Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Cuando
las ideas no te dejan ver la realidad,
no
son ideas, son mentiras.
Rafael Chirbes
Dedicado a la familia UT y su extraña concepción
del ahorro
Cuando empezamos
a sentir la escasez en casa, lo primero que pensé fue en huir. Veníamos de una
racha de buenos ingresos y casi todos los miembros de la familia confiaban en
mi buen criterio para manejarlos. Pero yo sabía la verdad, se acercaba una
temporada de vacas flacas, pero ellos no se podían enterar.
Decidí entonces
sentarme a revisar las cuentas con apremio. Nunca me habían interesado esas
formas absurdas de colocar números en columnas, comparar gastos contra ingresos
y demás métodos absurdos que reducen los deseos a realidades. Lo mío era soñar,
gastar, comprar, contratar y sonreír. Claro está, lo más importante, firmar.
En medio de esta
nueva situación recordé la vez que mi hija se acercó a pedirme un aumento de
mesada porque, según ella, su “forma de vida” no estaba a la altura de sus
amigas; o la vez que mi esposa exigió grito en garganta que debíamos remodelar
la cocina porque esas baldosas llevaban más de dos años, y además esos colores
ya no se usaban. Siempre les complací sus caprichos, si quieres tener el
control de la situación y detentar el poder, lo mejor es tener a cada cual
contento y para ello repartir dinero, dar prebendas, ofrecer regalos, efectuar
dádivas, es el mejor método.
Al que nunca
pude complacer fue a Jorgito, él andaba refunfuñando, casi todos los días, acerca
de la forma desordenada de manejar el dinero en la casa. Trataba de influenciar
a su mamá, pero ella orgullosa le mostraba su nueva cocina y le decía, deje de
joder, mire estos logros. Su hermana un día lo llevó hasta el garaje y le
mostró su auto nuevo, para tajantemente concluir: ¿usted cree que le voy a
pelear a papá si me acaba de comprar carro? Jorgito tenía razón, pero la
complacencia mata la crítica.
Ahora solo tenía
una salida, recortar gastos o endeudarme. Si me endeudaba, ellos ni lo
notarían, porque podría mantenerles su nivel de vida, un poco trastocado, pero
seguro, aunque en el fondo todos sabemos que cuando uno está endeudado,
endeudarse más es un oxímoron. Decidí aplazar el préstamo y empezar a recortar.
La primera
acción consistió en reducirle a Jorgito su mesada y el dinero para sus taxis,
le dije que en adelante debía volver a la buseta o pedirle a su hermana que los
acercará al colegio en su lujoso auto. Luego puse bombillos ahorradores en las
catorce lámparas de la casa. Observé con
gran preocupación que no necesitábamos empleada para planchar la ropa, por eso
decidí no contratarla más y que Jorgito planchara. Peleó tanto que me tocó
decirle a su hermana que ella también debería colaborar, pero ante su negativa,
decidimos que desde entonces vestiríamos con la ropa arrugada. Jorgito alegó
que mejor despidiera mi asesor de finanzas, quien me costaba un jurgo, pero él
era quien firmaba, de vez en cuando, el aval de los gastos.
Como el ahorro
no era suficiente, decidí cambiar los tapetes por uno más baratos, sacar la
vajilla de la abuela y guardar la lujosa Corelle, usar luz de velas después de
las ocho de la noche, reducir el tiempo de la ducha a cuarenta segundos, no
usar crema dental, volver al frutiño - nunca más frutas para jugos-, cancelar
la cuenta de internet y goterear Wi-Fi a los vecinos, entre otras medidas que
han venido aceptando estoicamente. Solo Jorgito, de vez en cuando intenta hacer
pataleta, pero nunca cuenta con la complicidad de los demás, ellos siguen
confiando en mi buena virtud para manejar la casa.
Los fines de
semana, mientras tomamos wiski con los amigos, suelen decirme:
-Eres un genio, en mi casa ya todo estuviera
incendiado, mi mujer se habría ido con otro y mis hijos me hubiesen demandado.
Sonrío tranquilo
mientras embucho otro sorbo de Jack Daniels y les contesto:
- Después de este
angustioso ahorro que recae sobre sus hombros, ellos vendrán a mí, inclusive el
fastidioso de Jorgito, a suplicarme que haga un préstamo para superar esta
grave situación; entonces les volveré a comprar crema dental, frutas para el
jugo, sacaré la vajilla lujosa y reinstalaré internet. Me adorarán.
- ¿Y si debido
al préstamo pierden todo?
- Diré que fue
culpa de ellos, por sus caprichosos lujosos y su falta de ahorro. ¿No les
parece genial?
- Si, genial.
¡Salud!
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