Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Docente Universidad del Tolima – IDEAD-
En Colombia las instituciones públicas padecen el
karma de ser consideradas ineficientes. Son sinónimos de tramitomanía, procesos
engorrosos, burocracia desaforada y corrupción.
De seguro el sector se ha ganado estos motes con creces, porque muchas
de las instituciones públicas son focos diarios de noticias que las siguen ubicando
como pioneras de esos males organizacionales.
No obstante, las instituciones no son entes
abstractos, están conformadas por una serie de individuos quienes las direccionan,
por unas regulaciones que las limitan (y ahogan) y por una cultura, la cual
determina su transcurrir. Las instituciones públicas hacen parte del inventario
de las organizaciones que se suponen están al servicio de la ciudadanía, en esencia
prestan servicios sin ánimo de lucro y están articuladas al Estado. Si lo privado
está destinado a la productividad, a lo público le compete dar respuesta
positiva al contrato social.
La Universidad del Tolima, como parte del sistema
estatal de educación superior, se mueve en ese mundo de lo denominado público. Está
destinada a garantizar un derecho, el de la educación superior, aunque la
economía del mercado ha hecho de éste, un servicio. El Estado, quien debe
garantizar su funcionamiento en un 100 %, ha venido abandonado su
responsabilidad frente al sistema y, como toda institución pública, ha tenido
que realizar piruetas de subsistencia.
El Estado no sólo ha descuidado su deber de mantener
la universidad pública, sino que, respondiendo a dinámica globales, ha
contribuido a imponer metas difíciles de cumplir, conduciéndola a su lenta
agonía. Muchas veces la ha estigmatizado, como solía hacerlo un mal recordado
expresidente quien la consideraba como foco de terrorismo. Y entre suma y suma, con dificultades
financieras, con abultadas burocracias, sujeta a señalamientos y atafagadas por
el cumplimiento de los indicadores, los entes educativos fueron perdiendo el
rumbo.
Cuando una institución posee el rótulo de pública no
significa que debe ser de calidad dudosa, o que el producto o servicio ofertado
no deba tener las mejores cualidades para quienes son los directamente
beneficiados. Al contrario, lo público debe mostrar que se construye como
opción de beneficio general, comunitario y productivo en términos de impacto social.
De no ser así, no tendría razón de ser. Y para lograrlo debe responder a las
necesidades de la sociedad, en este caso, a la formación de sujetos, cuyo
accionar ayudará a transformarla en sus múltiples campos de acción.
Así, la Universidad del Tolima, con 75 años de
historia, es un alto referente institucional para el departamento, incluso mucho
más allá de sus fronteras regionales. Su Misión, cuyo principal axioma es la
formación integral permanente para el desarrollo del arte, la ciencia y la
cultura, la ubica como institución fundamental para la transformación social.
No obstante, dicha Misión ha sido opacada en ciertos momentos de su existencia,
debido a múltiples factores de índole interno y externo, que en varias
ocasiones la han llevado a desviar su rumbo.
Para fortuna, la UT versión 2020 muestra otro rostro,
uno que refleja su gran potencia. Justo cuando cumple 75 años de historia puede
mostrar todo su esplendor. Supera un enorme déficit arrastrado desde hace
apenas 4 años, avanza en la construcción de proyectos de impacto social como el
Hospital Veterinario, -que hace un par de años era ejemplo de los elefantes blancos
que abundan en lo público-, amplía su oferta de programas en pregrado y
posgrado con nuevos y necesarios campos del saber, extiende su cobertura en
nueve departamentos del país, consolida sus procesos de investigación, entre
muchos logros más que podríamos enumerar.
Por todo esto, como sumatoria de esfuerzos de la
comunidad en su conjunto, la UT recibe la Acreditación Institucional de Alta
Calidad por 4 años, lo cual, más allá de ser un indicador de eficiencia o de
cumplimento ante el sistema estatal, es el reconocimiento de su importancia
como proyecto de formación superior para toda una nación. Un proyecto regional
con impacto nacional.
Y adicional a esto, en un momento de enorme dificultad
económica, logra, en otra gran sumatoria de esfuerzos, ofrecer la gratuidad de
la matrícula de pregrado para el semestre B de 2020 y unos considerables
descuentos en matrícula de posgrado (hasta 40 %), más las inscripciones gratis
y los beneficios con sólidos planes de bienestar. Aquí confluyen las voluntades
y las necesidades, un ejemplo de que la formación superior debe ser una apuesta
conjunta de la sociedad y todos sus actores. Es decir, a la acreditación
institucional le sumamos la reacreditación como proyecto de alto impacto
social.
Como actor activo de la Universidad del Tolima,
durante más de 25 años desde que inicié mi pregrado en el Instituto de Educación
a Distancia, he vivido momentos dignos de ser celebrados y otros de enormes
crisis, pero siempre he sido un convencido de que el proyecto de educación
pública es un campo de trabajo para la construcción de un mejor país, un mejor
porvenir.
Por eso hoy, ante estas buenas noticias debo
regocijarme colectivamente, porque contemplar esta versión UT 2020 es prueba
fehaciente que es posible administrar con cuidado lo público, luchar para
construir lo oficial, defender y potenciar lo de todos. De seguro faltará mucho
por hacer, nuevas dificultades que enfrentar, pero indudablemente nosotros y
otros estaremos y estarán prestos, en su momento, a seguir fortaleciendo el
legado de la educación superior para las generaciones venideras.
A los que han aportado para hacer posible esta versión
de universidad debemos reconocerles sus esfuerzos: a los Estudiantes con
sus ejemplos de lucha y aprendizaje, a los Docentes comprometidos con la
academia, la cultura y la ciencia. A los Directivos que trabajan en
silencio y a quienes casi siempre se culpa de todo lo que no funciona y casi nunca
se les reconocen los aciertos. A los Trabajadores forjadores de la vida
cotidiana administrativa, a los Egresados que enaltecen el legado y a aquellos
que, desde diversos sectores sociales, políticos y estatales, siguen apostando
por ella como un proyecto de formación para el siglo XXI.
A todos quienes nos reclamamos universitarios, y quienes
confluyen para darle vida al sistema educativo superior, invito a que aplaudamos
de pie estos éxitos y continuemos trabajando, con capacidad de acción colectiva,
porque los retos de estos tiempos son de la misma dimensión de nuestros logros,
enormes.
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