abril 07, 2025

LAS PARADOJAS DE LA PERFECCIÓN

 


                                                                                         

 

Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Docente Universidad del Tolima

En el fangoso trascurrir del día a día del siglo XXI, olvidamos con frecuencia lo que contiene la definición de "ser humano", en cuyo centro se encuentra la palabra "contradicción". Lejos de las ficciones propias de las mitologías religiosas, el ser humano está hecho de contradicciones; nada más banal que la pretendida perfección en un mundo agónico en continua transformación, o más bien debemos decir, degradación.

El siglo XXI nos ha inundado de mensajes que parecen ir en contravía de nuestra historia y destino como humanos. Mientras el planeta colapsa, en gran medida por nuestra culpa, seguimos en la búsqueda de un mundo ideal, gobernado por un ser perfecto, espécimen que no existe ni ha existido. Esta paradoja nos hace infelices, porque no hay nada más alejado de la felicidad que tener que aceptar la imperfección humana en un planeta plagado de supervalores de idealización.

Para ser feliz hoy (o al menos aparentarlo), hay que tener el cuerpo perfecto vestido con la ropa perfecta comprada con el salario perfecto del trabajador perfecto. El lenguaje perfecto debe dar cuenta de un ser con valores éticos y morales perfectos que no ofendan la pretendida perfección de la opinión de miles de seres perfectos que expresan opiniones perfectas en medio de miles de redes comunicacionales interconectadas que dan cuenta de todo lo contrario: la imperfección es connatural a la esencia humana.

Y al estar atrapados en la ansiedad colectiva de la perfección y sabiendo que la realidad se mueve sobre una enorme superficie de imperfección, experimentamos el vacío de esa idealización imposible. Las relaciones, de todo tipo, fracasan cuando no se logra entender que estamos construidos de contradicciones. 

Así que el médico se equivocará en el diagnóstico, el futbolista errará el penal en el momento trascendental, el político prometerá más de lo que hará, el líder espiritual de la comunidad cometerá acciones indebidas, el profesor no tendrá la respuesta adecuada… Todos, absolutamente todos, haremos acciones “no correctas” en cualquier instante de nuestra cotidianidad, sólo que es lo primero que olvidamos cuando dicha acción es ejecutada por el "otro". Entonces, como jueces dotados de las leyes inalterables de la perfección, desplegaremos un arsenal de juicios ético-morales contra ese infractor que ha osado vulnerar la perfección. Nuestro dictamen es letal; como Torquemadas de la era digital, nadie estará exento de ser calcinado por el fuego de nuestras opiniones.

En ese sentido, existe una enorme contradicción cultural en el mundo actual: somos una masa imperfecta que busca desesperadamente seres perfectos que guíen nuestro destino. Los “otros”, para poder ganar nuestra confianza, se rotulan como seres perfectos porque nadie los aceptaría si fueran capaces de aceptar lo contrario, es decir, lo real. Ellos se autoengañan para engañarnos y construir la red universal de la mayor falsedad que ha existido.

Juzgar al "otro" con el estándar de la imposible perfección refleja, entonces, una enorme ignorancia por lo que somos como seres humanos y una falta absoluta de autoconocimiento. Así que cuando vayamos a juzgar al "otro", debemos observarnos un instante en el espejo de nuestro interior y recordar aquella conclusión del psicoanalista Erik Erikson cuando afirmó que: "Cuanto más te conoces a ti mismo, más paciencia tienes por lo que ves en los demás".

Piensa un momento en lo siguiente: si todo lo que has sido y eres fuera expuesto en la pantalla de la existencia de los valores perfectos, ¿qué dirían de ti? ¿saldrías ileso? De seguro ninguno lo haría; por lo tanto, resulta una paradoja vivencial andar por todos lados, sobre todo en las redes sociales, rasgándonos las vestiduras ante la imperfección de los demás.

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