Por: Carlos Arturo Gamboa Bobadilla[1]
Ese tejido de montañas y selvas, de flores y pájaros que
Humboldt mostraba, era una prueba que la naturaleza tenía cosas nuevas que
decir a los humanos, de que la vieja Europa perdida en sus laberintos de sangre
y de fuego podían encontrar rostros distintos con quienes dialogar, mentes
distintas con las cuales examinar la historia.
William Ospina
William Ospina se ha convertido en uno de los autores colombianos, del siglo XXI, más exitosos. Sus libros abarcan una serie de cuestiones que pasan por la reflexión profunda de este tiempo convulsionado, su mirada retrospectiva que incluye el bucle de la historia del continente americano y un repaso a la realidad de colombiana, sus causas y consecuencias. Su más reciente libro titulado “Pondré mi oído en la piedra hasta que hable”, publicado por Penguin Random House Grupo Editorial, será el objeto de las siguientes líneas.
Lo primero por decir
es que me sorprendió la variedad lingüística del libro, esa capacidad para ir a
la época del relato y describir con nombres propios los utensilios, labores,
modismos y entornos allí narrados. Lo primero que un lector puede intuir es un
enorme trabajo archivístico detrás de ese resultado. Al basarse en la vida de
Alexander von Humboldt (1769-1859), debe retrotraer su relato y jugarse a la
construcción de una narrativa en contexto, de lo contrario se haría poco
verosímil, contradiciendo una de las leyes intrínsecas de la literatura de
ficción. Se puede inventar lo que se desee, pero el relato debe ser creíble y,
para ello, el lenguaje debe ser soporte de la acción.
De seguro haber leído
los diarios de Humboldt, sus libros y muchos relatos de la época, -los cuales
han estructurado otras de sus apuestas narrativas-, ha ido convirtiendo a
Ospina en un experto en los usos lingüísticos de aquellos tiempos, cuestión que
en este caso pone en juego con total apropiación. Esto apunta a favor del
libro, más aún en este momento de la historia narrativa llamada postmoderna, en
la cual la fugacidad se ha entronizado en la realidad y el lenguaje con que se
narra este tiempo tiende a ser ligero, carente de esfuerzos y dado a enumerar
lo apenas visible.
Ahora bien, “Pondré
mi oído en la piedra hasta que hable”, no es un libro clasificable dentro
de los géneros canónicos de la literatura, se escapa a los ornamentos de la
forma, eso es agradable para el lector. Aunque en su contra carátula se anuncie
como una novela, lo cierto es que su estructura es maleable, vas desde la prosa
poética a la novela histórica; pasa por la crónica y se bifurca en la ficción;
es relato de viajes y testimonio. Su riqueza y variedad, que ponen en función
de la construcción de la visión de mundo de una época, de una ideología y de un
personaje, se compagina con esa apuesta “desgenerada”[2].
Incluso logra emerger la sensación de estar frente a un documento histórico
verídico, -si eso es posible de escribirse-, llevando al lector acucioso a
verificar las fuentes que soportan el relato. Y es ahí en donde toca aclarar
que evidentemente echa mano de los diarios de Humboldt, de Carlos Montúfar, de
crónicas de aquellos tiempos y de relatos históricos, pero permitiéndose las
licencias propias de quien asume la narrativa desde un juego que busca recrear
el pasado, sin limitarlo al pasado.
A la par de la
narración del viaje demencial y maravilloso que emprende Alexander von Humboldt
en busca de las aventuras que sacien su deseo de saber, Ospina se detiene en
algunos episodios propios de la historia de ese nuevo mundo que para entonces
(y en parte aún), era un misterio para esa Europa que se debatía entre revoluciones
sociales e ideológicas. En ese sentido, el libro articula hechos históricos del
viejo continente que tienen pequeñas réplicas en el mundo nuevo y acciones del
mundo nuevo que dialogan o ponen en tensión el orden del viejo mundo. La
Ilustración, las luchas por las independencias de las naciones de América, la
reafirmación de los pueblos ya descubiertos, pero aún ignotos, el inventario de
una realidad que emergía con asombro ante los ojos auscultadores de los
europeos y la desconfianza de las mitologías y cosmovisiones de ese nuevo
continente que reñían con la agonía de una Edad Media que aún se negaba a
morir, sobre todo en España.
Y en ese camino de
exploraciones nos muestra la grandeza de Mutis, el acartonamiento de Caldas,
las ilusiones de Bolívar y las tiranías del régimen colonizador manteniendo la
esclavitud de negros e indígenas, negando el protagonismo de esa América
mestiza que empezaba con fuerza a reclamar su lugar en el mundo. Pero, sobre
todo, lo que más estremece es el relato de ese encuentro mágico con Carlos Montúfar,
ese prócer criollo sin gran protagonismo en la historia de las valentías
latinoamericanas, pero cuyo encuentro con el sabio alemán generó una serie de
sucesos que demarcaron la historia de la lucha de independencia como si fuera
un capítulo digno del realismo mágico. Ese encuentro extasiado de dos genios,
de dos mundos, de dos cosmologías, resumen la intención de Ospina por hacer
dialogar a Europa con América, cada uno con un destino, pero abocados al abrazo
que provocó la historia.
Ahora bien, la
descripción constante con un detalle minucioso, -como si Ospina estuviese
reescribiendo un diario y las imágenes poéticas que usa constantemente-,
convierten la lectura en un viaje de ensoñación. Como lectores vamos de la mano
del narrador, prestos a dejarnos sorprender por vistosidad de una Guacamaya o
la certeza de una metáfora colgando de los riscos inmensos de la geografía
americana. Para oídos finos, imágenes bien talladas.
Aun así, debo
resaltar algunos factores disonantes del libro, entre ellos que me sorprende
que tomando como base ese viaje demencial y telúrico de Alexander von Humboldt,
no se narren con mayor ahínco sus angustias humanas, esos tropiezos enormes que
debió tener al enfrentar una empresa de tal magnitud. Ese descuido -u omisión
voluntaria- da la idea de que estamos ante un ser semidiós, casi un híbrido
griego hijo de la ciencia y la aventura, una progenie de Atenea y Apolo. Esto
le da un aire mítico al libro, pero sacrifica el relato de las penurias de
andar en un continente agreste, en un tiempo de muchas limitaciones para los
viajeros, para los exploradores y, sobre todo, para una mente tan abierta y
arriesgada como la de Alexander.
El cierre también me
parece apresurado, quizás ya se habían escrito muchas páginas y las editoriales
modernas también prefieren obras no tan extensas para estos tiempos. Pero
Ospina no se detiene mucho en narrar con más aliento ese retorno a Europa y el
impacto de la monumental obra que Humboldt presentaba a la humanidad. Apenas le
dedica unas breves descripciones de ese otro periplo de quien retorna después
de muchos años a su terruño y debe readaptarse. Un hombre con tantas
experiencias vividas debió resultar fascinante para la sociedad europea y las
historias surgidas de esos momentos pudieron ser múltiples. Empero, me agradó
sobremanera descubrir la relación entre Humboldt y Edgar Allan Poe, Ospina me
provocó la lectura de Eureka, ese extraño ensayo del genio del terror
(aunque qué no era extraño en Poe); y esa ganancia de lectura es propia de los
libros que quedan resonando en el lector una vez agotada su página final.
A manera de cierre, debo
decir que William Ospina nos deja un nuevo libro que enriquece la biblioteca
colombiana y americana, de paso les brinda a otros entornos la posibilidad de
asistir a la narración de esa América que tanto desearon narrar Andrés Bello, Simón
Rodríguez, Mutis, Bolívar, Yupanqui, y cientos de miles de pobladores de este
continente cuyas vidas aún tienen muchas mitologías por recuperar.
Referencias
bibliográficas
Lopera,
Jaime. (2023). Humboldt en Herveo. (sobre Pondré
mi oído en la piedra hasta que hable, de William Ospina). Disponible en: https://letralia.com/lecturas/2023/07/28/pondre-mi-oido-en-la-piedra-hasta-que-hable-de-william-ospina/
Ospina,
William. (2023). Pondré mi oído en la piedra hasta que hable. Penguin Random House Grupo Editorial. Bogotá: Colombia.
[1] Docente de
planta de la Universidad del Tolima, adscrito al departamento de Estudios
Interdisciplinarios del Instituto de Educación a Distancia. Magister en
Literatura Universidad Tecnológica de Pereira. Director del Grupo de
Investigación Argonautas. Sus libros más recientes como coautor son:
Memorias pedagógicas del IDEAD (2023) y El ensayo: cuatro modelos para
su composición (2023).
[2] Expresión
usada para caracterizar un texto cuya construcción formal desborda los límites
clásicos impuesto para los géneros literarios.