (1967) y cuya versión en español se titula “Gatos ilustres” publicado por Lumen (2019) y cuya versión viene ilustrada mágicamente por la barcelonesa Joana Santamans. El libro como artefacto físico, de entrada, se puede valorar como una obra de arte. Elaborado en pasta dura y con la imagen imponente de un gato que cubre toda la portada, atrae la mirada y activa el deseo de verlo en la biblioteca; lo adquirí, pero luego lo terminé obsequiando. En estos días el libro volvió a mí y de ese nuevo encuentro surgen estas líneas.

Indudablemente los trazos de la diseñadora Santamans, quien recrea muchos mininos en distintas facetas, convierte la lectura de “Gatos ilustres” en una acción interactiva. Como en la narración, los gatos se sumergen en las páginas, van y vienen, se regodean y pasan silenciosos y altivos, ronronean al lector y hasta lo contagian de esa modorra gatuna tan necesaria para soportar el siglo XXI. La historia es muy sencilla y de carácter autobiográfico, Lessing da cuenta de su relación con los gatos desde su lejana niñez en Zimbawe hasta su vida adulta en los suburbios de Inglaterra, y a través de esas múltiples anécdotas entremezcla visiones existenciales, articulando el comportamiento y naturaleza de los gatos como pretexto para entregarnos bellas pinceladas del mundo animal doméstico, su cotidianidad y la crueldad que la vida misma conlleva.

“¿Qué puede ser más grácil, más delicado que un gato?”, pregunta la autora y en cada página va resolviendo la pregunta, por medio de descripciones amplias de la vida de sus diversas mascotas que la fueron acompañándola desde su niñez hasta la adultez. Ella los ha visto nacer por montones, allá en la lejana aldea de su infancia en donde los gatos eran casi una plaga que vivía entre el salvajismo, la necesidad y el cariño de algunos “amos” que luchaban por hacerlos sufrir lo menos posible. Por eso es testiga también de su muerte: “Se arrastran a un lugar fresco, por el calor de la sangre, se agazapan y esperan la muerte”.

Y en ese periplo de vidas gatunas, hay una tensión entre las leyes del mundo animal y las formas civilizatorias de la sociedad. ¿Qué hacer con tantos gatos que se reproducen de manera algorítmica? Era inevitable, en aquellos tiempos de menor sensibilidad, que los críos no podían ostentar el derecho a vivir, eran muchos, manadas de gatitos imposibles de sostener. Este es el tono en que un bello pasaje del libro muestra esa cruel realidad:

“Fue horrible. Después dos de nosotras salimos con linternas a la oscuridad y en el campo largo cavamos un hoyo bajo la lluvia tenaz y enterramos a los cuatro gatitos, entre improperios y maldiciones dirigidas a la naturaleza, a nosotras, a la vida; luego regresamos a la tranquila habitación alargada de la granja, donde el fuego ardía y la gata negra descansaba sobre una manta limpia, una gata bonita y orgullosa con dos gatitos… la civilización había vuelto a triunfar.”

 Y así, la autora, saltando de gato en gato, nos va contando las claves de la vida de una mujer y su relación con el mundo de esos pequeños seres cuya perfección parece reñir con los entornos que habitan, pero que al mismo tiempo nos recuerda la clave agnóstica de la vida, la de ellos y la nuestra, ambos aparentados en ese gran conjunto universal que es el reino animal.

En “Gatos ilustres” no encontraremos una apología al gato, sus bondades, sus quietudes y sus provisiones de extraños afectos que tejen con sus cuidadores. Es clave entender que la narración se erige en otro tiempo, antes de que el deseo gatuno invadiera el mundo y creara una cultura en donde ellos parecen habitar el antiguo Egipto. Siendo una narración descarnada y real, no está ajena a momentos poéticos, para recordamos que “La lumbre del hogar y el gato son inseparables”. Sólo espero que, si el libro llega a ronronear cerca de ustedes, se den al placer de retozar con él.

mayo 24, 2023

Ciclismo colombiano, memoria y realidad

 

Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima

 

En Colombia es ciclismo es mucho más que un deporte, es un entramado cultura con un profundo arraigo en su idiosincrasia, ya había escrito sobre eso por allá en el 2016, cuando reseñé el libro Reyes de las montañas. De cómo los héroes del ciclismo colombiano incidieron en la historiadel país, del periodista británico Matt Rendell. Muchos pedalazos se han dado desde entonces, incluso Colombia logró por vez primera tener un ganador del mayor evento mundial de ciclismo, el Tour de Francia, y lo hizo en las piernas de Egan Bernal.

Precisamente, es Egan Bernal quien de entrada motiva la escritura de Guy Roger, periodista francés, quien en el año 2020 publica el libro titulado Bernal, et files de la cordillére y que es traducido al español (2021) con el nombre de Egan Bernal y los hijos de la cordillera. Viaje al país de los escarabajos. ¿Qué nuevo aporta Guy a la leyenda del ciclismo colombiano?

De entrada, Guy Roger actualiza el panorama, ya que el año 2019, un nuevo corredor apodado “el joven maravilla” oriundo de Zipaquirá, ganaba por primera vez el Tour de Francia, cerrando así un ciclo histórico que empezó con las primeras exploraciones de “Cochise” Rodríguez al viejo continente. Lucho Herrera y Nairo Quintana ya habían logrado vencer en las otras dos grandes vueltas (Italia y España), pero el Tour seguía siendo esquivo con apenas podios de Parra, Mejía, Nairo y Urán.

El triunfo de Egan y su imagen en los Campos Elíseos inauguraba, para Colombia y Latinoamérica, una nueva ruta de triunfos, le había sido permitido, a esta raza de escarabajos, pararse en el Olimpo de los dioses del pedal. Por eso el libro inicia rastreando la corta vida de ese joven genio, quien igual que miles de ciclistas, vivió una infancia de apuros y una adolescencia de tenacidad para llegar a cumplir sus sueños de deportista.

Colombia no ha logrado construir un entramado deportivo que soporte la variedad de talentos en los diversos deportes, y aún menos en el ciclismo, cuyo apogeo de los años 80 quedó como hito en la historia, sin que hasta el momento se haya logrado dibujar un panorama similar. Aun así, los corredores siguen emergiendo en los pueblos, en las faldas de las cordilleras, en las carreteras empolvadas, allá donde el olvido estatal ha puesto sus huevos.

Después de recrearnos la saga de Bernal, Guy continúa con una serie de relatos en donde tienen invitación grandes leyendas que estarán en nuestra memoria por sus hazañas: Lucho Herrera, Cochise, Fabio Parra, Álvaro Mejía, Botero y muchos más que transitaron entre los años de la gran bonanza ciclística y la sequía de los noventa e inicio del siglo XXI.

Con reseñas, anécdotas, entrevistas, fragmentos de prensa y recuerdos, el periodista francés construye un itinerario ameno que aporta a la construcción de esa memoria necesaria de un deporte en el cual se cruza el país con sus sueños, deseos y miseria, empezando por allá en los años cincuenta y sus protagonistas, todos ellos héroes del panorama local.

Así mismo, el autor se pregunta por el futuro del ciclismo y nos hace un breve panorama de los nuevos talentos que hoy recorren el mundo, en especial Europa, llevando la insignia histórica del país de los escarabajos. Hace poco Rigoberto Urán, con ese lenguaje desparpajado que lo caracteriza, dijo: “¿Cuál es la realidad? Que no tenemos ningún ciclista bueno en Colombia, no hay nada”, refiriéndose a la falta de procesos en escuelas de ciclismo, en apoyo de patrocinadores y en la ausencia de un calendario de carreras a la altura del mundo moderno.

Razón no le falta al de Urrao para su pesimismo, porque en esta década estamos contemplando el advenimiento de una camada de corredores europeos fuera de serie (Pogacar, Remco, Vingegaard, Van Der Poel, Van Aert o Ayuso, entre muchos más), mientras en Colombia Nairo sigue sin equipo, Superman López corriendo en Latinoamérica y Egan Bernal en recuperación.

Aún así, en medio de ese álgido paraje, sabemos que ciclistas seguirán apareciendo y continuarán construyendo esa memoria de hazañas, triunfos y derrotas que ayudan mantener ese talante de coraje tan propio de nuestros pedalistas, pero cada vez la tarea es más ardua para las nuevas generaciones. Mientras los niños de otras latitudes empiezan sus ciclos formativos con altos desarrollos tecnológicos y guianza especializada, en nuestro medio seguimos apostándole a los talentos de manera muy artesanal.  

Muchos pedalazos se han dado desde la aparición del libro Egan Bernal y los hijos de la cordillera. Viaje al país de los escarabajos; pero en sus páginas poseemos un buen repositorio de viejas historias que siguen alentando el ciclismo colombiano, ese escenario épico que nos pone a vibrar cada vez que un nuevo escarabajo se tremola sobre el sillín, mientras los narradores agotan la saliva en elogios. Luego la trasmisión termina y volvemos a la realidad.

mayo 13, 2023

Donde se reseñan algunos sucesos descritos en Barrio Bomba, la saga novelada de Triple J, y al final exclamo: “Si quiere saber más, vaya y póngase a leer”

 


Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima

 

A mí me da por pensar[1] que ciertos libros son como gritos colectivos que alguien se atrevió a escribir, pero que muchas manos debieron intervenir en sus historias; libros para recordar que el mundo antes era distinto, quizás más libre o más loco o menos lleno de formalidades de esas que se acumulan y no dejan respirar. Eso es lo que hace Triple J (John Jairo Junieles), un sucreño que creció en Cartagena y ahora, siguiendo ese estigma de los costeños desubicados, le dio por vivir en Bogotá, esa enorme caldera mitad paraíso, mitad infierno, mitad limbo.

El susodicho texto lleva por nombre “Barrio Bomba”, un extendido charrasquillo que publica Taller de Edición ROCCA novela, y cuyos veintidós apartados no dan abasto para contener tantas historias porque en Barrio Bomba lo extraordinario era pan de todos los días. Y debido a eso, muchas de esas hazañas quedan inconclusas, ramificadas en la memoria del lector y quizás esperando que Triple J tenga tiempo para seguirlas recuperando del crisol del olvido, pero esa es otra historia.

Así que señoras y señores, generación retro y millennials, desempleados e infelices, los voy a tratar de introducir (en el sentido pedagógico de la expresión), a la lectura de Barrio Bomba, un libro que no pude leer despacio, pareciera que los múltiples hechizos de sus páginas o el olor constante a ron de corozo, me impidieron la lectura reposada. Repleta de refranes, dichos y expresiones populares, la novela requiere de un lector des-academizado, mejor dicho, despojado de la pedantería del lenguaje de la crítica y que no haya sido aún encadenado a la corrección política, que por estos días funge como la nueva inquisición, pero esa es otra historia.

Empiezo por recordar que hubo una vez un tiempo en el que el mundo era pequeño y había gente que nacía y se moría sin salir nunca del barrio, y entonces se vivía entre mitos, asombros, descubrimientos y carcajadas. Nada estaba terminado, todo estaba en construcción, en cada esquina germinaba un nuevo suceso y lo mágico era posible, aún sin los aromas paliativos del cannabis. Entonces se trata de recuperar ese mundo, aunque recordar es como intentar ver a través del culo de una botella; pero toca reconstruir la versión de los hechos, la historia de antes, porque hay que vivir para contarla, mejor dicho, como dice Adán Bonanza: contar el mundo ayuda a entenderlo.

Y volviendo a los Bonanza, son ellos los protagonistas de una saga familiar quienes un día llegan a un lugar olvidado de Dios a fundar lo que más tarde sería conocido como Barrio Bomba, un lugar de intersecciones culturales (me niego a citar a Canclini), en donde trascurren otros cien años, pero no de soledades, sino de fiestas, infidelidades, inventos, descubrimientos y luchas por encontrar un lugar en el mundo, porque en el barrio la vida no descansaba y la muerte menos.

La verdad si me dedicara a contarles todo lo que encontré en Barrio Bomba terminaría formando una secta cuyo símbolo sería una serpiente de dos cabezas, como la del Tío Caribú, uno de esos pintorescos personajes que habitan esas páginas; y como no es mi intención quedarme con sus monedas, mejor los voy provocando, aunque: ¿Para qué esforzarme en que me crean sí de todas formas pensarán que todo es mentira? Lo cierto es que en esos lares uno podría “toparse sumercé” con extraterrestres, vampiros, politiqueros (esos otros chupasangres, tan comunes en los barrios populares), sicarios, artistas, futuros actores porno, divas desencantadas y abuelas fumando sus tabacos y presagiando el futuro con una certeza que ni Nostradamus.

Y la vida se iba reconstruyendo a la medida del sonsonete de los prostíbulos y los deseos más sublimes, sin descuidarse mijo porque “papaya servida, papaya partida”. Allí la gente aprende a caminar sobre las cenizas que dejan los incendios, como en esos otros territorios novelados de Caicedo en ¡Que viva la música!, o los de Chaparro Madiedo en Opio en las nubes. Para qué les digo que no, si sí, encontré una conexión con esas otras locuras narrativas de la tradición colombiana. De no ser así, cúlpenme a mí, no al escritor.

Barrio Bomba es la recuperación de ese pasado que ya nos es imposible atrapar, a no ser bajo el influjo de la memoria y la escritura. A eso juega Triple J y es muy consciente de su ejercicio porque la memoria es un álbum de fotos invisibles. Como en la vida real, al final los barrios son devorados por la ciudad allá donde la gente estaba limpia y sin mancha, dejando una estela enorme de nostalgia que siempre nos convoca a volver; pero no les voy a contar todo porque faltarían páginas y ¡ni yo soy tan chismoso!

Hay quienes dicen que, en la pasada Feria Internacional del Libro en la caótica nevera capitalina, encontraron a Triple J en uno de esos estands independientes (en donde se esconde la buena literatura emergente). Estaba feliz hablando de su Barrio Bomba, y escucharon que dijo algo así como que alguien había dicho o que alguien había escuchado a alguien decir, que esta novela era la segunda parte de Cien años de soledad, pero escrita por un marihuanero. A decir verdad, se escuchan rumores de Macondo en esas calles de Barrio Bomba, empolvadas en verano y cenagosas en invierno; también hallé en esas páginas cierto olor a maracachafa, no más tengan en cuenta que los de hoy son otros tiempos y otros lenguajes, de los cuales, si quiere saber más, vaya y póngase a leer.

Ibagué, mayo 13 de 2023.



[1] Las frases en negrilla y cursiva en este texto corresponden a expresiones literales extraídas de la novela. Referencia: John Jairo Junieles. (2023). Barrio Bomba. Taller de Edición ROCCA Novela. Bogotá, Colombia.

mayo 11, 2023

La riqueza obscena en la novela “La sombra del billete”

 


Por: Carlos Arturo Gamboa Bobadilla

Docente Universidad del Tolima

 

Money, so they say

Is the root of all evil today.

(Pink Floyd)

 

Nietzsche reclamaba que habían transcurrido dos mil años y no hallaba ni un dios nuevo, pero quizás lo que nunca vio el filósofo de la sospecha, es que el dinero ya se había sentado en el trono de las decadentes deidades. La riqueza obscena se ha convertido en el sueño paradisiaco de millones y millones de seres que deambulan día a día, como zombis en busca del elixir.

El dinero te permite alcanzar los máximos ideales en el mundo de la mercancía, mundo en el cual la mayor mercancía es el mismo ser humano. Intercambiar símbolos de valor en el mercado cotidiano genera más placer en los seres humanos que cualquier otro tipo de transacción, sea esta social o afectiva.

Ingresar al mejor restaurante en donde el costo de un plato alcanzaría para alimentar una familia pobre durante un mes, viajar en un jet privado a cualquier parte del mundo o acceder a los privilegios que otorga una robusta cuenta en el mejor banco, son apenas muestras pequeñas del poder que se alcanza con el dinero. Amo y señor del mundo actual el dinero compra cosas, cuerpos, joyas, almas, sueños, deseos, miedos y todo aquello factible de ser objeto de transacción.

Lo anterior, se convierte en hilo conductor de la novela “La sombra del billete”, primera apuesta narrativa ficcional de Leyson Jimmy Lugo Perea, docente e investigador de la Universidad del Tolima. Heredera de la novela negra, “La sombra del billete” logra cautivar con una trama clásica que coloca a sus protagonistas como anzuelos para que el lector vaya tras de ellos, husmeando en sus acciones y esperando el desenlace. Compuesta de tres capítulos y 53 fragmentos, se aferra a las escenas cortas, con conexiones cronológicas lineales en su gran mayoría, lo que hacen fácil su lectura y comprensión. El lenguaje usado es casi de guion, algo que se compagina a la trama. No es difícil imaginar la novela volcada al formato del cine o al de las nuevas series de plataformas que actualmente inundan el mercado audiovisual.

En esencia dos personajes, Isa y el Billete, constituyen un paralelo cuyo encuentro genera la disculpa de un narrador que parece saberlo todo y que, en ocasiones, se dirige al lector para aclararle sucesos que considera pertinentes para la comprensión de la trama. Como dije antes, “La sombra del billete” se emparenta con la novela negra, llena de sobresaltos, asesinatos, sospechosos y culpables por doquier. El Billete, un personaje más, se nos muestra inicialmente como un objeto que va tomando forma vital, hasta llegar incluso a superar los umbrales de lo creíble, pero aceptable cuando el lector entiende el trasfondo de la novela.

Isa, por su parte, es la mujer cuyo desborde de emociones, frustraciones y deseos se instala como hilo conductor para mostrarnos las bondades materiales de la ambición y los destrozos espirituales de la misma. Todo se puede obtener cuando el Billete está de por medio, incluso el poder parece un simple capricho subyugado a sus pies, pero ¿cuál es el precio de ello? Todo se puede perder también, porque como un juego de contrarios el consumo consume, la obtención despoja y la riqueza empobrece.

Sin ahondar en un reclamo moral o aferrarse a caprichos ideológicos (recurso que aparece bien dosificado), la novela deja una estela crítica para el lector, una interrogación de esa vida moderna, cuyo objeto central del deseo está guiado por la obtención. Prostituirse para obtener lo deseado parece ser la norma del mundo actual y ese reclamo flota a través de toda la novela.

Como el objetivo de este texto es extender una invitación a leer “La sombra del billete”, a dejarse contagiar por esa historia y sus trasfondos, debo callar, porque como lo dice el narrador: “El silencio es un guerrero invisible capaz de detener el mundo y mantenerlo en calma” (Lugo, 2022, p. 17).

febrero 27, 2023

¿Y dónde está el profesorado?

 


Por: Carlos Arturo Gamboa Bobadilla

Docente Universidad del Tolima

 

El profesorado es parte fundamental de la transformación de la cultural de un país, eso lo hemos dicho con mucho convencimiento en miles de escenarios. No creo que exista una universidad pública colombiana en donde no se haya escrito, en sus paredes, esta máxima de Paulo Freire: «La educación no cambia al mundo: cambia a las personas que van a cambiar el mundo» Quizás este sea el mayor consenso al que hemos llegado los maestros, sin importar la ideología en la que estemos inmersos.

Durante años los educadores, en su gran mayoría, hemos visto desde la barrera el actuar del gobierno de turno y en especial del Ministerio de Educación. Digo desde la barrera porque no hemos tenido, (aunque lo hemos querido) la oportunidad de intervenir de plano en el diseño de las políticas educativas de Colombia. Quizás nuestro mayor logro durante las tres últimas décadas consista en que nos hemos constituido en una oposición informada y, en contadas ocasiones, dispuesta al movimiento frente a las directrices, casi siempre fatales, de las políticas educativas en todos sus niveles.

Con la llegada de Gustavo Petro a la presidencia y con la inclusión de la agenda educativa con un llamado de prioridad, el sector educativo universitario parece tener, después de mucho tiempo, la posibilidad de concretar algunos de sus anhelos. La reforma a la Ley 30, un lema de muchas jornadas de protestas; la modificación de las reglas de transferencia, un elemento invaluable para avanzar a la equidad educativa; la implementación de un modelo que cobije con respeto, seriedad y dignidad las poblaciones marginales, en especial la rural, otro asunto aplazado; y, por supuesto, la dignificación de la labor docente, una arenga permanente de foros, marchas, congresos y cientos de eventos.

Los cuatro anteriores temas, y otros más, están en hoy la agenda del ministro Alejandro Gaviria y su equipo de trabajo, ya se han anunciado en varios espacios como ejes fundantes de la posible transformación educativa que Colombia requiere. No obstante, no encontramos en el sector educativo el animus necesario para erigirse protagonistas de este llamado. Al contrario, parece ser que la parsimonia es el derrotero.

Quizás por vivir tantos años perteneciendo al mundo de los silenciados, los profesores nos hemos acostumbrado a esperar pacientemente mientras “otros” construyen las políticas que rigen el día a día educativo. A lo mejor es la misma incredulidad en el proceso lo que tiene inactivos a los docentes, dictando clase, investigando y esperando que desde el Ministerio “todo se solucione”. Lo cierto es que el momento requiere otra dinámica, no se puede esperar un cambio con esa actitud pasiva que como gremio se está tomando.

Salvo contados eventos en algunas universidades públicas, el panorama se mueve entre apatía y desencanto, pasando por la incredulidad. Empero, hoy más que nunca la acción y la reflexión educativa, como lo reclamara Freire, deben ser parte de nuestra apuesta. Las reformas educativas necesitan de cuerpos y mentes que se dispongan a un constante debate para construir consensos y guiar las transformaciones.

De nada sirven las buenas intenciones gubernamentales sin la gran masa de docentes, en todos sus niveles, no despierta del letargo y asume el papel protagónico que el momento histórico demanda. El tiempo apremia, el periodo de gobierno exige prontitud y entereza en avanzar para conquistar territorios que durante décadas hemos reclamado. No olvidemos, como lo dijera Herbert Spencer, que: «El objeto de la educación es formar seres aptos para gobernarse a sí mismos, y no para ser gobernados por los demás».

Es hora de salir a escena: ¿Dónde estás profesorado?


febrero 02, 2023

LA RECTORA TRONCHATORO DEL HUILA

 


Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima

 

En el siglo de las redes sociales muchos se hacen virales por hacer o decir pendejadas, y una rectora de colegio no puede ser la excepción. Claro está que un colegio llamado Misael Pastrana Borrero puede genera ceguera constitucional y el fantasma de dicho señor, que se debe pasear por las azuladas aulas, perpetrará los murmullos de una sociedad pacata, goda, llena de prejuicios y presta a imponer las normas obsoletas de siglos pasados.

La rectora, cuyo nombre podría ser “Tronchatoro”, pero que fue bautizada como Olga Narváez, sin ningún asomo de habitar el siglo XXI y sin vestigios de conocer la Carta Constitucional de 1991, se atreve a predicar, como si fuese una guardiana del campo de concentración educativo, que:

“Queda totalmente prohibida la pérdida del año, el encuentro de amoríos, noviazgo […] traer cualquier tipo de (implemento) tecnológico, ningún celular. No se aceptan estudiantes con cachucha (gorras), con suéteres de todos los colores, con pelo largo ni de todos los colores, ni con piercings, ni con joyas finas”.

En otras palabras, ella quiere una escuela sin niñas y niños, sin jóvenes y jovencitas o la menos sin los del siglo XXI. Ella, al parecer desea ser una profesora del Monasterio de las Monjas de Torquemada. Nada de los postulados educativos le importa a Narváez, que por supuesto jamás tuvo que haber leído a Freire a quien quizás confunda con una marca de freidoras.

Mientras miles de escuelas en el país se rasgan los cabellos en agonía, tratando de motivar a los niños y jóvenes para que retornen a las escuelas y colegios, la rectora exclama sin rubor en su rechoncho rostro que:

“El estudiante que no acepte la institución, simplemente no le sirve, no matricule a su hijo si no quiso cortarse el pelo, la institución no le sirve.”

No faltaba más, iguazos, a estudiar en las instituciones de la ralea, que esto es para gente de bien. Como el señor John Poulos, bien peinados, bien vestidos, con la camisa por dentro, pelo corto y con los zapatos brillantes. Tocará proponer al Magisterio colombiano que cree el premio Olga Narváez para otorgar a las instituciones que ayuden a combatir con ahínco la deserción estudiantil.

Qué diría el poeta José Eustasio Rivera, nacido en San Mateo, en lo que hoy es el municipio de Rivera (Huila), en donde habita y gobierna esta reencarnación de la Santa Inquisición. Quizás se podría parar en mitad del patio del vetusto colegio y mirando a las señoras que aplauden los dislates de Narváez, volver a exclamar aquel bello poema:

Loco gasté mi juventud lozana

En subir a la cumbre prometida

Y hoy que llego diviso la salida

Del sol, en otra cumbre más lejana.

Aquí donde la gloria se engalana

Hallo sólo una bruma desteñida;

Y me siento a llorar porque mi vida

Ni del pasado fue… ni del mañana.

Luego, de nuevo, huiría morir en Nueva York.

enero 27, 2023

La Universidad Pública colombiana a seis meses del cambio anunciado

 


Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima

No se puede pretender que los problemas de muchas décadas se resuelvan en seis meses, es ingenuo creerlo y bastante obtuso exigirlo. No obstante, como dice la sabiduría popular, en el desayuno se sabe cómo va a ser el almuerzo. Así que, pasados seis meses del nuevo Ministerio de Educación, ya podemos ir atreviendo algunas ideas de lo que puede llegar y no llegar a suceder con el sistema educativo del país.

Varias intervenciones del ministro Alejandro Gaviria han marcado el discurso hacia necesidades urgentes de cambios estructurales: modificar la ley de transferencias para las universidades públicas, rediseño del sistema burocrático de aseguramiento de la calidad, reforma a la Ley 30, implementación de un sistema educativo que atienda lo rural, modelo operacional que garantice una educación de excelencia y equidad, entre otros aspectos, parecen ir en el rumbo deseando y necesario.

Por su parte, la creación de nuevas universidades, -la del Tarra es la primera de las 34 enunciadas-, parece contradecir otros postulados, sobre todo los del Ministerio de Hacienda y su agónica consecución de recursos frescos. ¿Es acertado crear nuevas universidades cuando se pueden invertir esos recursos en fortalecer las existentes y garantizar la cobertura de los nuevos 500 mil cupos que se plantean como meta? He ahí un gran debate.

El país necesita ampliar la cobertura de educación superior, pero no en las grandes ciudades y las intermedias, sino especialmente en los márgenes. Miles de kilómetros cuadrados de territorio no ha tenido acceso a educación y ahí está la necesidad inmediata. Pero no se trata solamente de llevar programas de formación, sino que los mismos sean pertinentes y estén articulados a las vocaciones productivas de las regiones para evitar la migración de profesionales. Así mismo, los programas deben enfocarse en atender una propuesta de formación para el siglo XXI, con un alto contenido humanista y con el objetivo de que esos nuevos sujetos formados impacten de manera positiva en los campos culturales, económicos y sociales a lo largo y ancho del país.

Del mismo modo, el campo de los posgrados debe regularse en cuanto a enfoques y costos, no se puede seguir manteniendo un sistema ad hoc que se convirtió, por ausencia de recursos, en la vía de consecución de ingresos monetarios para las universidades públicas. La formación posgradual es clave para el afianciamiento de una cultura investigativa, camino viable para coadyuvar a la búsqueda de soluciones a los múltiples problemas de una nación. Actualmente muy pocos posgrados cumplen esa función, los impactos reales de la investigación en la solución de problemas concretos del país están en deuda.

Otro aspecto vital es la reformulación de la gobernanza de las universidades, buscando un equilibrio que le permita a las mismas hacer uso real de su autonomía, pero dentro de un marco Constitucional claro que regule las arbitrariedades históricas de los grupos de poderes locales que han llenado la historia universitaria de Colombia de casos lamentables de corrupción. Es urgente que las universidades de corte regional dejen de ser fortines de gobernadores de turno y que los representantes en los senos de los Consejos Superiores actúen ligados de las necesidades reales y concretas de las comunidades, no sometidos a los vaivenes de las casas políticas de turno. De no actuar en ese campo, las reformas que se planteen y las políticas bienpensadas no surtirán efecto en el mundo universitario, ya que los intereses particulares seguirán primando sobre las necesidades colectivas para lo cual tienen sentido lo público.

Por lo observado hasta ahora, no se encuentran indicios de intervención directa en estas reformas estructurales. Si el Ministerio de Educación empieza a congraciarse con los gamonales de las regiones y no hay una línea política clara que acelere las transformaciones, terminaremos matando la ilusión del cambio.

Las universidades requieren soportes financieros, pero necesita, a la par, repensar su razón de ser en el marco del proyecto de un nuevo país. La universidad actual es paquidérmica, anquilosada en viejas estructuras burocráticas en donde los pactos silenciosos dan cabida a la petrificación de las acciones que le competen. La universidad tiene como obligación pensarse a sí misma y ayudar a pensar el país, poner a la disposición de la sociedad el gran cúmulo de saberes y conocimientos que ostente, para ello debe abandonar su carácter prepotente y volcarse a la realidad, de lo contrario seguiremos asistiendo a su lenta desaparición.

No todo es tarea del ministro y el ministerio, pero las acciones y los ejemplos que desde allí se articulen podrán marcar el derrotero, y aunque el balance discursivo de estos seis meses es positivo, serán las acciones concretas las que allanen el camino que debemos recorrer.