Una constante de la precarización laboral que campea en las Universidades Públicas, son las formas de contratación, tanto de profesores y catedráticos, como de los llamados "personal supernumerario". Muchos hacen ojos ciegos a esta lamentable situación, casi siempre bajo la ley del proverbio "Ojos que no ven". La siguiente columna da cuenta de esa fauna, que puede ser ampliada desde nuestras Universidades.
Por: Edison Marulanda Peña
Por estos días de calma tensa en el campus de la Universidad Tecnológica de Pereira, de expedición de resoluciones, batalla de comunicados y declaraciones, suspensión de contratos, queda tiempo para la ‹‹observación participante›› de los miembros de la academia.
En un diálogo de sobremesa con Pablo, un colega que por su actitud desenfadada y su apariencia joven se confunde entre los estudiantes, encontramos curiosos rasgos para intentar una caracterización de la fauna docente. Sin querer invadir el área de los especialistas en medicina veterinaria, voy a compartir las descripciones de tres especímenes que conviven en la universidad de las cinco décadas.
El profesor de planta –categorías asistente, asociado o titular– en lo que atañe a la recreación y el cultivo físico-espiritual hace pilates, yoga o Tai chi con instructor privado en el conjunto residencial; el docente transitorio practica el spinning o la elíptica tres veces por semana; el catedrático participa de los aeróbicos y juega banquitas en el barrio (por esto no le cobran).
No menos importante es la figura. El índice de masa corporal del profesor de planta es notoria, sugiere un ser saludable, con medicina prepagada y esos carbohidratos que retiene son una señal inequívoca de prosperidad (solo un envidioso diría que es obesidad); al transitorio no le sobra ni le falta masa corporal, vive ilusionado en que su estatus social –estrato es una trampa para suprimir clases– puede mejorar el próximo año, evita las harinas en las noches para no tener que hacer dietas molestas y lo atiende una EPS; el catedrático, nombre científico “austerus pobresoris”, presenta una masa corporal directamente proporcional con la duración de su contrato: ocho meses del año dividido en dos periodos de cuatro y se prepara, cual hormiga previsora, para los cuatro meses de sequía en que no recibirá salario.
Las formas de ahorro. El rozagante espécimen de planta ahorra en títulos valores de Ecopetrol o el grupo AVAL, construye en el lote del condominio y la sección del telenoticiero que más interesa es la económica; el transitorio tiene cuenta de ahorros y compra el baloto para encontrar un atajo y la parte del telenoticiero que sigue con atención son las cuñas de vehículos en promoción; el catedrático tiene un marrano-alcancía con monedas de $500 para romper en diciembre y la sección que no se pierde es “lo que indican los indicadores”.
La participación en eventos académicos no puede ignorarse. El de planta va a representar a la universidad en congresos o a dar un seminario como profesor invitado con viáticos según su escalafón, sufre de estrés cuando viaja a Sao Paulo, Barcelona, Buenos Aires o Madrid. El transitorio presenta una ponencia en un congreso en Bogotá, Medellín o Cali y se estresa porque los viáticos no le alcanzan para un hotel de 3 estrellas. El catedrático viaja a Sevilla, Valle del Cauca, Armenia o Manizales a un foro regional y él paga su transporte.
Medios de locomoción. El catedrático siempre anda de afán, tiene un comportamiento presuroso por que labora en dos universidades –nunca está seguro de que sea llamado el semestre siguiente– para cuadrar los ingresos, y sabe mucho de las bondades del transporte público; el transitorio se desplaza con movimientos seguros y llega en moto a la U; el profe de planta parquea el carro último modelo comprado con el sudor de sus neuronas, camina sereno y saluda con una sonrisa a las estudiantes (ninguna fuente confirma si es diseño de sonrisa).
De planta, transitorio y catedrático, tres figuras contractuales distintas. Pero todos son profesores con igual dignidad humana. La administración de la universidad debería recordarlo, cuando se autoevalúa para preservar la acreditación institucional de alta calidad.
*Columna para La Tarde, 9 de octubre de 2011.
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