Por: Carlos
Arturo Gamboa
Docente
Universidad del Tolima
Cuando vi la noticia a la que hará
referencia este breve artículo, pensé que, como diría Gabriel García Márquez,
nos estaban mamando gallo de lo lindo. El lugar: Buenaventura, Colombia. La
acción: monseñor Darío Jaramillo Montoya sobrevolará la ciudad en un
helicóptero para rociar agua bendita y con ello devolvernos “… la tranquilidad
que ha perdido la ciudad con tantos crímenes, hechos de corrupción con tanta
maldad y narcotráfico que invaden nuestro puerto”. [i]
¡Cielos, por qué no se nos había
ocurrido antes! La cura de todos los males, el brebaje sagrado, el agua mágica
que ya habían narrado los hermanos Grimm en sus cuentos. Un potaje curativo
contra la maldad del siglo XXI, traído desde los relatos fantásticos de la edad
media, cuando los problemas se le dejaban a Dios, mientras el hombre sufría e
imploraba perdón y veía a sus reyes y arzobispos morir de llenura y ebriedad.
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El helicóptero es un aparato
construido en el siglo XX, cuyo pionero es el argentino Raúl Pateras (1920) con
su idea de palas de rotación, pero se afirma que el primer vuelo real de este
tipo de aeronaves se produjo solo hasta 1942. Claro está que Leonardo da Vinci
ya lo había soñado hacia el año 1490.
Por su parte el agua bendita es una
elaboración mística formulada por el papa San Alejandro VI en el año 106 de
nuestra era, pero que ya existía en múltiples relatos propios de la tradición
simbólica de las diversas culturas. El agua bendita que se instauró por la
iglesia católica, es simple agua a la cual se tenía que agregar sal y bendecir
mediante un rezo. Algo así como el agua de mar, esa que abunda en Buenaventura,
pero que no es potable. Solo que ningún rezo hará que el puerto más grande de
Colombia tenga agua saludable para sus cerca de 450.000 habitantes.
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Buenaventura está ubicada sobre el océano
Pacífico y desde allí se mueve más del 50 % del comercio internacional del
país, pero su territorio no ha sido beneficiado por el auge comercial. Azotada
por cientos de problemas, siendo el narcotráfico el mayor de ellos, la
población ve por su puerto pasar la riqueza, sin detenerse en sus plazas.
Ante la desidia gubernamental los
bonaverenses han tenido que vivir en el oscurantismo. Ya son famosas
mundialmente sus casas de pique, en donde hordas salvajes ajustician a sus
enemigos. El paramilitarismo controla el puerto y cientos de bandas criminales
imponen sus leyes en un territorio fragmentado y cubierto en su mayor parte de
una miseria de tiempos antiguos.
La solución a estos problemas, según
el prelado es rociar agua con sal sobre los 6000 kilómetros del puerto, agua
bendecida por su mano sagrada (ojalá no pederasta) y con ello espantar el diablo
que se ha apoderado de las almas de sus habitantes. Si no le funciona esto, le
recomiendo al alcalde de Buenaventura que busque las siete esferas del dragón y
pida un deseo.
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Problemas reales como la pobreza y la
violencia, artefactos modernos como el helicóptero y discursos medievales como
la religión y sus pócimas, hacen de este relato un digno argumento para una
parodia. El problema es que mientras el statu
quo sigue engañando con sus pócimas mágicas, la gente sufre, la gente
muere…
Pueden usar ese y muchos otros
helicópteros para llevar agua potable a la población y, si el monseñor del
cuento lo permite, hasta logren usar sus enormes ahorros de miles de años de
ofrendas y ayudar a curar la pobreza, la mamá de muchos de los males que
aquejan la ciudad. Seguro que no lo harán, sale más barato y mediático rociar
agua con sal.
No dejo de pensar entonces que
mientras el desconocimiento sea la base con la crecen nuestros niños, el engaño
será la forma predilecta de su dominación adulta.
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