Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Docente Universidad del Tolima
Terminadas las recientes fiestas de
junio, como se llaman en el argot popular tolimense, es necesario hacer, de
nuevo, una reflexión sobre su significado y los cambios que se deben proyectar
para evitar seguir repitiendo los viejos y festivos errores.
Debo aclarar que el carnaval me gusta
porque hace parte de la esencia misma de la vida. Desde los tiempos más remotos
la fiesta es síntoma social de la cultura popular. El colorido, la máscara, el
desfile, la danza y la embriaguez, constituyen una forma potente de expresión del
conocimiento popular. Pero los tiempos cambian y la cultura igual, por ello el
carnaval debe expresar su época en un anclaje con el pasado, preservando lo que
se deba preservar y eliminando los actos que ya no representan el sentir actual
de los pueblos y sus imaginarios.
En el Tolima tenemos un déficit de
tradición folclórica y esta se expresa de manera contunde en las festividades. Por
otro lado, se han conservado algunas expresiones cuya obsolescencia riñe con la
preservación de las tradiciones. Corridas de toros, corralejas, cabalgatas y
riñas de gallos, son actividades festivas que ya no representan los valores del
siglo XXI, siglo marcado por un retorno al equilibrio de la naturaleza, siglo
que lucha ferozmente por abandonar la idea del ser humano como amo y señor de
las especies, para recuperar y otorgar los derechos a todas las formas de vida.
El escritor tolimense Nicanor
Velázquez, en su novela Río y pampa, (1944),
la cual recomiendo volver a leer y llevarla a las aulas de los jóvenes, nos
hace un recorrido por las tradiciones de la vaquería tolimense, la relación con
el gran río de la Magdalena y otros elementos que podemos resaltar como valores
o símbolos de nuestra idiosincrasia. Sin embargo, no debemos encumbrar el varón
de “barba en pecho”, el machista a caballo que hace gala pública de su ebriedad
y sus mujeres, porque el tiempo actual nos convoca a otros símbolos, a la
diversidad, al respeto de lo femenino superando la mercantilización de la mujer
que durante tanto tiempo condujo las lógica de las expresiones culturales.
Es por eso que la fiesta debe
repensarse, para que siga siendo tiempo y espacio para la alegría, la
reafirmación de “valores positivos” y la reconstrucción de nuevas formas de
habitar los territorios. Dotar de nuevas expresiones al carnaval es aceptar que
somos seres en constante evolución, que nuestros valores mutan, es por ello que
en las plazas de Roma hoy no vemos los gladiadores luchando contra los leones.
El departamento del Tolima merece
unas festividades más acordes a nuestro tiempo, en las cuales las escuelas de
arte y cultura rescaten el folclor, los trajes típicos, las comidas, la variedad
pintoresca de costumbres que nos hacen mejores seres humanos y que abandone los
anómalos comportamientos medievales. De ese mismo modo, la organización de la
fiesta debe estar en línea de celebrar la vida y mofarse de la muerte, la Libido
festiva debe derrotar el Tánatos social. La ebriedad debe ser síntoma de la
hermandad, no excusa para resolver viejas heridas culturales o para acrecentar
el odio de las masas.
Ibagué y el Tolima merecen exaltar
sus costumbres, su música, sus gentes, sus bailes, pero debemos propender
porque nos ajustemos a los momentos que vive el mundo, y por fortuna, el país.
Organizar las festividades de San Juan y San Pedro, debe ser un reto de
académicos, de amantes de la cultura popular, de folcloristas, de sociólogos, de
comerciantes comprometidos con el cambio de lo local, no sólo se trata de construir
palcos, embotellar aguardiente y emborrachar ansiosos ciudadanos. Para que la
fiesta sea fiesta, debemos caber todos en ella y no terminar ebrios disparando
al aire.
No olvidemos que las fiestas terminan
mostrando de manera contundente lo que somos, y si miramos los festejos
recientes es inevitable aceptar que debemos ser distintos, porque como dijera
Chesterton: “A algunos hombres los
disfraces no los disfrazan, sino los revelan. Cada uno se disfraza de aquello
que es por dentro.” Ojalá tengamos la osadía de cambiar el enfoque de
nuestro carnaval para celebrar distinto.
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