Para William Ospina y
Harold Alvarado Tenorio
Años después,
frente al pelotón de fusilamiento, dos poetas habrían de recordar que alguna
vez Borges dijo que todos los hombres eran uno solo, y que, ese hombre llamado
Borges, dijo alguna vez sin ruborizarse:
«El general Pinochet me pareció
un hombre muy grato. Es un hombre admirable que ha salvado a su patria. Estoy
orgulloso de haberle estrechado la mano a ese prócer de América. La democracia
es sólo superstición. Franco fue un beneficio para su pueblo»
Latinoamérica
era entonces una aldea de casitas de barro y cañabrava, y los dictadores llegaban
al poder con las armas. Pero en el otro tiempo, en la época de los
fusilamientos futuros, los dictadores usaban las urnas y ellas se llenaban de
votos sangrientos gracias a cierta peste del insomnio que se había esparcido
como fuego por la llanura, devorando incluso la franja amarilla de las
esperanzas.
-
¡Qué irónica es la historia!, -dijeron al unísono
los poetas- terminar en el mismo paredón. Mejor labor hubiésemos hecho escribiendo o traduciendo bellos versos para Aquitrave.
Qué iban a
sospechar siquiera los dos insignes poetas que, como creían los hechiceros, las
lecturas trasmiten ideologías, y sus espíritus terminarían siendo sometidos por el síndrome de Borges.